miércoles 16 de julio de 2025

LOCALES | 2 abr. 2018

CARLOS LUJÁN

Malvinas, crónicas de un soldado

A 36 años del conflicto bélico, Carlos Luján recuerda sus días en las Islas. Su carrera militar, la guerra por dentro, el silencio durante la posguerra, la reinserción social y la lucha por mantener viva la memoria de los caídos en combate.


Desde 1982 en adelante resulta casi imposible pronunciar la palabra “Malvinas” sin asociarla automáticamente con la guerra acontecida en las Islas. Están tan incorporadas a nuestra subjetividad que se nos vuelve imposible representarnos el mapa de la Argentina sin su imagen visual. Sin lugar a dudas, un entramado complejo en el que se ponen en juego ideas y pasiones transmitidas a través de generaciones y que constituye un aspecto esencial de nuestra identidad nacional. Quizás por eso hablar de Malvinas continúe siendo un tema delicado de abordar a treinta y cinco años del inicio del conflicto bélico. Una página dolorosa en la historia reciente de nuestro país que pagaron con su vida los 649 soldados caídos en el campo de batalla y los más de 700 que terminaron quitándosela una vez finalizada la guerra envueltos en el peor desamparo.

Carlos Luján es uno de los 34 juninenses que vivió en carne propia el infierno de la guerra del Atlántico Sur y uno de los 30 que regresó con vida al continente. Su historia, única e irrepetible, parece haber quedado detenida allí a pesar del inevitable paso del tiempo. A horas de un nuevo aniversario, el recuerdo de los que dieron la vida por la soberanía nacional sigue siendo el motor de quienes continúan adelante con la tarea de ‘malvinizar’ a la sociedad con un único objetivo: no olvidar a los héroes. Por Miguel Ángel Soriano, Daniel Seitún, Alfredo Jurio y Ricardo Gurrieri, caídos juninenses, es que el reclamo por Malvinas es un trabajo de memoria y también de presente.

CENTRO ‘ISLAS MALVINAS’

La necesidad de volverse visibles a los ojos de una sociedad cargada de prejuicios y de mantener viva la memoria de los héroes fueron motivos suficientes para la creación del Centro de Veteranos de Guerra “Islas Malvinas” de nuestra ciudad apenas entrados los 90’.

“El Centro de Veteranos se creó, a pesar de que todavía no nos conocíamos todos los que hoy formamos parte. Me había enterado un tiempo antes que cinco o seis veteranos se reunían los días viernes en la sede de calle Siria y Primera Junta. En Junín, fuimos 34 pero cuatro fallecieron en las Islas. Claro que no estuvimos todos juntos, sino cada uno en su unidad. Yo pertenecí a la Marina, la mayoría eran del Ejército y dos de la Fuerza Aérea. Cuando volvimos nos fuimos contactando de a poco y de esa manera logramos reunir a todos los veteranos de guerra de nuestra ciudad. Siempre nuestro objetivo fue mantener viva la memoria de los héroes que son los que quedaron allá, a pesar de que hoy la afinidad con la sociedad es otra, mucho mejor. Porque cuando regresamos la pasamos mal, se nos trataba como bichos raros. En mi caso, recién en el año 85’ encontré trabajo cuando me salió lo de Lestar Química. Y de hecho nunca llegué a decir que era veterano de guerra de lo contrario no hubiese entrado. Estuve diez años allí. En ese tiempo me hice muy amigo de un chico que vivía en mí mismo barrio con el que compartí años de trabajo y con el que entablé una relación de amistad. Un día fui al Centro de Veteranos a una reunión y lo encuentro ahí. Fíjate como teníamos negado el tema de la guerra que nunca habíamos hablado de Malvinas en todos los años que habíamos trabajado juntos. En esa época no se hablaba, estábamos muy encerrados en nosotros mismos. Como esa, hay miles de historias”.

VIAJE AL INFIERNO

Su pasión por los aviones lo alentó, con apenas 15 años, a enrolarse en la Aviación Naval de la Marina. En 1977, y luego de cursar diez meses en la Escuela de Mecánica de la Armada, se trasladó a la base aeronaval Punta Indio donde realizó la carrera de Suboficial como mecánico. Tenía 20 años cuando la orden de movilizar aviones y armamento hacia la base de Río Grande despertó la inquietud del joven militar que partió con rumbo al sur del país. Corría el mes de abril de 1982 y el estallido de la guerra ya era un hecho.

“Al momento de la guerra, yo era personal de cuadro. Estaba haciendo la carrera de militar en la base naval Punta Indio, cerca de La Plata. Tenía 20 años y prestaba servicios como mecánico en la Aviación Naval. Me encargaba de la parte hidráulica de los aviones y de todo lo relacionado con armamento. Se trataba de aviones de entrenamiento avanzado para que los pilotos se vayan perfeccionando en combate. Cuando lo de la guerra era ya incipiente nos trasladamos desde Punta Indio hasta Río Grande con todo el movimiento que eso implica: aviones, personal, repuestos y armamento. Ya en Río Grande, el 12 de abril cruzamos a Malvinas con seis aviones de combate, ocho pilotos y veinticuatro mecánicos. Estuvimos apostados en una de las cabeceras de la pista de Malvinas. La primera imagen que se me viene cuando pienso en Malvinas son los compañeros que se quedaron allá. Nosotros perdimos tres pilotos que salieron a hacer incursiones y fueron abatidos en combate. Esas cosas son las cosas que más duelen. Lo que vivimos allá no es más que la cruel realidad de lo que significa una guerra. Por supuesto que sentimos miedo, frío y todo lo que puedas imaginar. A pesar de lo que se decía, nosotros sabíamos lo que estaba sucediendo realmente. Teníamos una radio en la que sintonizábamos una frecuencia uruguaya (Radio Carbe) y lo que allí informaban era todo lo contrario de lo que estábamos viviendo. El 1 de mayo, el día del primer ataque inglés, su objetivo fue la pista de aterrizaje, inutilizarla totalmente. A las 3.40 de la mañana fue el primer bombardeo justo donde estábamos apostados. Cayeron tres bombas pero tuvimos la suerte que solo destruyeron un margen de la pista lo que nos permitió seguir utilizándola del lado que quedó sano. Dos horas después el objetivo del segundo ataque fue el resto de las instalaciones del aeropuerto, sobre todo las torres de control y algunos hangares donde teníamos los repuestos de los aviones. Pero al menos sobre ese pequeño margen que no fue bombardeado los pilotos pudieron seguir despegando y aterrizando a oscuras e incomunicados. Siempre se habló de la valentía de los pilotos justamente por cosas como esas. El Hércules, a pesar de su color verde camuflado, llegaba a Malvinas totalmente blanco. Volaban tan pegados al mar que se le pegaba el salitre. A pesar del gran armamento del ejército inglés, vimos caer varios aviones Sea Harrier abatidos por la artillería que estaba en el aeropuerto”.

RECONOCIMIENTO TARDÍO

La desmalvinización fue un proceso que se puso en marcha apenas finalizado el conflicto bélico con Inglaterra cuyas consecuencias directas derivaron en el suicidio de un número de combatientes cuya cifra es hoy similar -e incluso superior- a la de los caídos en el frente de batalla. La falta de reconocimiento o el reconocimiento tardío, la ausencia de políticas sanitarias claras y de atención psicológica con presupuestos acordes, son parte de ese proceso que se extiende hasta nuestros días.

“Durante la guerra había tenido solo una comunicación con mis padres a través de un telegrama en el que solo les había podido decir que estaba bien. El 14 de junio el Comandante en Jefe de Malvinas (Menéndez) nos comunicó que ya no había nada qué hacer y que la base estaba en manos del ejército inglés. Los 20.000 soldados fuimos volviendo al continente de a tandas, mayormente en buques ingleses. Estuve dos o tres días más en Río Gallegos, nos hicieron documentos nuevos y de ahí me vine a Junín. Me dieron el pasaje de la base naval Punta Indio a Retiro y de ahí me vine en tren a Junín. Cuando llegué bajé solo en la estación del ferrocarril y me fui caminando a la casa de mis padres en calle Libanesa, pasando Avenida República. Me encontré con otra realidad. Recuerdo ir caminando por Jean Jaures de noche escuchar la música del baile en el club Rivadavia. Pasé del infierno que había vivido hasta unos días atrás a otro mundo totalmente diferente. Por esos años de olvido y de abandono que nos tocó sufrir, muchos de nuestros compañeros no lo soportaron y terminaron suicidándose. Gracias a Dios estos últimos años han ido cambiando y hoy somos más reconocidos por la sociedad, hay mayor conciencia. Lo palpamos cuando desfilamos en Junín. Arrancan los aplausos desde el primer paso que damos y terminan al final. En su momento nos costó mucho conseguir la pensión de veteranos de guerra e incluso hubo que manifestar durante mucho tiempo para lograrla. No teníamos ni obra social. Lo de la pensión nacional surgió en el gobierno de Menem y alcanzaba los $150. Nos dieron eso para sacarnos del medio. Ya con el gobierno de Néstor Kirchner conseguimos que nos dieran la obra social PAMI para Veteranos de Guerra que para nosotros significó un avance muy grande. De hecho hasta el día de hoy conservamos la pensión nacional y la obra social de PAMI Veteranos de Malvinas”.

VOLVER A MALVINAS

Cerrar un capítulo, respirar el aire frío del sur, recorrer las islas, honrar a los caídos, visitar el cementerio o acaso reencontrarse con ese chico que fue cada uno de ellos 36 años atrás. Cada veterano tendrá un motivo por cual desea volver a pisar las Islas Malvinas y es el sueño de los treinta juninenses que fueron parte de la gesta.

“Casi todas las municipalidades pagan el viaje a diez veteranos por año. Nosotros, al ser treinta, tendríamos que hacerlo por tanda. La idea es que los primeros en viajar sean los que pisaron Malvinas. Por ejemplo San Luis, a través del gobernador, fue la primera provincia en gestionar la vuelta de los ex combatientes a las Islas y creo que este año van a completar con la totalidad. De Junín estuvo Sergio Bustamante aunque su viaje se dio por otro lado. Como había sido empleado de Telefónica, fue la empresa la que le pagó el viaje y la estadía. Lo que quiere todo veterano de guerra cuando está allá es volver al lugar donde se libró el combate y visitar el cementerio de los caídos. A pesar de que se nos  hacía difícil pensar que podíamos ganar la guerra, siempre estuvimos unidos y alentándonos unos a otros para darnos fuerzas. Hemos tenido grandes bajones, palpado la muerte y visto la de nuestros amigos. Por eso estamos malvinizando en todo momento no solo por nosotros -que pudimos volver- sino por los que han quedado allá, para honrarlos a ellos que son los verdaderos héroes de esta historia. Mi sueño, como el de todos, es que en Malvinas vuelva a flamear la bandera argentina y que las nuevas generaciones de políticos sigan intentando recuperarlas por la vía diplomática. Nosotros, que hemos estado en una guerra, sabemos que es lo peor que le puede pasar a un país” (texto de José Di Prinzio).

 

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