

Por: Por Ana Requena Aguilar
“Los hombres blancos son los beneficiarios del más poderoso sistema de discriminación positiva jamás conocido: la 'historia mundial'. En ella, los hombres blancos jugaron con cartas tan marcadas, que al resto de personas casi les estaba vedado entrar en la pelea. Para cuando estas últimas empezaron a jugar, la competición estaba tan desnivelada que los hombres blancos les sacaban una enorme ventaja –y, por si fuera poco, se veían obligados a competir en desventaja–. Tal vez la mera idea de competir de vos a vos, en igualdad de condiciones, resulte demasiado aterradora para un género que basa toda su identidad en asegurarse de ganar todas y cada una de las veces”. No es un comentario a la encuesta sobre igualdad del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas de España), sino un extracto de Hombres (blancos) cabreados (Barlin Libros), el libro del sociólogo estadounidense Michel Kimmel que allá por 2015 trazó un panorama de la crisis contemporánea de la masculinidad que en muchos aspectos resultó premonitorio.
Como toda encuesta, los resultados del CIS sobre la percepción social de la igualdad entre hombres y mujeres pueden leerse de distintas formas. Podemos decir que el 54,6% de los hombres no está de acuerdo (o apenas lo está) con la afirmación “se llegó tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres que ahora se está discriminando a los hombres”. Podemos decir que el 44% de los hombres sí se siente representado en esa frase. O podemos afirmar ambas cosas: ser conscientes de que ambas realidades existen y conviven, pensar qué nos sugieren y qué hace falta para seguir inclinando la balanza del lado de la igualdad.
Hay dos datos añadidos que sirven como contexto en España. Uno, que la identificación partidista influye profundamente en estos resultados: son los votantes de Vox y PP quienes mayoritariamente están de acuerdo con esa afirmación mientras que los que optaron por el PSOE lo hacen en bastante menos medida, y muy poco entre los de Sumar. Y otro, que son los hombres más jóvenes, entre 16 y 24 años, quienes más adhesión a esa idea muestran.
Este último resultado no sorprendió al psicólogo Daniel Leal, especializado en masculinidades igualitarias y que trabaja con frecuencia dando talleres a chicas y chicos en institutos. “Me encuentro habitualmente con grupos de chicos rebotados con la igualdad por lo que escuchan, a veces en sus propias familias, otras en medios de comunicación o en redes. También veo un porcentaje pequeño que se da cuenta de que la igualdad no va en contra de ellos y que les relaja saber que ser hombre no es ser machista, y luego me encuentro a un amplio sector de chicos que están esperando instrucciones sobre cómo ser un hombre, cómo vivir sus vidas, cómo relacionarse con las chicas... No les podemos dejar a merced de los discursos machistas”, describe. La victoria de la selección femenina de fútbol y el 'Se Acabó', dice, generó otro rebote dentro de ese grupo 'rebelde'.
Tampoco se sorprende el catedrático de Derecho Constitucional Octavio Salazar, acostumbrado a tratar con la juventud desde sus clases y desde las charlas y talleres que imparte en institutos. “No necesitábamos la encuesta para constatar lo que vemos desde hace no muchos años, que nos encontramos con un clima reactivo con la igualdad, el feminismo y con cualquier discurso que trate de hacer pedagogía. Yo ahí he notado un cambio, no sé si cuantitativo pero sí cualitativo”, asegura Salazar. Si bien antes podían existir suspicacias y resistencias, ahora, dice, son más explícitas y agresivas, coincidiendo con un periodo de impulso de las reivindicaciones feministas y de apuesta de las políticas públicas.
LA “MANOSFERA”
El otro factor es lo que se ha llamado 'manosfera', el conjunto de comunidades asociadas políticamente a la extrema derecha de hombres en Internet que se basan en la propagación de discursos misóginos y antifeministas. En Los hombres que odian a las mujeres (Capitán Swing), la periodista inglesa Laura Bates alerta del impacto que estos espacios online están teniendo en la socialización de muchos hombres jóvenes. Bates explica cómo la 'manosfera' utiliza el miedo para crear una oposición al progreso que, a su vez, equipara los logros en igualdad al sacrificio o al daño a los hombres.
“Lo que es preocupante y diferente de esta reacción es que está facilitada por la tecnología y los algoritmos de una manera que nunca habíamos visto antes, con la capacidad de las redes sociales para funcionar como una especie de máquina de radicalización de masas, bombeando teorías conspirativas antifeministas y estadísticas falsas a una audiencia impresionantemente amplia. Invierten la realidad y difunden hechos falsos para sugerir que los hombres son ahora la verdadera minoría oprimida. La radicalización de tantos hombres jóvenes es un problema invisible, una forma de radicalización que simplemente estamos ignorando, y que está creando una bomba de relojería para el futuro”, decía Bates en una entrevista con elDiario.es.
Salazar hace autocrítica. Él mismo revisó la manera en que se aproxima a ellos en sus talleres, antes con más vehemencia y exigencia, ahora más desde las preguntas y la escucha: “No sé si estamos haciendo una pedagogía correcta quienes estamos en el otro lado. Nos estamos equivocando poniendo énfasis excesivo en la sanción y en la culpabilización. Ir con este discurso tan culpabilizador genera de inmediato una respuesta del agravio, sobre todo en los más jóvenes. No se puede llegar a un grupo de adolescentes y empezar a hablar de sexualidad poniendo el énfasis solo en la violencia sexual sin hacer un discurso mucho más amplio, emancipador, que les permita construir otra manera de relacionarse. Ahí estamos fallando”.
EL MALESTAR QUE SÍ EXISTE
Más allá de los jóvenes, que suelen soportar siempre la peor parte de las críticas, la encuesta del CIS muestra también que el 46% de los hombres de 35 a 44 años, y el 45% de entre 45 y 54, se sienten discriminados por unas políticas de igualdad que, creen, llegaron demasiado lejos.
Dice Michel Kimmel que la ira del hombre blanco mana de la fusión de dos sentimientos: la superioridad y el victimismo. Ese victimismo, la indignación, se nutre, prosigue, de un sentimiento de “agravio comparativo”: “La sensación de que aquellas ventajas a las que creías tener derecho te fueron arrebatadas por parte de fuerzas anónimas más amplias y poderosas”. Kimmel describe de qué manera las políticas neoliberales, las deslocalizaciones, la precariedad laboral o el recorte de los salarios han hecho mella, no solo en las condiciones materiales de los hombres, sino en sus posibilidades de cumplir y mantener el rol masculino y los mandatos que les fueron asignados como varones.
Los sentimientos de la gente son reales, estos hombres blancos enfadados han sido jodidos por un sistema que no se preocupa por ellos. Pero aunque tienen razón en sentirse agraviados, están enviado sus quejas a la dirección equivocada
La socióloga Beatriz Ranea cree que ese porcentaje de hombres tiene mucho que ver con una representación típica del feminismo, la que lo dibuja como un movimiento que ataca y odia a los hombres. “Es un imaginario que existe casi desde que existe el feminismo, pero ahora hay un discurso neomachista que convierte a los hombres en autenticas víctimas de los avances”, asegura. Bajo esa lógica, ningún avance puede darse sin un retroceso de los hombres.
Ranea también opina que hay que trabajar en discursos no tan culpabilizadores y sí más “movilizadores” que puedan vencer tanto el sentimiento de agravio como el de parálisis. “Es importante trabajar las masculinidades con puntos de vista que movilicen a la acción, en términos propositivos. Dar opciones para salir de esas masculinidades que también les afecta”, apunta. Y no olvidar fijarnos en la foto completa, en la que una mayoría de hombres ni creen que la igualdad ha llegado demasiado lejos ni se sienten agraviados.