lunes 19 de mayo de 2025

CULTURA | 10 mar 2024

LA VIDA ESCRITA EN UN PAPEL

Jorge Göttling, el poeta del periodismo

homenaje


Por: Ismael A. Canaparo

Jorge Göttling (9 de diciembre de 1936 – 26 de agosto de 2006). Periodista, escritor, autor y docente universitario. Licenciado en Ciencias de la Comunicación. Fue director de la Diplomatura Superior en Tango del Centro Cultural Konex. Periodista por más de tres décadas, casi en su integridad en el diario Clarín. Firmó más de dos mil notas. Fue corresponsal en serios conflictos bélicos. Edificó su propio edificio tanguero, creó una página semanal sobre el tema que se mantuvo por 25 años. Miembro Fundador de la Academia Nacional del Tango. Asistió a dos Congresos Mundiales de Tango. Dictó cátedra en distintas universidades. Es autor de Radiografía de Carlos Gardel, Los temas del Tango y Melancólico Testigo. Recibió más de cien premios, entre ellos: Centro Cultural del Tango, Orden del Porteño, Estrella de Mar, Internacional Carlos Gardel, a los Mejores de Casa Blanca, Pedro de Mendoza y Rey de España.  Fue Premio Konex de Platino 1997. Premio Konex 1987. Jurado Premios Konex 2005 y 1995.

A poco de su fallecimiento, los periodistas Carlos Torrengo y Claudio Andrade, escribieron en el diario Río Negro una espléndida semblanza sobre Göttling:

“En estos años tan plenos de tecnologías, de programas de edición y diseño, el periodismo ha asistido a la desaparición de algunos de sus mayores emblemas profesionales.

No es sólo una cuestión de usos y costumbres, también de generaciones. Indefectiblemente el tiempo no pasa en vano para nadie.

Con ellos también han partido algunas certezas fundamentales en el ejercicio de la crónica cotidiana. Las más importantes indican que, en el arte de la escritura periodística, sólo es posible mejorar el estilo y la calidad leyendo buena literatura y mejor periodismo.

Porque el talento, digan lo que digan, tanto como la estupidez, puede resultar contagioso.

La partida de Jorge Göttling dejará un espacio vacío en las páginas de los diarios de la actualidad. Su nombre puede ser asociado al de otros grandes maestros del periodismo como Miguel Briante, fallecido accidentalmente a los 60 y tantos años, Feliciano Hidalgo, muerto de cáncer, fantástico entrevistador y especialista en vinos, Osvaldo Ardizone y Rodolfo Walsh, entre otros.

Ese Osvaldo Ardizone que, sobre el cierre de edición, ponía los pies sobre el escritorio y se dormía. Inexorablemente 15 minutos después se despertaba al grito de "¡La tinta llama, la verdad me convoca!", y arrancaba de nuevo.

El periodismo no se ha recuperado de esas despedidas.

Hay quien puede alegar que las mesas pobladas de animados polemistas, bohemios sabelotodos, tragalibros sin rumbo, que durante años pulularon en ciertos periódicos argentinos corresponden más a una edad dorada, una leyenda o a un tiempo que no sobrevivió a sus propias flaquezas. Sin embargo, la figura del periodista como personaje intelectual, amante de la universalidad del conocimiento que abarca desde lo académico al saber de la calle, se ha convertido en un recuerdo que luego se refleja en la ausencia de maestros en las redacciones.

Tal vez esta misma crónica suene a discurso tozudo de dos que se niegan a reconocer los cambios.

O probablemente sea una queja, un apunte que se remite al día a día de los matutinos para demostrar que no se miente al decir que falta virtud en el uso de la línea. Que la poesía y el punto de vista original se han vuelto un hecho extraño.

Hay una máxima que cae de perogrullo: los profesionales que más utilizan el lenguaje en público son precisamente los periodistas. Y el uso adecuado del texto escrito (sea en internet o en un diario en papel) exige la alimentación de quien escribe con más textos. Una palabra lleva a la otra, como un libro al siguiente.

Aún podemos encontrar a verdaderos prodigios de la línea en nombres como Manuel Vicent, Rosa Montero, Maruja Torres, históricos periodistas de "El País" de Madrid. En tanto que de este lado del Atlántico, los de Juan José Panno, Ezequiel Fernández Moore, Ariel Scher, Claudio Uriarte, no sonarán ajenos.

Es una materia del periodismo contemporáneo revindicar una forma de entender el trabajo y el desarrollo intelectual. Por años el vínculo entre la literatura y el arte en general y el periodismo fue un hecho sin discusiones.

En la pared de la redacción del "Río Negro", hay pegadas con cinta adhesiva algunas fotografías trucadas. Otras que son insólitas, una cola gorda y desparramada... otra cola que es "la cola". Abundan noticias cómicas y entre esa notable papelería resalta una columna de Jorge Göttling, "La espera del ciruja de Plaza Francia".

La pegó "la perrada", como definía el elegante Jorge Lozano a los pibes más jóvenes de una redacción.

La ubicación de la columna de Jorge Göttling, por sobre tanta chanza cotidiana, es un homenaje al periodismo que nos inspira.

Ese periodismo que Jorge Göttling lució aquella noche de primavera de un año de finales de los 80, cuando llegó al sitio cotidiano de concentración “una mesa de café de Plaza Freud”, miró a "la perrada" con esos ojos aguados que tanta vida definían y simplemente dijo... "Dios les permite a los hombres / soñar cosas que son ciertas". Renovó su mirada sobre "la perrada" y remató: Borges... "Milonga del Muerto".

Luego Jorge Göttling paseó sus ojos por el resto de las mesas y casi imperceptiblemente sentenció: "Nuestras víctimas"...

Y detectó una nena desafiada por un helado que era el doble de ella. Tenaz, le daba batalla. Sus manos regordetas hincaban anárquicamente la cucharita por aquí y por allá. Y Jorge Göttling deslizó: “Se le va a caer el helado. Se ensuciará el vestidito. La madre se pondrá histérica. La nena se pondrá a llorar. El padre prenderá un pucho. "¡No te ocupás de nada!", le dirá la mujer mientras limpia a la nena, y vendrá la moza y le dirá a la nena: "No es nada, mi amor". Y si mañana no hay tema, bueno... escribiremos sobre esto.

Segundos después, a la nena se la cayó el helado. Y con maniática precisión, le siguió la seguidilla de sucesos previstos por Jorge Göttling.

Escribe Jorge Göttling en uno de los tramos de la nota que está en la redacción del "Río Negro": "Tiene ojos celestes, la sal del tiempo le oxidó la cara, le dejó estigmas, hinchado por el vino o los hidratos, manos que se prolongan en dedos amorcillados, con uñas largas y negras".

Jorge Göttling cruzó el periodismo por la senda del talento. Por la huella del estilo que hamaca reflexiones sin enojos. Sin furia. Sin querellas. Acarició las palabras y las estampó desde una consideración muy noble para con el lector. Nada de golpe bajo. Cero de grandilocuencia. Claridad. Economía de palabras. Textos cortos. Cuanto más cortos, más sabrosos.

Jorge Göttling vio en el periodismo una inmensa posibilidad de mirar la vida desde la desprolijidad que le es consustancial.

Jorge Göttling no fue al periodismo para ser "fiscal de la República". Y pontificar desde ese aparentemente moral cetro. No buscó el bronce. Eso fue y es para mamarrachos del periodismo.

Jorge Göttling logró algo más digno. Más cristalino. Que quizá se pueda definir como "simple ayuda a pasar por esta vida".

 


LA CATÁSTROFE NOCTURNA DE CHARCAS AL FONDO


Por Jorge Göttling

Son las diez de la noche y cae sobre Buenos Aires una llovizna de alfileres. Eusebio, 17 años, ojos tristes y marrones como su piel, corre en su bicicleta el raid de todos los días. Cruza su cuerpo frágil una bolsa térmica que porta el pedido de apuro. Hay cierta poesía de cielo opaco sobre el asfalto de Charcas, al fondo, pero los más realistas, los menos románticos lo confunden con oscuridad. Pedalea y pedalea, seguido por un taxi desocupado. En un instante, la ciudad convulsa inventa otra catástrofe: una mano extendida reclama el taxi que, instantáneamente, se tira a la derecha para estacionar. Desde las sombras emerge un bólido rojo envuelto en música estridente, risotadas, como el prólogo de una noche que asoma perfecta.

La maniobra del taxi le abrió la cancha y se llevó puesta a la bicicleta. Algunos dicen que el conductor, 17 años, ojos vivaces y futuro claro como su piel, amagó frenar, se asustó, intentó huir, pero finalmente se detuvo. La calle se adornó de empanadas. Eusebio quedó desparramado, con esa inmovilidad tétrica de accidentado.

El ruido del golpe convocó a vecinos, a otros automovilistas. Alguien de cabeza fría y corazón caliente llamó al SAME, se acercó un policía. Eusebio movía un brazo: trataba de agarrar unas hojas con garabatos extraños, signos que podrían pertenecer a un críptico y secreto proyecto memorial.

Eusebio, cara de pizza, manos de empanada, es otra entidad sin nombre en el fárrago de la ciudad. Es el que toca el timbre, el que se va contento por la redondez de la moneda de un peso. Es nadie. El taxista intenta explicar, un teórico advierte ceremoniosamente que la bicicleta no tiene luces. El conductor del auto, acompañado por otros dos de imagen parecida, habla por celular, se lo nota asustado. La ambulancia lo lleva al Fernández, detona una buena noticia: sólo tiene golpes fuertes en el cuerpo y en la cara, que se harán pronto moretones o cicatrices. A Eusebio, el hambre siempre estuvo pisándole los talones. Desde la muerte de su padre, pelea contra la sombra alargada de los recuerdos. También estará solo esta noche, su madre trabaja en fabril horario nocturno, se enterará cuando todo pase. Pregunta por las páginas mojadas por la lluvia. Son su único capital, el apunte con el que, pronto, dirimirá el ingreso a la Universidad.

En el hospital hay ya revuelo de abogados al acecho. En Charcas al fondo, la piedad se arma de cuchillos: «Después, uno los tiene que pagar por buenos».

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