

Osvaldo Morresi había arrancado el domingo 27 de marzo de 1994 ganando la primera serie del Turismo Carretera en el circuito “19 de noviembre” de La Plata, donde superó a Walter Hernández y Fabián Acuña. Ya en la final marchaba puntero, cuando en la vuelta 10 el Chevrolet que manejaba en compañía de Jorge Marceca se descontroló sobre el camino “Costa Sud”, previo a la chicana 5, e impactó contra un talud. “El Pato”, el hombre nacido el 15 de agosto de 1952 en la localidad bonaerense de San Pedro, perdía la vida y su copiloto lo hacía dos días después debido a la gravedad de las heridas.
La mancha mortal de aceite que se cruzó en el camino del circuito semipermanente de la capital provincial sirvió, además, para traer a la memoria al accidente de Roberto Mouras, otro ídolo de Chevrolet que falleció en 1992, en Lobos. Este accidente, junto al de Morresi, marcó el inicio del fin para las carreras en semipermanentes de ruta, ya que la ACTC comenzó a reemplazarlas por los autódromos.
A partir de ese día se corrieron diez competencias más en ruta. La última fue en Santa Teresita en el año 1997. La razón le ganaba a la pasión y a partir de ese momento, el TC corrió exclusivamente en autódromos (a comienzos del 2000 hubo algunas carreras en bases aéreas).
El gran día del Pato fue el 4 de mayo de 1986 en el emblemático escenario que lo vio debutar, el semipemanente de Tandil, luchando nada menos con Oscar Castellano y Emilio Satriano. Fue triunfo, y al final el año se sumó al equipo de los hermanos Emilio y Pablo Satriano. Y un año más tarde formó equipo con Mouras.
En 1989, el sampedrino ganó su segunda carrera en la categoría, esta vez en el autódromo Oscar Gálvez. Mientras que un año más tarde, un zarpazo en la última vuelta ante Oscar Castellano, lo puso definitivamente en el corazón de la hinchada del “Chivo”. Y fue 1991 su gran año con tres triunfos.
Tras haber abandonado en la primera fecha de ese fatídico 1994 y haber subido al podio en la segunda carrera, Morresi, que venía de imponerse dos veces en ese escenario de La Plata, tenía la esperanza de volver a ser el primero en ver la bandera a cuadros. Sin embargo, cuando punteaba la final con casi 10 segundos de distancia sobre el segundo, la mancha de aceite provocó la tragedia que terminara con su pida y la de su copiloto.
Osvaldo Morresi fue un gran tipo y enorme piloto. Alcanzó la estatura de ídolo para la hinchada del Chivo, a fuerza de talento, garra y corazón. Querido por los pilotos, adorado por la gente de Chevrolet.