domingo 18 de mayo de 2025

CULTURA | 5 abr 2024

RECORDANDO A VIEJAS REVISTAS

“Chaupinela”, otra luz entre las tinieblas

“Que el deporte debiera ser una gran escuela de democracia y un enorme recinto de convivencia entre altos y bajos, pobres y ricos, es una cosa. Que lo sea, es otra. Porque en realidad es una competencia constante entre los de arriba y los de abajo. Es clasista hasta los tuétanos”. (Dante Panzeri, “Chaupinela” 1974).


Por: Ismael A. Canaparo

La revista “Chaupinela” publicó veinte números entre 1974 y 1975. Junto con “Mengano”, fue una de las dos revistas en las que se dividió la redacción de “Satiricón” tras su clausura durante el gobierno de Isabel Perón.

El proyecto fue comandado por Andrés Cascioli. Para ello, fundó Ediciones de la Urraca que, con el tiempo, llegaría a situarse entre las más importantes editoriales de la historia del periodismo argentino, debido, en especial, a la publicación de la revista “Hum®”. A Cascioli lo acompañaron, como “asesores de dirección y redacción”, Carlos Abrevaya y Jorge Guinzburg. Entre el notable equipo de colaboradores mencionemos a Ceo, Cepeda, Crist, Fontanarrosa, Alicia Gallotti, Garaycochea, Socorro González Guerrico, Grondona White, Rolando Hanglin, Izquierdo Brown, Kalondi, Laura Linares, Liotta, Luisa María Livingston, Carlos Llosa, Napoleón, Ortiz, Oswal, Pancho, Dante Panzeri, Peiró, Pérez D’Elías, Jaime Poniachik, Carlos Rivas, Aldo Rivero, Tomás Sanz, Jorge Sanzol, Marcial Souto, Tabaré, Carlos Ulanovsky y Viuti.

Pese a su breve duración, “Chaupinela” fue un referente del humor gráfico de la década del setenta. El propio Cascioli la recordó como una revista “intermedia”: “Chaupinela” constituye un paso hacia “Humor Registrado”, algo así como el eslabón inmediato o su prehistoria”. Esta transición se comprueba también en su disposición gráfica y en algunas de sus secciones, como “Quemá esas cartas”.

“Chaupinela” publicó en sus primeros números un suplemento de historietas en color, que convocó a grandes autores. Allí revivió el mítico personaje de Vito Nervio, con dibujos de Alberto Breccia y guiones de Leonardo Wadel. Destacadas fueron las entrevistas a importantes figuras de la época como Sergio Renán, Arturo Puig, Marta Lynch, Leonor Benedetto, Enrique Carreras, El Cuchi Leguizamón, Libertad Lamarque, Moria Casán, Paco Jamandreu, Claudia Lapacó, Luis Alberto Spinetta, Miguel Ángel Brindisi, Thelma Tixou o Luis Brandoni.

Las portadas firmadas por el director adoptaron en los primeros cuatro números, como afirma Marta Burkart “un estilo expresionista tributario de Robet Crumb”; en los siguientes doce, “retomó su vertiente más realista y retrató a destacadas y variadas personalidades de la cultura argentina víctimas de algún gesto o acto violento; y en los últimos cuatro, ya alejado José López Rega del gobierno, reapareció la caricatura personal de las principales figuras del gobierno peronista”. También a partir del quinto número, la revista profundizó la sátira política y cambió su lema según los avatares de la política y el hostigamiento de la censura: La revista de las Creaciones Colectivas de Trabajo, de los piojosos, de los que están en la picota, de los que la piden prestada, de los que nacieron a oscuras, de los que reciben las bofetadas, de los que te hicieron la caricatura, de los que tiran la piedra y muestran la mano.

Hacia fines de 1975, la justicia autorizó el regreso de “Satiricón”. En su último número, “Chaupinela” confesó “la sensación inequívoca de que han quedado muchas cosas por decir, que aún no hemos podido hablar como se debería de tanta trágica payasada, de tanto infantilismo político, de tanto daño y dolor comprados tiempo atrás y pagados desde entonces en incómodas”. Después de unas tapas con caricaturas de Isabel Perón, consideradas irreverentes, “Chaupinela” publicó su número 20 con una historieta de Pérez D’Elías que satirizaba la llamada “Cruzada de la Solidaridad” del gobierno. El hecho significó un juicio por desacato para la revista y la detención del director, que fue liberado poco después. “La cuestión no prosperó”, dijo Cascioli, “pero fue suficiente para dar de baja la publicación”.


EL DEPORTE ES LUCHA DE CLASES SOCIALES


Dante Panzeri. 

Aunque en muchísimos aspectos parezca todo lo contrario, el deporte es algo naturalmente separatista en el ámbito social. Sucede que fue -y es- una manera (velada, eso sí) de separar a mersas y bienudos.

Inicialmente lo mersa se llamaba “la chusma”; después se lo conoció por “grasa”. Los clubes-chusma se llamaban, generalmente, “Club Atlético”. Y bautizados en inglés tenían más categoría. Lo que ahora se llama club “bien”, se conocía como “pituco”. Y los clubes-pitucos -caracterizados por reunir apellidos con aristocracia económica, intelectual y también política (especialmente conservadores)- se llamaban “Club Social y Deportivo”. Cuando además ejercitaban la timba o el escolaso, eran “Social, Deportivo y Recreativo”. Pero timba siempre hubo en todos. Timbear es mersa y bienudo.

Inicialmente el separatismo social estaba echado. Luego se fue diluyendo. Disfrazándose con otras pilchas. Pero el separatismo social subsiste bajo muchas vestimentas. Por ejemplo: en Buenos Aires es más “bien” ser de River que ser de Boca, que siempre es “mersa”, porque es “pueblo”. Lo curioso es que Boca nunca llegó a tener 60.000 socios que alguna vez tuvo River. Pero dejemos eso aparte. También el pueblo se infiltra en la oligarquía. De donde se infiere que pueblo es todo bicho que camina y va a parar al asador.

En Rosario es de mersas ser “canallas”, y de tipos con prosapia social ser “leprosos” (Central-Newell´s).

En La Plata, la grasa es tripera y la aristo es pincharrata (Gimnasia-Estudiantes).

Lo mismo en Santa Fe con el popular sabalero Colón y el tatengue cajetilla Unión. En Montevideo con Nacional y Peñarol. En Río de Janeiro con Flamengo y Fluminense. Y en cada comarca habitada por más de un ciudadano pasa lo mismo. Somos clasistas-separatistas por vocación. A nadie se le ocurre tener un club de una sola persona, porque no le dan permiso y los demás no lo hacen. Pero todos sueñan con tener un “unicato propio”.

Y esto se demuestra recordando los orígenes cismáticos de la mayoría de nuestros clubes deportivos. Se gestan en escisiones. En conflictos internos que culminan con un nuevo club de los disidentes, con el que nace la rivalidad de barriada o de ciudad. Rivalidad que los periodistas denominan enseguida “tradicional”, aunque date de una semana.

Casi siempre, en esa explosiva rivalidad, la primera discriminación es social: mersas serán quienes sean numéricamente más; bienudos los que sean menos, aunque después se dé lo contrario.

Y la cuestión tiene límites no solamente futbolísticos. Llega a todos los deportes. En rugby son un ejemplo de ello los dos San Isidro. Cada deporte tiene una o muchas muestras de esos separatismos sociales que, conviene recordarlo, se extienden a los propios boliches de parada de las respectivas legiones de adictos. Cuando los “tuercas” proclamaron sus divisiones, por ejemplo, entre “grasas” con mamelucos sucios del Turismo Carretera y “categoría sport” con guantes sin dedos, se estableció una frontera con un boliche a cada lado para cada especialidad. Esa rivalidad llega al tránsito callejero, Ford o Chevrolet.

(Fragmento de una nota escrita por Dante Panzeri en “Chaupinela”/1974).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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