

Por: ISMAEL CANAPARO
El guitarrista Ciro Leonel Pérez Avero nació el 9 de diciembre de 1944 en la localidad uruguaya de Canelones. Ya en 1960, a los 16 años, conoció en una peña al por entonces desconocido, pero luego legendario cantautor Alfredo Zittarosa. Tocaron juntos durante más de 10 años, hasta que el autor de “Adagio en mi país” tuvo que emigrar por la represión de la junta militar.
Hace casi treinta años que vive en la isla de Córcega (Francia), donde despunta el vicio y la nostalgia, dirigiendo una orquesta de tango. Todos los años, en verano, visita a su entrañable país. Tiene una vivienda en el barrio de Balneario Argentino, donde recibe a sus amigos. “Todos me piden que toque “El violín de Becho”, bellísima página que Alfredo dedicó a su violinista Cacho “Becho” Eizmendi”, decía en una entrevista.
“Mi padre regenteaba un salón de baile. Tenía un amigo que dirigía una orquesta, Héctor Ruggiero, y siempre iba a hacer los bailes a mi casa. Yo era chico, un pibe. Y bueno, me gustaba mucho la música, siempre me gustó mucho la música desde niño. Empecé con el bandoneón, a tocar de oído. Toqué un poquito el fueye, pero después fue más fuerte el impulso hacia la guitarra. Cuando comencé con la guitarra dejé el bandoneón y fue ya lo decisivo para mí en el sentido de que me gustaba muchísimo. Estudié un poquito de solfeo, pero después era más rápido el oído que la lectura, en aquel medio en el que estaba, acompañando gente, cantores y haciendo otro tipo de música, no música clásica, sino tango, folclore y todas esas cosas. Y ahí empecé con Zitarrosa. Con Alfredo estuve 10 años, grabé 10 o 12 long-play con él. Un gran maestro también, un gran amigo”, contaba Ciro.
Con respecto a Zitarrosa y ese hermoso vínculo, contó: “A Alfredo lo conocí en Teluria (*), donde en aquella época yo acompañaba a Lágrima Ríos y a Héctor Scelza. Y una noche vino Alfredo, que recién había grabado el primer 45 rpm. Era medio temprano y todavía no empezaba el show, él estaba tocando una milonga con Yamandú Palacios, quien luego me lo presentó. Aquella misma noche, cuando terminé de tocar, me invitó a ir a la casa. Ya eran como las cinco de la mañana. Nos tomamos unos mates y me propuso hacer una gira por el Uruguay, que él estaba programando. Así se dio: arrancamos, los dos mano a mano”.
Ciro Pérez estuvo en la “Agrupación Horacio Ferrer y sus amigos” y así lo recordó: “Fue en el ‘75 o ‘76, por ahí. Horacio armó un grupo con Alfredo Sadi, Ramberto Narvaez y otro muchacho, del que ahora no recuerdo el nombre, que cantaba muy bien. Y bueno, con ese un grupo hicimos algunos trabajos en Buenos Aires. Y después empecé con Aldo Monges. Estuve tres años con él y participamos en los festivales de Cosquín y de Jesús María. En Uruguay estuvimos en Canal 4, en Maldonado, en fin, hicimos muchas cosas con Aldo. Después ya me conecté con Roberto Grela, que quería terminar un disco que se llamaba “Grela a Gardel”. Ese fue el primero que hicimos con él, con Laina y con Roberto Di Filippo, que era un gran músico que también tocaba el bandoneón. Después lo dejó porque empezó a tocar el oboe en la orquesta clásica de Buenos Aires. En el primer disco que hicimos con Roberto todos los temas son de Gardel menos uno que es de Grela y que se llama “A Don Carlos de Buenos Aires”. Después hicimos “Las nuevas creaciones de Roberto Grela”, un disco a dúo, que es justamente el que estoy escuchando ahora. Fuimos e hicimos un montón de temas muy lindos. En aquel momento todavía no estaba en el “Viejo Almacén”, y un día me llamó a las dos de la mañana para que fuera a acompañar a Hugo del Carril a la ciudad de Artigas. Me dijo: “Ciro, andá a tu país porque tenés que acompañar a Hugo”. Como él no podía ir, me mandó a mí. Hicimos la ciudad de Artigas por el centenario, después fuimos a Salto, tocamos en el club Salto y en Concordia, donde estaba el ya fallecido Juan D’Arienzo con toda su orquesta. Era impresionante la cantidad de gente que había y fue un gusto de haber trabajado con Hugo del Carril. Gran persona, gran amigo, gran maestro”.
Ciro Pérez es sin duda el más talentoso seguidor de la línea de Roberto Grela y heredero directo. De hecho, se ha desempeñado durante más de cinco años junto al Maestro, pero también con las estrellas del tango argentino, como Edmundo Rivero, Rubén Juárez, Dino Saluzzi, Rodolfo Mederos, entre otros Como tal, es uno de los últimos exponentes de la época de oro del tango.
(*) Teluria es un espacio que ocupa más de 500 metros cuadrados con techos altos, muros de piedra, columnas en fierro forjado y pilares de granito. Se convirtió en los años 60 y 70 en la casa montevideana de Jorge Cafrune y en el reducto de Facundo Cabral, Raúl Lavié, Mercedes Sosa, y donde se forjaron las mejores versiones de Los Olimareños, Alfredo Zitarrosa, Osiris Rodríguez Castillos, José el Sabalero Carbajal, Daniel Viglietti, Rubén Rada, Eduardo Mateo, Lágrima Ríos y tantos y tantos.
Bibliografía: El Montevideano - Laboratorio de Artes.
NAVIDAD EN EL ABASTO
Música: Ciro Pérez Letra: Horacio Ferrer
Lo que el diablo y Dios propongan
en la noche, pertenece
a “Las mil y una milongas”
que saben las curanderas.
Siete luces hechiceras
en sus crenchas fosforescen
y en cada umbral con tres piojos
violeros dan su cantada,
con la lengua embarazada
por sobrehurnanos antojos.
Cierta brujita que habita
en el cajón de un mercado
y que tiene dos ciruelas
celestes en vez de ojos,
volando sobre un hinojo
y en curda de agua bendita,
la otra noche me ha contado
lo que un invierno ocurrió
por el Abasto. Permita,
que tal cual lo cuente yo.
A la calle, a la calle,
repecharemos,
hasta la Buenos Aires
del viejo tiempo, ¡ay!
Año catorce, Cabrera
entre Anchorena y Laprida.
La casita es pobretera,
con menos piezas que vidas.
En una pieza, el destino;
pared por medio, una mesa
de pino, allí don Aníbal
con sus frates: algo esperan.
Y en la ventana un divino
Gardel de la guarda, reza.
A la calle, a la calle,
bandoneoncitos,
con un tango de cuna
canten bajito, ¡ay!
Y al fin con voz agorera
que estremece a la pared,
¡Varón!, dice la partera.
De zurda el padre golpea
la mesa volcando el vino
y el vino bautiza al niño:
— Vivirá muerto de sed,
se morirá de cariño,
renacerá siempre y sea
primero y último. Amén.
A la calle, a la calle,
que cada uno
le dé un beso a su madre,
¡nació Pichuco!
Aleluya
(Del espectáculo "Simplemente Pichuco", estrenado en el teatro Odeón).