

Por: Ismael A. Canaparo
Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta Cendoya, conocido como Gabriel Celaya (18 de marzo de 1911 – 18 de abril de 1991), fue un poeta español de la generación literaria de la posguerra, de los más destacados representantes de la que se denominó “poesía comprometida” o poesía social.
Gabriel Celaya, que también firmó sus versos como Rafael Múgica y Juan de Leceta, residió temporalmente en Pau (Francia) y estudió el bachillerato como alumno libre en San Sebastián, concluyéndolo en 1927. En 1929 ingresó en la Escuela de Ingeniería Industrial de Madrid, donde cursaría también Filosofía y Letras. En Madrid trabó contacto con los poetas del 27 y con Pablo Neruda. En 1935 terminó los estudios de ingeniería, y publicó su primer libro, “Marea del silencio”. En 1936 obtuvo el Premio Centenario Bécquer con “La soledad cerrada” (1947). Sus primeros poemarios muestran una vertiente vanguardista y surreal bajo el magisterio del 27.
Durante la guerra civil fue capitán de gudaris del ejército republicano de Euskadi. Tras la contienda, pasó a trabajar en el negocio familiar, y siguió escribiendo en una suerte de exilio interior las composiciones de “La música y la sangre” y “Avenidas”, libros que no verían la luz hasta su publicación en “Deriva” (1950) o en sus “Obras completas” de 1969.
Sumido en una crisis personal, salió de ella cuando conoció a Amparo Gastón en 1946. Juntos emprenden diversos proyectos literarios, como la fundación de la colección de poesía “Norte”. Allí apareció “Tranquilamente hablando” (1947), que inaugura la poesía social de posguerra, que alcanzaría su momento de máxima intensidad con “Cantos íberos” (1955), verdadera toma de conciencia y manifestación del compromiso con la realidad histórica. En 1956 se trasladó a Madrid para dedicarse completamente a la poesía. La década del cincuenta fue de gran actividad literaria y social: “Deriva” (1950), “Las cartas boca arriba” (1951), “Lo demás es silencio” (1952), “Paz y concierto” (1953), “De claro en claro” (1956; “Premio de la Crítica” (1957), “Las resistencias del diamante” (1957), “El corazón en su sitio” (1959), “Poesía urgente” (1960). Por entonces, su poesía avanza desde un entrañable tono cotidiano a los tintes épicos o dramáticos de obras como “Cantata en Aleixandre” (1959) o “Rapsodia éuskara” (1961), donde se vislumbra ya una preocupación por la tierra natal y los valores legendarios de su pueblo, algo que también se observa en “Mazorcas” (1962) y “Baladas y decires vascos” (1965).
En 1963 se le concedió el Premio Internacional Libera Stampa por el conjunto de su obra, así como el Premio Atalaya de Poesía. Su compromiso con la libertad le lleva a participar en diversos actos y asambleas estudiantiles. En 1965 conoció al poeta cubano Nicolás Guillén. Al año siguiente viajó a Cuba, donde en 1967 participó en el jurado de la Unión de Escritores y Artistas Cubanos. Durante esos años viajó también a países como Brasil -donde inaugura un monumento a García Lorca- o Italia. En 1968 fue galardonado con el Premio Internacional Taormina. Su poesía se adentra por entonces en vías de innovación experimental, en títulos como “Los espejos transparentes” (1968), “Campos semánticos” (1971) -una inmersión en la poesía visual-, o en los tonos matemático musicales de “Lírica de cámara” (1969) y “Función de Uno, Equis, Ene” (1973). La conjunción del experimentalismo con la vertiente coloquial y social da origen a libros como “La higa de Arbigorriya” (1975), “Parte de guerra” o “El hilo rojo” (ambos de 1977). En 1977, su compromiso político le llevó a ser candidato al Senado por Guipúzcoa en las filas del Partido Comunista. Su poesía muestra una preocupación cada vez mayor por la historia ancestral, tal como se constata en “Iberia sumergida” (1978). “Penúltimos poemas” (1982) y “Cantos y mitos” (1983) son el máximo exponente de una poesía órfica, donde el hecho literario es experiencia de salvación, y vía de penetración en el misterio y en la verdad de la existencia, bajo la utilización del mito griego, que en “Orígenes” (1990) es sustituido por el íbero. En 1986 el Ministerio de Cultura le otorgó el Premio Nacional de las Letras, y en 1994 la Universidad de Granada le concedió a título póstumo el doctorado honoris causa.
En las postrimerías del franquismo y durante la transición a la democracia, su obra gozó de cierta popularidad, gracias a las adaptaciones musicales de cantautores como Paco Ibáñez; pero, a pesar de que en 1986 fue galardonado con el Premio Nacional de las Letras Españolas, los últimos años de su vida transcurrieron entre penurias económicas que le llevaron a vender su biblioteca a la Diputación Provincial de Guipúzcoa, y a que el Ministerio de Cultura se hiciera cargo del costo de su estancia en el hospital en 1990. A muchos de sus poemas les han puesto música cantautores como Paco Ibáñez y Luis Eduardo Aute. Trabajó como traductor de Rilke, William Blake, Rimbaud y Paul Eluard.
Bibliografía: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes y Federación Uruguaya de Magisterio.
DESPEDIDA
Quizás, cuando me muera,
dirán: Era un poeta.
Y el mundo, siempre bello,
brillará sin conciencia.
Quizás tú no recuerdes
quién fui, mas en ti suenen
los anónimos versos
que un día puse en ciernes.
Quizás no quede nada
de mí, ni una palabra,
ni una de estas palabras
que hoy sueño en el mañana.
Pero visto o no visto,
pero dicho o no dicho,
yo estaré en vuestra sombra,
¡oh hermosamente vivos!
Yo seguiré siguiendo,
yo seguiré muriendo,
seré, no sé bien cómo,
parte del gran concierto.