

Por: Ismael A. Canaparo
Para hablar de Nicolino no he tomado la precaución que sí tuve para otras evocaciones: traer a mi mesa un “borrador” con algunos sesgos de su personalidad, a modo de inventario, dentro de ideas específicas sobre el enigmático encuentro del boxeo que él interpretó y su público. Una relación que asumió la magia de lo increíble, de lo bello, de lo picaresco, de la complicidad que solamente se puede contagiar a través de inocentes “travesuras”. Me resultó imposible sintetizar, a modo de anotaciones breves, trazos del misterio que definió la relación que entabló con la gente en general. Locche fue uno de los mejores boxeadores argentinos de la segunda mitad del siglo pasado. Un verdadero maestro sin alumnos, porque nadie siguió su escuela. Pero, ¿hubiese sido posible?
Entre tantas cosas irreemplazables que uno aprisiona para siempre en el corazón, siempre hay matices distintos para distinguir esas sensaciones. Nada es igual, aunque en el fondo tengan “hilitos” similares. Y no son emociones ocasionales, porque uno las vive como si fueran eternas, como si no se murieran nunca. La fugacidad es un rasgo de la vida que nos cuesta aceptar. Uno transita por este mundo como si fuera a ser eterno. O, al menos, durar bastante. Pero no: somos como la máquina de escribir antes y la computadora ahora. En todos los órdenes, es un calco. Es lo mismo. Inventos fugaces. Sólo que en el caso de Nicolino Felipe Locche (2 de setiembre de 1939 – 7 de setiembre de 2005), lo suyo no fue un boxeo efímero. Fue un molde irreemplazable, inmortal, perpetuo.
Ahora que se produjo un triste vacío en el Luna Park (en rigor, hace bastante que no hay ninguna programación de boxeo), es toda una tristeza que ya no esté “El intocable” produciendo esos “derechazos” directos al corazón, aunque él representó el revés de la trama: tocar, no pegar. Malabarismo de la más pura esencia. Acariciar, bailar, escapar y, de improviso, irse a las barbas de su oponente, poniéndole la cara para que le “peguen” y desaparecer de la escena, casi como un fantasma. Eso era Locche. Fantasía genuina, magia traviesa, enigma puro.
Durante un montón de años, el sábado a la noche fue casi una religiosa “obligación” ir al Luna. Nadie podía faltar. “Hoy pelea Locche”, era la consigna que se pasaba de boca en boca. Y el coliseo de Corrientes y Bouchard, repleto hasta por los codos, moría ante cada finta de Nicolino, ante cada esquive, ante cada gambeta, ante cada conejo que salía de su galera burlona, casi infantil. El imán de su figura convocó a muchas generaciones. No había límites para la alegría. Nadie iba a ver “sangre”, todos querían ver al mito que ganaba sin un golpe. Pero seguramente perdurarán entre los duendes de la noche porteña aquellas estrofas que entonaba Chico Navarro, cuando cantaba "un sábado más / sobre Buenos Aires un sábado más / si hoy pelea Locche en el Luna Park".
Se habló mucho de la influencia del “arte de Nicolino” en la evolución, o no, del boxeo argentino. Y con razón, porque es evidente que el mendocino representó toda una etapa “científica” en la concepción “filosófica” del rudo deporte. Se habló menos, claro, de su apego a “no dejarse pegar”. Eso no vendía a futuro, pese a que en ese momento llenaba estadios. Es decir, no convenía que hubiesen otros Locche. Al menos, con ese estilo. Los periodistas de obediencia positiva, únicamente argumentaban que “no pega”, para enseñarnos que en tiempos pasados, la única filosofía valida del boxeo tenía sus raíces en una costumbre antigua y medieval: la destrucción del adversario. Pero “Nico” se reveló contra la tiranía de aquellos que preferían ver “fiambres en el ring” y transformó el espectáculo en una suerte de liberación progresiva de la belleza, de la sutileza.
Uno tiene la costumbre de dudar de noticias e informes de los diarios y revistas (ni hablar de aquellas que proceden de la radio y televisión), pero nunca del diccionario de la Real Academia Española. ¿Por qué se piensa que este tesoro de la lengua es infalible? En la última edición, surgen 83.500 nuevas palabras y más de 12.000 acepciones añadidas y definiciones modificadas. Y sin embargo, a pesar de algunos agregados modernizadores, como estalinismo, fax, sida, pálida, movida, puentear, visceral, tele, comunicador y otros etcéteras, sigue notándose una equivocación con respecto a la palabra “intocable”. De ella se dice que “no puede ser tocado”. Nada más inexacto. Debería subrayar, en todo caso, la siguiente puntualización: “creación exclusiva del boxeador argentino Nicolino Locche, inventor de la acción y efecto de no dejarse pegar; percepción clara, íntima e instantánea de una idea y una verdad, con prescindencia de la violencia”.
Nicolino Locche fue un boxeador entrañable no sólo porque su personalidad irradiaba ternura, sino porque su estilo tan singular alimentaron la imaginación de casi tres generaciones. El mendocino estuvo lejos, sin embargo, de ser un “púgil argentino autóctono”. El público en general, al que le costó aceptar a Cirilo Gil, otro estilista de enorme talento, prefería a peleadores explosivos: Gatica, Bonavena, Saldaño..... Pero el arte del mendocino pudo más y enseguida se transformó en el preferido de la muchedumbre, inaugurando -hace más de 40 años- el “ole, ole, ole”, que mucho después se popularizó como un desdén dedicado a aquellos que la “ven pasar”.
Indudablemente, Locche reivindicó la necesidad de volcarse a la frescura y a la inocencia en un deporte tan destructivo, apelando tan sólo a las fantasías, a los garabatos de sus alocados esquives. Lo suyo fue la adjudicación de una mirada estética al boxeo universal, donde se movieron imágenes, libres de toda culpa.
Cualquiera que busque una vía de escape hacia la realidad (la tan cotidiana de hambre, miseria, desocupación, crímenes y violencia) y ansía que le hablen con letra concreta, tiene que buscar la proximidad de una voz que le cuente sobre Locche. El único e irrepetible boxeador que siempre le escapó a la solemnidad.
Nicolino fue, en síntesis, quien inventó la ficción en el boxeo. Le quitó dramatismo. Le agregó belleza. Le impuso el ritmo perfecto de los paisajes dibujados en el aire. Fue, en todo caso, el arquitecto más perfecto para diseñar a la autenticidad.
SU ÚLTIMA PELEA
El 7 de agosto de 1976 fue la fecha que eligió el representante de Locche para el último combate de su carrera. El lugar sería el Hotel Llao Llao de San Carlos de Bariloche. Esa mañana de invierno no fue tan fría, 5 grados decía el termómetro del aeródromo. Los titulares de los diarios comentaban centralmente los beneficios del liberalismo comercial impuestos por la junta militar, el IVA aplicaría por “única” vez un aumento que lo dejaría en 16%. Se modificaba y aplicaba el nuevo estatuto de la Unión Ferroviaria. El banquero David Graiver había muerto en México en un sospechoso accidente de avión, dejando al desnudo una operación financiera de Montoneros para blanquear dinero de la organización en circuitos comerciales. Poco y nada decían del programa pugilístico. Esa misma noche, ante el delirio del público, Nicolino subió por última vez a un ring. Lo hizo ante el chileno Ricardo Molina Ortiz, a quien venció por puntos en fallo unánime.
Su récord profesional fue de 117 peleas ganadas (14 por KO), 14 empatadas, 4 perdidas y 1 sin decisión. En 1980 la Fundación Konex le otorgó, en la primera edición de los Premios Konex, el Diploma al Mérito como uno de los cinco mejores boxeadores de la historia. En el año 2003 ingresó al Salón Internacional de la Fama del Boxeo, junto a George Foreman y el jamaicano Mike McCallum.
Murió el miércoles 7 de septiembre de 2005 en Las Heras, Mendoza. La causa del fallecimiento fue una salud muy debilitada por el cigarrillo. Tenía 66 años.
CORTÁZAR: ¡LOCCHE FUE ÚNICO…!
Todos saben que el boxeo fue el deporte predilecto de Julio Cortázar. “Me gusta desde chico, siempre me atrajeron las noticias acerca del box. Y eso que a mí, el deporte, nunca me llamó demasiado la atención. De niño jugué como todos, y de más grande llegué a practicar tenis (soy alto y zurdo). Pero con el box la historia fue diferente. ¿Por qué me atrajo tanto? El disparador fue la pelea Firpo-Dempsey, yo tenía apenas nueve años en aquel tiempo”, explicó el escritor, para seguidamente agregar: “Muchos me criticaron por mi pasión por el boxeo. Lo que ocurre es que no lo veo violento y cruel, como la mayoría. A mí me parece un enfrentamiento muy honesto, muy noble. Y, sobre todo, me interesa el enfrentamiento de dos técnicas, de dos estilos, la habilidad de vencer siendo a veces, más débil”.
Luego le preguntaron si prefería el boxeador "técnico" o el "peleador". No dudó un segundo en responder: “El técnico, toda la vida. Casi siempre estuve del lado del más débil y muchas veces los vi vencer... y es una maravilla. Estéticamente es muy hermoso ver enfrentarse a dos grandes boxeadores. Contemplar sobre un ring, verlo moverse a Sugar Ray Robinson, por ejemplo, es una maravilla. Por eso, nunca me gustaron los boxeadores sin talento”.
Más tarde tuvo que definirse: ¿Ballas, Locche, Sacco? Y tampoco dudó en contestar: “¡El Intocable! Locche fue único. Sé que entró al Salón de la Fama yanqui y eso no lo consigue cualquiera”.