

La historia —que fue tapa de diarios y llevó a parte de los protagonistas al programa de Susana Giménez— ocurrió el lunes 12 de junio de 1995. Los ganadores, un grupo de trece amigos de Lincoln, se llevaron casi diez millones de pesos, en plena época del “uno a uno”. Es decir: diez millones de dólares.
Julio Colombi, uno de esos afortundos tenía 40 años, dos hijos adolescentes y trabajaba en un almacén con carnicería con su esposa, Alicia, que se ocupaba de la caja. Económicamente, asegura en una nota de Infobae, venían “golpeados”. Arrastraban deudas y su mujer atravesaba algunos problemas de salud, después de una mala praxis en una operación.
En ese contexto, surgió la posibilidad de jugar al Quini 6. El grupo con el que apostó no era de su círculo íntimo. “Ellos eran doce amigos que timbeaban en el Club Social”, explicó. Su entrada en la jugada fue más un acto de desesperación que de fe. Uno de ellos, que solía venderle queso en su negocio, le mencionó el tema y Julio no dudó. Tenía apenas 200 dólares guardados en la mesa de luz y al día siguiente debía pagar 800 de un crédito por una camioneta. “Entonces le dije: ‘¿No me llevás cien dólares a mí?’. ‘Sí, cómo no’, me contestó. ‘Después te traigo los números’. La verdad es que si perdíamos y me quedaba con cien era lo mismo: no iba a poder pagar el crédito. Pero yo estaba seguro de que iban a ganar”, recuerda.
Ese lunes a la noche, como todos los lunes, Julio se fue a jugar a la pelota al Club Rivadavia. Allí lo sorprendió la noticia. Las crónicas de la época y algunos linqueños memoriosos recuerdan que algunos de los ganadores se enteraron mirando el sorteo por TV; otros, como Julio, por un llamado. “Cuando atendí el teléfono pensé que estaban cargándome" dijo.
La mayoría no podía creer la cantidad de dinero. “Lo primero que voy a hacer es pagar mis deudas”, aseguró uno de los trece en la televisión local en una entrevista que todavía muchos recuerdan. “¿Y con el resto?”, quiso saber el periodista. “El resto que siga esperando”, replicó. Los que quedaron afuera se lamentaban: “A mí me habían ofrecido participar, pero dije que ‘No’. O pagaba la luz o entraba en el Quini. Decidí pagar la luz”, le confió uno de ellos a este medio.
Lo primero que hizo Julio fue comprar 500 hectáreas de campo, algo que también hicieron otros ganadores. “Para que te des una idea: hoy, esas 500 hectáreas valen algo así como tres millones de dólares. Era muy buena plata. Si la hubiera puesto en el banco, no tendríamos ni para comer” dijo.
La jugada la gestó Ricardo Souza, el dueño de la agencia ubicada en la calle Massey al 900, que todavía existe. La semana anterior habían apostado al pozo vacante del Quini 6 entre ocho y se llevaron doce mil pesos. Entusiasmados, lo intentaron de nuevo: agregaron a más amigos y armaron nueve boletas combinadas. “Decidimos hacer una inversión de 1.500 pesos, con quince partes de cien pesos. En total sumamos a trece personas”, le contaron al diario a Clarín.
Julio, de remera blanca a la derecha, un año después de haber ganado el Quini 6.
Tras la noticia, ese 12 de junio de 1995, Julio fue para la casa de “El Dima”, Jorge Emanuele, quien lo había sumado a la jugada. “Ahí estaban de jolgorio, todos festejando. Yo no sabía ni qué números se habían jugado, ni qué había salido. No sabía nada”, recuerda. De madrugada, ya en el club, lo encaró el dueño de la agencia: “¿Vos sos Julio? Vos te ganaste 473.400 dólares”, le dijo. Julio apenas podía creerlo: había puesto 100 pesos y se estaba llevando casi medio millón. “Agradecido es poco, porque si hubiese sido otro, capaz que ni me daba la plata. Pero ‘El Dima’ era un buen tipo”, dice.
Los primeros días fueron de euforia: “Empezamos a salir con ‘El Dima’ y nuestras señoras a festejar. Era una locura. Pero de a poco, toda esa alegría comenzó a desteñirse.
“Los periodistas llamaban a cualquier hora y no podía dormir. Estuve siete días sin dormir, hasta que me internaron. Me tuvieron que poner una inyección y, cuando me desperté, me habían atado a la cama porque dicen que saltaba”, cuenta.
Si bien estaba contento, a medida que pasaban los días, Julio dice que empezó a sentir un miedo desconocido. “Unos meses antes, a una persona que había ganado el Prode en Entre Ríos, le secuestraron a la hija y le pidieron dinero por el rescate. Al final la mataron. Entonces a mí me agarró miedo, tenía terror de que le pasara algo a mi familia. Ahí empecé con tratamiento psiquiátrico”.
Lo primero que hizo Julio fue comprar 500 hectáreas de campo, algo que también hicieron otros ganadores. “Para que te des una idea: hoy, esas 500 hectáreas valen algo así como tres millones de dólares. Era muy buena plata. Si la hubiera puesto en el banco, no tendríamos ni para comer”, cuenta.
El sueño del campo propio era algo que él y su esposa anhelaban. “Toda una vida quisimos tener campo. Hasta ese momento alquilábamos uno, siempre a base de mucho laburo y sacrificio. Después compré otro campo, otra casa, les regalé una casa a cada uno de mis hijos y seguí produciendo”, agrega.
Aunque al principio quiso sostener el autoservicio, lo terminó cerrando. "Al final, bajamos la persiana y nos fuimos a vivir al campo. Criamos vacas, pollos y sembrábamos. Nunca nos tiramos de panza arriba: siempre seguimos trabajando” contó.
En 1998, exactamente tres años después de ganar medio millón de dólares, Julio tuvo otro golpe de suerte. “Me gané un sorteo y viajé gratis al Mundial: 21 días en Francia, con todo incluido”, cuenta.
El dinero también le sirvió para cubrir gastos de salud. Después de una mala praxis quirúrgica, su mujer tuvo que volver a operarse. “Todo eso hubo que pagarlo. A nosotros la plata nos ayudó mucho. La plata es un mal necesario, pero tenés que saber manejarla”, dice.
¿Si se arrepiente de algo? “Por supuesto que me hubiese gustado viajar por el mundo, pero uno piensa en los hijos, en los nietos y en todas esas cosas. Cuando tuve que comprar, elegí un campo a cuarenta kilómetros de Lincoln, tres veces más grande para poder trabajarlo. A veces digo: ‘Qué pelotudo que fui. Tendría que haberme comprado uno más cerca’. Pero bueno… nosotros nos hicimos de abajo. A mí me enseñaron a trabajar. Nunca tiramos manteca al techo”.
Treinta años después
Luego de ganar los diez millones, los amigos “timberos” siguieron reuniéndose en el Club Lincoln. De los trece que compartieron aquella noche, hoy quedan once: Norberto “El Turco” Sennar y Juan Carlos Emanuele fallecieron. "Los que tenían plata siguen teniendo plata. Y los que estaban secos siguen estando secos. No dieron vuelta su vida con eso”, cuentan en la ciudad.
Julio, que nunca fue parte de ese grupo, pero los conocía a todos, sigue adelante con sus días marcados por pequeñas rutinas y algunos recuerdos de aquella época.
Desde febrero de 2020 camina con un tobillo con trasplante de hueso y tres tornillos. Cada quince días, los sábados, asiste a la parroquia de Lincoln, Inmaculada Concepción, a rezar el rosario y por los enfermos. “Yo sostengo que a mí el Quini me lo mandó Dios”, dice.
Su esposa, que pasó por seis operaciones de columna, sigue siendo su compañera de vida. “Lo importante es que está acá y me está cebando mate. Nosotros hemos pasado por muchas cosas buenas y por muchas cosas malas. Pero bueno, estamos vivos”, afirma.
Ya jubilado, vendió un campo hace tres años y compró una camioneta nueva.Con esa plata, organizó un viaje a Paraguay con Alicia, que emprendieron hace unos días. “Hemos hecho varios viajes, todos los que pudimos, pero siempre manteniendo y cuidando el dinero. Hay algunos a los que no les quedó nada”, se despide.
Publicado en Infobae Fotos/Gentileza de Julio Colombi. Agradecimientos/Nacho Vega.