Por: Ismael A. Canaparo
Posiblemente sea, en estos momentos, uno de los cinco mejores bandoneones de la Argentina, pero jamás lo diría él mismo. El gusto popular porteño, una estructura tanguística que es poderosa, pero que ni siquiera tiene nombre, lo respalda, lo protege, lo acaricia y finalmente lo convierte en un personaje que aparece en los distintos lugares de Buenos Aires y el mundo, envuelto siempre en formatos académicos. Carlos Guillermo Buono (31 de agosto de 1942), juninense de raíces y de corazón, es eso: una imagen controlada de talento e inspiración. Su música tiene un poder de atracción inversamente proporcional al que exhibe cuando se enfrenta a la gente, con el fueye entre sus rodillas.
Como todos los que sueñan triunfar, en cualquier disciplina que fuere, el principio se inicia, quizá un tanto tardíamente, en Buenos Aires. Siempre Buenos Aires. Y hasta allí partió, llevando consigo el estilo interpretativo de Julio De Caro, el hombre que “inventó” el tango instrumental moderno, uno de los artistas más gravitantes del siglo pasado, dueño de avanzadísimas ideas armónicas. Buono, inmerso en finos hilitos de la escuela “decariana”, sin embargo no tardó en adoptar un perfil propio de la mano de los maestros Elifio Rosaenz y Tití Rossi, desbordando los límites tradicionales. Con inteligencia y el “sabor” especial que tienen solamente los tocados por la varita mágica del talento y la creatividad, supo condensar su concepción filosófica del tango, en una singular serie de bellísimas composiciones, obras que le dan testimonio a sentimientos hoy casi inhallables.
En toda su trayectoria, tuvo aprendizajes de lujo, dentro de valiosos apoyos sonoros: en esa línea, actúo con Horacio Salgán, Atilio Stampone, Alfredo Gobbi, Osvaldo Tarantino, Mariano Mores, José Colángelo, Osvaldo Berlinghieri y Orlando Trípodi. Fue director musical de aquel inolvidable reducto que se llamó “Michelángelo”, acompañando a Raúl Lavie y Libertad Lamarque, entre muchísimos otros. Se desempeñó como solista del espectáculo de Julio Bocca en Nueva York, con Adriana Varela, Eladia Blazquez, María Graña y Lito Nebbia. Como un embajador sin sueldo, viene realizando diversas giras por Estados Unidos, Rusia, Canadá, Suecia, Francia, España y Dinamarca, además de otros emprendimientos similares por América Central y América del Sur.
Ahora bien: cuando se dice Buono, también se está diciendo José Luis o Pepe, ese gran periodista deportivo, al que Junín, en su conjunto, le está debiendo un gran homenaje, junto al recorrido de sus no inventariadas obras, muchas transitadas en la mayor soledad. Esto, más allá de la plausible decisión de darle su nombre a una calle para recordarlo. Pepe fue uno de los más fervientes admiradores de Carlitos y en el que creyó a rajatabla, apoyando todos sus sueños. No por razones de sangre, sino por convencimiento pleno.
En estas épocas que corren, el resurgimiento del tango es un hecho auspicioso, casi un espejismo. De todas maneras es muy difícil que aparezcan nuevos creadores, sencillamente porque existen escasos lugares para actuar, con una industria cultural que brilla por su ausencia. En Buenos Aires, son muy pocas las oportunidades que los argentinos (y no los turistas) tienen de deleitarse con la entrañable música del dos por cuatro. En otras palabras: lugares donde se vaya a escuchar un bandoneón, un violín, un piano, acaso una orquesta, y no a ver revolear las hermosas piernas de esas ignotas bailarinas, dentro de una reiteración enfermiza de coreografías vacías, en el marco de un voltaje erótico de intensidad inusitada, para consumo de los de “afuera”.
Este reverdecer del tango se nota especialmente a raíz de la aparición de numerosos instrumentistas jóvenes, que tocan música del presente. Lo valioso es que ellos, a su vez, no ignoran todo aquello que suene como Pugliese, Salgán o Piazzolla o como otros maestros, igualmente valiosos, explotando con inteligencia la riqueza que tienen alrededor.
Como haciéndole un desafío a la crisis que se abatió sobre el tango desde los tardíos años ´50, Buono eligió el camino más difícil: con un grupo de amigos, formó –poco después- el conjunto “Neo Tango”, una verdadera revolución para la época. Junto a Edgardo Gómez, Hugo Fusé, Eduardo Capponi, Félix Raca, Oscar Velilla, Manuel Giambrone y las voces de Jorge Gallardo y Alfredo Peter, Carlitos se las ingenió para hacer una música libre e imaginativa, en una etapa donde el gusto popular masivo era llevado en dirección opuesta. La orquesta se metió de lleno en la búsqueda casi anárquica de un caudal expresivo, creando un propio lenguaje, sin caer en los facilismos, pero sí en la osadía que significaba descubrir lo “nuevo”.
A pedido de
En cierta medida, Carlos Buono, un intérprete llano, creador, sensible y emotivo, pareciera ser un desconocido para la gran mayoría de los juninenses. Siendo éste el síntoma, hay que desear que su redescubrimiento a través del CD, de los recitales y de las presentaciones ocasionales abarque toda su valiosa discografía. ¿Nadie sueña con verlo montado a su bandoneón, en un San Carlos repleto, por ejemplo, dentro de un espectáculo novedoso y creíble? Ya llegará ese momento, especialmente cuando la plataforma de comercialización, necesitada de histrionismo para llamar la atención del público, apueste al consumo masivo de la autenticidad y de lo espontáneo.
Obviamente, nadie está obligado a oír a Carlos Buono. Pero el que no lo hace, se lo pierde.
Detalle al margen: La nota central fue escrita el 12 de abril de 2004, no así el recuadro, que es actual.
AL TEATRO SAN CARLOS LE FALTA CARLITOS
La reapertura y modernización del Cine San Carlos (para muchos románticos sigue siendo “cine”, no “teatro”), resultó por lejos el acontecimiento del año. Lejos de caracterizaciones, es importante reconocer la visión y el aporte de Eduardo Dimarco para la cultura juninense, en muchos aspectos.
Desde algunos lugares periodísticos, hemos venido señalando el deseo propio y de centenares de tangueros que quisieran ver a la orquesta de Carlos Buono sobre el escenario remozado de la calle Arias, tocando para su gente. Esa gente que nunca lo olvidó.
La vigencia del cine en Junín (“ilusión del movimiento proyectado”, decían los expertos) tenía ya varios años cuando se sumó un nuevo lugar para el esparcimiento familiar: el Cine Teatro San Carlos, que fue inaugurado con esa denominación, el 15 de marzo de 1946. La monumental obra, moderna para la época, construida por la empresa de Enrique Dell´Acqua, fue dirigida por el arquitecto Gastón Cartier, por orden de su propietario, Carlos Rinaldi. La concesión se le otorgó a Aurelio Zurro, que por entonces regenteaba casi un centenar de salas en la provincia de Buenos Aires.
La función inaugural comenzó a las 21.15, con un lleno total y gente en los pasillos. Como número central se proyectó “No salgas esta noche”, una película argentina en blanco y negro, dirigida por Arturo García Buhr, según el guion de Sixto Pondal Ríos y Carlos Olivari, que se estrenó el 25 de enero de ese año, en Buenos Aires. Tuvo como protagonistas a Enrique Serrano, Alicia Barrié, Arturo García Buhr, Tilda Thamar, Carlos Castro, Susana Freyre y Olga Zubarry. La velada se completó con varios cortos en tecnicolor: “Los dos barberos”, “Portugal, puerto de Europa” y “El cuento del lobo”, además del Noticiero de Brithis y la actualidad del mundo.