Por: Redacción Semanario
SEMANARIO llegó hasta el Museo Ferroviario de Mar del Tuyú para conocer de cerca la historia de una organización que cumplió 11 años el pasado 8 de noviembre, pero que tiene las vías más cercanas a 50 kilómetros. ¿Por qué entonces semejante amor por el ferro, a diferencia de otros lugares donde el sector fue un ícono del desarrollo, como pasa en Junín?
Esteban Martini, obviamente exferroviario, tiene todas —o casi todas— las respuestas sobre esto.
“En octubre de 2014, un compañero mío de la línea Sarmiento, Ángel Larrañaga, que era auxiliar en aquella época, me dice: ‘Che, Esteban, ¿si armamos acá en Mar del Tuyú un museo ferroviario?’ Y pensé que me estaba cargando. Justo en un lugar donde nunca corrió el ferrocarril y donde quizás nunca lo haga”.
—¿Entonces, qué pasó? ¿Cuál es la estación de trenes más cercana?
—Acá estamos a 50 km de Pinamar, pero la más cercana con tráfico es Dolores, a 120 km. Pero bueno, me dijo: ‘Yo te traigo algunos elementos para empezar, porque está desapareciendo todo’. Entonces le propuse hacer una prueba por un solo día: era un sábado y armamos algo acá en el comedor de mi casa. Ese día vinieron 70 personas. ¿Por qué? Había quien era ferroviario, o hijo, o el nieto que quería recordar lo que le contaba el abuelo. Así que, con semejante debut, dijimos: “Vamos para adelante”. Y este mes cumplimos ya 11 años.
—Y con gran adhesión.
—Y sí, ya nos han visitado 10.000 personas, y para un lugar donde nunca hubo trenes, 10.000 es un logro impresionante.
Entre sus valiosas piezas históricas, el museo conserva objetos únicos como telégrafos, teléfonos de fines del siglo XIX y documentos originales
—¿Y cómo fue creciendo?
-La gente nos donaba distintos elementos y mis hijas y mi esposa me ayudaron a ponerlos en valor. Empezamos en el comedor de mi casa y un día me dicen: “Papi, va a reventar el quincho de las cosas que hay”. Hablé con mi señora y me dice: “No, no, no… la pieza no”. Bueno, cuestión que la pieza matrimonial fue la segunda sala. Y hasta ahora nos manejamos con eso. La casa está dedicada al museo.
—Pero es un lugar que albergó a mucha gente.
-Acá hicimos el primer encuentro del Museo Ferroviario de la Nación: vinieron delegaciones de museos de toda la provincia de Buenos Aires. La verdad que fue algo histórico. El año pasado hicimos la primera fiesta del Ferroviario Costero frente al museo, con la participación de más de 1500 personas y gran cantidad de artistas. Estamos armando la grilla para el segundo festival, que será el domingo 15 de marzo de 2026, y contaremos con el apoyo del municipio de La Costa y, en especial, de la directora de Instituciones Intermedias, María Laura Escalante, que es quien nos acompaña adonde sea con nuestra locura. También tenemos el apoyo de nuestro delegado municipal de Mar del Tuyú, Gabriel Santa Coloma, siempre atento a hacernos una gauchada cada vez que le pedimos.

—Además tienen un proyecto para que el tren pase bastante más cerca.
—Sí, el que denominamos “Tren del Tuyú”, que sale de estación Divisadero de Pinamar, con paradas en Costa Esmeralda, Punta Médanos, Nueva Atlantis y la punta de rieles sería —y va a ser, si Dios lo permite— Paraje Pavón, en Mar del Ajó.
—Un proyecto que de algún modo se relaciona con Junín.
—Sí, porque lo tuvo en carpeta el ministro y exintendente de Junín, Mario Meoni, y ahora lo tiene Martín Marinucci, el secretario de Transporte de la provincia de Buenos Aires. Tenemos el apoyo de todos los intendentes de esta zona y fue declarado de interés por unanimidad en la Cámara de Diputados de la Nación.
—¿Y vos cómo te iniciaste en el ferrocarril?
-Soy de Mercedes, en la provincia de Buenos Aires, y entré en 1983. Primero como peón de servicios generales: limpiaba los andenes, los baños. Después me fui de guardabarrera y volví a la estación como cambista. También estuve de señalero en Mercedes, en la estación García en Chivilcoy y en Luján.
Después ingresé al gremio y, en la época del ‘Mono’ Menem, nos echaron a todos. Yo me quedé en la calle con mis dos nenas chiquitas.
—Y llegaste a Mar del Tuyú.
—Sí, mi suegro tenía esta casita para vacacionar y nos la ofreció para venir a vivir. Te juro que lloraba de noche. Mi esposa no, porque ella ya conocía la casa y desde chica le gustaba pasar las vacaciones acá. Yo me decía: “¿Quién me mandó acá?”. Creía que me iba a pasar la vida como ferroviario y, de la noche a la mañana, me llegó el telegrama. Menem me truncó la vida laboral y me vine a la costa. Después me desconecté del tema ferroviario porque me daba mucha tristeza. Acá hice de todo: fui jardinero, vendía diarios, trabajé en la Cámara de Comercio… hasta que llegó el tema del museo y reviví un montón de cosas.
La idea de fundar el museo nació de la profunda motivación de «preservar y mostrar la historia y la cultura ferroviaria
—Volviste a ser ferroviario de alguna manera.
—Sin dudas. Acá tenemos un montón de elementos: telégrafos, teléfonos de estación, relojes. Hasta una zorra de 1907 —NdR: vehículo ligero que circula sobre las vías, utilizado para el transporte del personal y materiales necesarios para el mantenimiento y vigilancia—. Tenemos todos los faroles de época que se usaban para señalizar. Hay también una colección de boletos de nuestro país, pero también de Paraguay, Italia, Chile, Japón, la ex Unión Soviética.

—Y no falta tampoco la ayuda comunitaria que brindan.
—Sí, claro. Los domingos tenemos un merendero que se llama “Trencito del Corazón”. Cuando vienen los nenes, matan a besos a la zorra, porque para ellos es un tren, pero nunca vieron uno directamente. Por eso suben, bajan, se sacan fotos. Hasta le pusieron un nombre: “La Bonita”.
—En verdad el ferrocarril siempre despierta emociones. Lo que llama la atención es que en nuestro país lo hayan hecho desaparecer, cuando las naciones más desarrolladas han avanzado enormemente. ¿Qué nos pasó?
—¿Qué pasó? Esa es la pregunta del millón, ¿no? Volvemos a lo de siempre. Hemos tenido gremios que nos han traicionado. Compañeros que nos han traicionado. Políticos que se decían defensores del ferrocarril y, cuando llegaron al poder, lo entregaron. Cuando estaba en el gremio vino (Carlos) Menem en campaña y dijo, delante de todos nosotros: “El ferrocarril es la columna vertebral del país”. Cuando llegó a presidente, la frase que lo recuerda es: “Ramal que para, ramal que cierra”.
Creíamos que no iba a pasar esto, que el ferrocarril no se podía morir, pero hay gobiernos antiferroviarios que te lo cierran y no les importa el interior. Nosotros tenemos seis líneas ferroviarias. Llegamos a tener 48.000 km de vías. En Sudamérica éramos los más grandes en extensión, teniendo en cuenta la cantidad de habitantes.
—¿Será que, tras haberlos nacionalizado, los trenes se convirtieron en un símbolo del peronismo y desde hace 70 años se quiere borrar todo vestigio de aquella época?
—Hay un sector muy poderoso del país que todas esas políticas peronistas las rechaza, las aborrece. Odia al peronismo y odia las conquistas que un gobierno peronista nos ha dado. Pensar que el tren llegaba desde Retiro hasta La Quiaca y cruzaba Bolivia. Iba hasta San Juan y Mendoza, iba a Córdoba. Ahora se acortaron todos los trayectos y algunos ramales se cerraron definitivamente. Fijate el Urquiza, que iba hasta Posadas y, de ahí, a Encarnación; ahora termina en la estación Lemos, en Campo de Mayo.

—Al fin y al cabo, los museos son los últimos focos de resistencia del ferrocarril.
—Los museos sirven para que no escondan la historia. En las escuelas hoy no enseñan estas cosas. Si Perón no nacionalizaba los ferrocarriles, hoy seguirían siendo ingleses. ¿Y para qué les servía? Si mirás las líneas ferroviarias, todas desembocaban en el puerto. Son piratas: venían a llevarse todo.
Y que me perdonen los compañeros camioneros, porque nosotros no somos enemigos: debemos trabajar en conjunto. En Estados Unidos el camión va arriba del tren; en Australia hay formaciones de 70 vagones con los camiones arriba. Podemos trabajar asociados con el tren: el camión arriba del tren, menos rotura de rutas, menos accidentes, menos gasto de combustible, menos contaminación ambiental. Además, las rutas son un desastre y el peaje, producto de la concesión, fue un fracaso.

—Una pena la falta de política ferroviaria después de lo que significó para el país y la gente.
—Acá una vez vino de visita una chica de Lincoln. Hicimos la recorrida y estaba muda. De repente yo dije: “Esas botas son las que usaban los cambistas”, porque yo era cambista en Mercedes. De repente la piba empezó a llorar sin parar y ahí se abrió todo. Su abuelo había sido cambista también —son quienes coordinan y ejecutan las maniobras de los trenes en playas o patios ferroviarios—. Empezamos a charlar y se quedó más de una hora. En verdad, el ferrocarril es un sentimiento. Cuando se abría una estación se formaba un pueblo; cuando se cerraron, desaparecieron miles de localidades. El ferroviario es ferroviario, como el maestro es maestro. El ferroviario tiene vocación y defiende al ferrocarril, aunque claro, siempre puede haber una oveja negra en la familia. Pero en el museo esto es puro amor: mi señora y mis hijas, Romina y Marianita, también aprendieron a querer los trenes, y eso está bien, porque seguirán con la tradición.