Por: Mariano Fernández
Hay días en que uno siente que el país es un chiste contado por alguien que no sabe rematarlo. Días en que te levantás, prendés la radio, leés los portales, y da la impresión de que todo lo que conquistamos está en revisión, en descuento, o en liquidación final. Y justo ahí, cuando la marea te quiere empujar hacia el cinismo, aparece algo tan simple como una pileta llena y un complejo sindical vibrando de vida para recordarte que no todo está perdido.
El sábado estuvimos transmitiendo desde el Complejo del Sindicato de Empleados de Comercio, invitados por Federico Melo, un tipo que, si hay algo que lo define, es la obsesión por el detalle. De esos que llegan antes, se van después y revisan que todo funcione, incluso lo que nadie ve. Y sí: cuando la conducción tiene conciencia social, se nota. Porque Melo no inaugura cemento: inaugura encuentros. Inaugura afecto. Te arma una temporada de pileta y, sin decir una palabra, te está diciendo otra cosa: la solidaridad, el amor y la empatía siempre salvan.
Uno camina el complejo, mira a las familias, a los chicos en el agua, a los abuelos en la sombra contando historias repetidas que igual emocionan, y entiende algo que no figura en ninguna planilla de reformas laborales: eso que pasa ahí… no te lo loguea nadie. No hay aplicación ni algoritmo que mida el valor de un abrazo, de un mate compartido, de ver a un pibe reírse sin que eso cueste media quincena.
Mientras algunos discuten cómo recortar derechos, acá se ve clarito dónde viven los derechos cuando están vivos de verdad. Están en el beso de una madre que mira a su hijo tirarse de cabeza. Están en el trabajador que, por un rato, puede descansar sin sentir culpa. Están en la dignidad concreta de un espacio cuidado por quienes creen que el bienestar es un derecho, no un accesorio. Y ojalá —ojalá de verdad— que algún día gente como Federico pueda estar al frente del municipio. No por amiguismo, ni por romanticismo, sino porque cuando alguien viene de la cultura del abrazo y no de la cultura del látigo, se nota.
Se gobierna distinto. Se piensa distinto. Se sueña distinto.
Hoy, cuando se viene una reforma laboral que intenta despojarnos de lo que costó décadas, cuando parece que todo está a punto de volverse gris, yo les pido una sola cosa a los trabajadores: miren esa pileta.
Miren ese cariño.
Miren esos encuentros que no se compran, ni se venden, ni se negocian.
Ahí, en ese instante que no cotiza, en ese brillo de ojos que no factura, está la respuesta. Ahí está ese pedacito de felicidad que nos recuerda quiénes somos cuando no estamos corriendo atrás de la supervivencia.
Defender derechos no es mirar para atrás: es cuidar estos momentos, para que sigan existiendo. Para que la risa de los chicos no sea un lujo, sino la banda sonora natural de un verano trabajador. Y si de algo sirve este oficio nuestro —el micrófono, la palabra, el cuento al aire— es para decir esto, aunque sea una vez más: el país puede estar complicado, pero cuando la alegría se organiza, siempre gana.