

Por: Semanario
A dos años de cumplirse medio siglo de la inauguración del Teatro de La Ranchería, símbolo unívoco de la cultura juninense, desde las filas del peronismo en el que se enrola la concejal Maia Leiva se construyó un homenaje a quienes conformaron en los años “duros” de la década del ’70, la Comisión del Arte de Junín (COART), un grupo multidiverso -artísticamente hablando- y cuyos miembros fueran perseguidos de modo aberrante, primero por la Juventud Sindical Peronista (JSP) de entonces y luego por la dictadura militar, que tuvo como intendente al capitán Roberto Sahaspé.
Es precisamente este caleidoscopio político juninense que nos permite hoy día enredarnos con las dicotomías de aquellos tiempos y tratar de rescatar la historia negada por un pueblo que tuvo y tiene una profunda grieta en cuyas veredas transitan multitud de negacionistas que eligen el silencio de la ciudad militar de otrora.
Y en ese contexto, Imelde Sans impone su historia del relato tardío, retrasado por las injusticias propias de una comunidad que prefiere dejar de modo selectivo su pasado debajo de la alfombra.
Sobreviviente de dos detenciones, de vejámenes y tortura, la escritora juninense dialogó con SEMANARIO, sumida en el dolor que le aqueja en uno de sus pies y que lejos de acallarla como en los 70, le permite sentarse a escribir una nueva novela.
“En la navidad del año pasado sentí como un tiro en el pie derecho y ahora estoy tratando de convivir con esta situación que me cambió la vida y tengo mucho dolor, eso hizo que me ponga a escribir una novela acerca de las limitaciones que llegan a través de la edad”, reflexiona.
-¿Esa dificultad hizo que estuviera en duda su participación en el reconocimiento a la COART?
-Sí. Me veo en esa foto que me sacaron ese día y estoy horrible por el sufrimiento, eso me tiene alejada de algunos lugares.
-Más allá del dolor, tal vez debía pasar que tenía que sentarse a escribir otra obra
-La empecé recién, son estas cosas que no esperamos y nos golpean.
-¿Ese dolor le ha generado nuevas experiencias?
-Sí, me cambió la forma de ver la vida. Considerar que esa persona que vemos anciana alguna vez fue un niño. Y ver que uno siempre estuvo atento al cuidado de los hijos y que ahora son los hijos los que nos cuidan a nosotros. Por eso es un buen tema para reflexionarlo acerca de cuán soberbios somos, cuando somos jóvenes.
-¿Pudo disfrutar a pleno del reconocimiento que le hicieron a usted y a quienes formaron parte de la COART?
-Si lo disfruté, me sentí como la sobreviviente de aquellos hermosos momentos de haber construido algo así, porque lo que nos divertimos armando todo eso en el teatro, yo no recuerdo haberme reído tanto en mi vida. Había mucha camaradería y nos reíamos de todo, porque fue una peripecia de una película de (Charles) Chaplin porque poner el telón del escenario fue digno de una comedia, lo colgaban de un lado y se caía del otro. Héctor López quedó colgado de las riendas y yo me mataba de la risa con todo eso, mientras ponía los tornillos de las butacas acompañada de mi hija.
-¿Esa comunión que lograron se mantuvo o hubo una ruptura tras la llegada de la dictadura?
-Yo tuve dos encierros, uno cuando estaba en el coro polifónico “Vocal J”. En julio del 76 me detienen por primera vez, estuve 24 días entre desaparecida y presa. Diez días sin que se supiera dónde estaba y después 14 días presa. Cuando salgo me reúno con los compañeros en un café y entre los asistentes estaba Beto Mesa, que luego sería el primer desaparecido de Junín, cuando nos llevan –a mi por segunda vez- y éramos como 17. Muchos de esos nunca se repusieron como Ariel (De Siervo) y para mí eso pasó y… pasó. No sentí más nada, salvo la injusticia.
-¿No le quedó miedo después de eso?
-No, miedo no. Sentimiento de injusticia y bronca, porque había personas que me conocían ,que sabían quiénes éramos. Yo era una persona normal como cualquier otra y saber que hubo alguien que denunció sin conocernos, eso daba injusticia y bronca.
-Y cuando salió, cuál fue su relación con la comunidad, con los vecinos. ¿La miraban raro?
-Tardé un poco en salir a la calle, me quedé mucho tiempo en casa de mis padres. Hasta que me animé a volver a mi casa. Me la había destruido, la destrucción fue total.
-Vivía sola con sus hijos
-Sí, eran chiquitos, la nena tenía 8 años y el varón 17. A ellos también los detuvieron y luego los liberaron y cuando estuve detenida, ellos se quedaron con mis padres. A mi hijo (Gustavo) hubo una persona que nunca voy a saber quién fue, pero lo sacó de donde estaba detenido y lo trajo con las ligaduras hasta mi casa, lo soltó y le dijo que no mirara quién era. Del miedo que tenía, Gustavo se quedó arrodillado. Después le avisaron a mi padre y lo vino a buscar. Mis padres fueron los que más sufrieron.
La primera vez que me llevaron estuve amordazada con los ojos tapados atada a una silla, Así me tuvieron durante 14 días y también alguien se me acercó y me dijo: “Yo no soy como ellos. Decime a quién querés que le avise”. Y le pedí que le hablara a mi papá y le dijera donde estaba, después mi papá me contó que esa persona fue a su casa. Mi padre entonces fue con un atado de ropa a la comisaría Primera y le pidió a un policía que estaba allí que se lo diera a la “señora que está arriba”. Se armó un revuelo bárbaro.
Por eso al rato me sacaron encapuchada, estuvimos como una hora y pico dando vueltas en un auto y cuando me sacan la capucha ni sabía dónde estaba y veo que era a la altura del aeródromo. Eso lo hicieron para confundirme y que creyera que veníamos de otro lado. Después me entran por la puerta de la comisaría Primera –que era donde había estado- y cuando entro el comisario dice “sáquenle las esposas a esta señora. ¿Qué le paso señora?” Se mostraba sorprendido por lo que había pasado. Y ahí me deja comunicarme con mi papá y paso a estar detenida por otros 14 días donde decían hicieron “averiguaciones”. Después, en enero del 77, nuevamente me detienen con otro grupo y vamos a parar a la Unidad Penitenciaria 13 que se había terminado de construir.
-Qué es lo más raro que pudo hacer como para que pensara “Me llevaron por eso”. ¿Qué hizo? ¿Escribió un poema?
-Escribí el libro “Azul. Antología de la Nostalgia”. Son como 10 o 12 poemas dedicados a mis amigos desaparecidos, que está simbolizado con un nombre de fenómenos meteorológicos o naturales, como Lluvia, Río o Viento… pero allí no hay ninguna significación directa hacia ellos sino un simple homenaje. Lo escribí, lo imprimió Giagante y lo iba a presentar en el Colegio de Abogados, pero antes fui con un colega amigo a los cuarteles para llevarles un libro y que tuvieran conocimiento del mismo porque no quería que cayeran en la presentación con alguna cuestión y hubiera problemas con las autoridades del Colegio.
Me atendió un sargento que me felicitó por haber ido a avisarles que publicaba un libro, se lo dejé. Pero nunca se iba a dar cuenta de cuál era el objetivo del libro. Me tuvo conversando amablemente como 20 minutos , contándome de los artistas exiliados diciéndome que eran “todos subversivos”. Y me nombraba artistas famosos. Le dije que no quería que interrumpieran el acto y clausuraran el lugar y me dijo “usted sabe, que en la guerra, cayeron muchas bombas en los colegios, las iglesias, los hospitales y no fue a propósito, sin quererlo cayeron”. Y le digo: “si, pero a mi ya me cayó una bomba, me detuvieron y no quiero que me caiga otra…”
“Eso es su responsabilidad”, me dijo. La verdad no pasó nada, la presentación estuvo bárbara y se llenó de gente.
-Pero después se la llevaron de nuevo
-Si, me cayó la segunda bomba.
-¿Alguien descifró el código escrito o la delataron?
-No, se les ocurrió llevar detenidos a todos los integrantes del coro Vocal J y a los que estaban en la COART.
-¿Qué peligro representaba el coro o la comisión de arte?
-No sé, que desafináramos…
-¿Cree que la comunidad juninense se hizo cargo de todo ese tiempo de despropósito y desprecio hacia sus coterráneos?
-No, no. Y la demostración estuvo cuando se hizo el juicio por la Verdad, Memoria y Justicia (NdeR: En febrero de 2015, la justicia local condenó a siete represores por los hechos acontecidos en Junín) porque ese día en que se leía la sentencia con las condenas y demás, por (la avenida) Roque Sáenz Peña, había una treintena de personas que marchaban reclamando justicia por la muerte de (Alberto) Nisman, lanzando consignas en contra del gobierno de ese entonces, y ni siquiera se habían enterado que aquí se llevaba desde hacía varios meses el juicio por la desaparición y muerte de juninenses en la década del ‘70 y que se había logrado dictar sentencia. Por eso creo que la comunidad tenía que estar presente allí, reconfortada por esa situación de verdadera justicia. Yo tenía amigas a las que amo y sin embargo, no tenían idea de lo que había pasado aquí en Junín ¿Pero a vos te pasó eso? Me decían. Y sí, eso y mucho más porque hubo quienes no pudieron volver.
-Es que hubo un ocultamiento sistemático de la misma comunidad
-La “teoría del miedo”. Me acuerdo de haber ido a la carnicería después de eso y un señor muy orgulloso decía: “Como yo no estaba metido en nada, a mí no me pasó nada”. Y yo tampoco estaba metida en nada y me pasó. Me daba ganas de decirle: “Que poco análisis de la situación porque ni se enteró de lo que pasó”. Y después, a las nuevas generaciones se los animó a ir a los juegos electrónicos en lugar de a las bibliotecas.
-Me da la sensación de que quienes fueron victimarios terminaron siendo víctimas para esta comunidad, y por el contrario las víctimas sufrieron los prejuicios de la sociedad
-Mi papá había guardado el recorte del diario “La Verdad” y cuando leo allí que estaban nuestros nombres y apellidos, de los que habíamos sido detenidos -en mi segunda vez- y con un “nombre de guerra” al lado, que ni siquiera estábamos enterados de esos alias. Yo me vengo a enterar que era la “mariposa”. ¡Y lo que me torturaron preguntando quién era la mariposa! Ese sadismo, cuando eran ellos mismos los que me habían puesto el seudónimo y a los otros chicos -porque eran todos jóvenes- algunos no resistieron la tortura. Ariel (de Siervo) tuvo un paro cardíaco, pero si moría creo que desaparecíamos todos. Lo salvaron y después no pudieron comprobarnos nada, salimos todos juntos y nos llevaron a los cuarteles y ahí estaba (el coronel Félix) Camblor, junto con otro de apellido Larrategui que nos sentaron en semicírculo y nos daban indicaciones de que “no teníamos que salir, que las tardes y noches de café se habían terminado”, también que yo era “una idiota útil”. Algo así como que estábamos destinados a morirnos adentro de nuestras casas, sin salir, sin tener vida social. Después de todo lo que nos habían hecho tuvimos que escuchar una perorata, para que nos quedáramos encerrados. Hay muchas anécdotas, pero hay que remarcar algunas que muestran el sadismo que tenía esa gente.
-Era todo a puro miedo, el famosos “Terrorismo de Estado”
-Claro, claro.
-¿Se cruzó en la calle con algunos de los que –supone- la denunciaron?
-Sí, pero no le di el gusto de hablarme. Porque me quiso hablar pero yo seguí derecho.
-¿Con el tiempo supo cuáles fueron esos delatores?
-Sí, algunos sí.
-¿Y sigue sintiendo esa injusticia de aquellos tiempos?
-Contra una sola persona. Que era un pibe que jugaba con mis chicos acá en la casa y que aparece en todas las fotos de cumpleaños y que fue el que me “marcó” a mí como presunta subversiva. Allá él con su conciencia.
-¿Aun después del juicio, se siente reconfortada?
-Yo conmigo estoy conforme. Con la vida que he tenido, con la vida de mi familia. Con algunos logros, mi carrera, mi profesión. Como escritora he sido muy reconocida. Pero eso tremendo que me pasó fue como un cuento, lo visualicé como que le ocurrió a otra persona.
-¿Eso fue lo que le permitió seguir adelante?
-Sí, porque no tuve que ir a la psicóloga ni nada.
-Fue una novela más.
-Sí, una novela más. Y después, con el tiempo lo vecinos también volvieron a ser mis vecinos. Es como que hubiera pasado un ventarrón, una mala noche y que le había sucedido a otro, así lo objetivé siempre. Mi forma de ser es lo que permitió que esas cuestiones no me hubieran paralizado en algo.
-¿Qué nombre le hubiese puesto a esa novela que vivió pero no escribió?
-No sé, nunca se me ocurrió, aunque en “Memorias para una Ciudadana” que fue mi último libro (2016), ahí cuento varias de esas situaciones que tienen que ver y creo que es la única vez que las conté. En la dictadura del ‘76 al ‘83 no se supo muy bien que querían hacer los militares más allá de matar gente. Creo que nada me puso más contenta que perder la guerra de Malvinas, porque eso fue lo que permitió que dejaran el poder porque el pueblo no se los perdonó. Alfonsín los acorraló y salió esa podredumbre de personajes maléficos que no hicieron nada bueno por el país. No tienen disculpas por lo que hicieron ni por los desaparecidos, ni por los jovencitos que llevaron a pelear a Malvinas.
-¿Si se escribiera una novela sobre su vida, que tipo de obra sería?
-Serían varios tomos (se ríe). Ha sido bastante complicada pero linda, tengo recuerdos de infancia hermosos y entre ellos el de haber podido reír mucho en mi adolescencia, en el colegio secundario acá en Junín. Incluso hasta que fui a la Universidad de La Plata, hasta que pasaron estos hechos tan aborrecibles.
-Hubiera sido una novela dramática, pero intensa.
-Sí, sin dudas que así hubiera sido.
EL TEXTO ORIGINAL FUE PUBLICADO EL SÁBADO 1 DE JUNIO 2019 EN NUESTRA EDICIÓN IMPRESA