

Por: Ismael A. Canaparo
En estos días, en los que se vienen celebrando los XVIII Juegos Panamericanos, con sede en Lima (Perú), con la participación de 41 países de América en 39 deportes y un total de 6.680 atletas, resulta interesante recordar a un juninense que fue campeón hace sesenta años en la tercera edición de esta competencia: Miguel Angel Villafañe, el recordado y querido “Chacho”, fallecido el 19 de marzo de 2015.
Villafañe, formado en las divisiones inferiores de Rivadavia, jugó en Atlanta, en Primera División, durante la temporada 1960, justo el año en que la entidad de Villa Crespo inauguraba su estadio y Luis Artime comenzaba a perforar las redes adversarias. Pero un poco antes, en 1959, a raíz de su excelente desempeño en las inferiores del bohemio, asomó a la fama cuando aún era un pibe que no llegaba a la mayoría de edad, integrando el seleccionado argentino juvenil (un Sub 20 de los de ahora), que se adjudicó los III Juegos Panamericanos, disputados entre el 27 de agosto al 7 de setiembre de 1959, en Chicago (Estados Unidos). El equipo fue dirigido por un verdadero maestro de los pibes: Ernesto Duchini.
La Argentina terminó invicto el torneo, con la siguiente campaña: empató con Brasil 1 a 1 y le ganó a Estados Unidos (4-1), Haiti (1-0), Costa Rica (3-1), México (4-1) y Cuba (7-0). Capitalizó 11 puntos, con 20 goles a favor y 4 en contra. El DT Ernesto Duchini, con buen criterio, hizo jugar a la totalidad del plantel, turnando a los jugadores en distintos encuentros. Los goleadores de la albiceleste fueron: Basilico, 7 tantos; Bonanno, 4; Rodríguez, 3; Oleniak, 2 y Rigoni, Pérez, Stork y Bolaños, 1.
Esos Juegos Panamericanos, donde participaron 19 países, tuvieron a Estados Unidos como ganador absoluto, contabilizando 246 medallas. La Argentina finalizó como escolta, con 43 medallas (9 de oro, 22 de plata y 12 de bronce), dejando atrás a Brasil, Canadá, México, Chile, Cuba, Indias Occidentales, Bahamas, Venezuela, Uruguay, Panamá, Perú, Puerto Rico, Ecuador, Haiti, Guayana Inglesa, Antillas Holandesas y Guatemala.
El periodista Piri García, uno de los principales redactores de la época en “El Gráfico”, analizó el certamen Panamericano y la actuación en particular de la selección nacional juvenil: “Si en algo podíamos confiar antes de la partida de la delegación que iba a competir en los Terceros Juegos Panamericanos, era precisamente en el fútbol. Ernesto Duchini es una persona que conoce fútbol, y su fuerte parece radicar en los valores jóvenes. Sin llegar a conformar una fuerza notabilísima, amalgamó las cualidades personales de todas esas figuras, que en sus equipos (casi todos en tercera división) eran firmes valores. La juventud, sentido de la responsabilidad y más que nada la comprensión de la responsabilidad enraizada en cada uno, hicieron lo demás. Como en 1951 y posteriormente en 1955, se logró el título de campeones panamericanos en un deporte que, con el espíritu sensiblero que caracteriza al simpatizante porteño, hubiera parecido ridículo no conquistarlo. Porque, aparte de la lógica confianza que casi siempre acompaña a un equipo de fútbol que sale de nuestro país (aunque sepamos concretamente que no es una verdadera expresión de tal naturaleza), se pensó, con cierta dosis de optimismo, que los rivales en la emergencia, y más aún por la experiencia acumulada por certámenes anteriores, no eran de mucho fuste. No obstante, cualquier representación de Brasil que se ponga a tiro de los nuestros, representará un hueso duro de roer, a pesar de que el fuerte del fútbol carioca no está justamente en los seleccionados juveniles”.
“Estados Unidos, como centro futbolístico, sabíamos que no representaba nada nuevo. Un acontecimiento en Chicago debe haber sido la presencia de 10.000 personas en el partido final entre argentinos y brasileños”.
“La más desdibujada de las actuaciones del equipo fue la que hizo posible la obtención del título: la del partido final, empatando en un gol con Brasil, donde la defensa soportó el peso de todo el empuje brasileño, que necesitaba establecer un 4-0 para poder igualar el puntaje con los argentinos y ganar luego por gol-average”.
“En ese partido los delanteros argentinos, desacoplados de su defensa por estar más ocupados en función de defensores que de verdaderos atacantes, muy poco pudieron hacer, exceptuando el gol de Bonanno hacia el final, que estableció el 1-1. El espíritu de conversación y la casi segura conquista del título deben haber tenido su influencia en ello”.
“Ha quedado salvada una casi obligación. Los títulos juveniles en Buenos Aires, México y ahora Chicago, nos dan pie para pensar que hay materia disponible para futuras pruebas internacionales, a la que se deberá moldear ahora que es maleable. Después, tal vez sea tarde”.