jueves 02 de mayo de 2024

LOCALES | 23 jun 2016

HISTORIAS CON NOMBRE Y APELLIDO

Padre Coraje

Entre las leyendas que explican el origen del Día del Padre, y la elección del tercer domingo de junio para celebrarlo, hay un par que nada tienen que envidiarle al protagonista de “Historias con nombre y apellido”, una sección que Semanario se propone alimentar en contraposición a los grandes medios que postulan que solo importa lo que le sucede a la gente con poder.


Por: Luciano Canaparo

Para las personas comunes, la única posibilidad de salir en los diarios es un choque de motos, un crimen o algún que otro accidente. Sin sangre es muy difícil que una persona común ocupe espacio en los medios. Los que salen son los que tienen poder y fama: políticos, dirigentes, empresarios, actrices, modelos, futbolistas. Y eso postula una idea fuerte del mundo: que lo que importa es lo que le pasa a la gente que tiene poder. Eso es lo que dicen los medios todo el tiempo. Marca agenda y marca una forma de ver el mundo. En cambio, este espacio habla de otra gente.

 

 

Hoy, en vísperas del Día del Padre, la historia del juninense Gustavo “el cordobés” Fernández (51 años), padre de Silvia Alejandra (33, con capacidades diferentes), Mariana Elizabeth (fallecida en un accidente cuando tenía 10 años), Gustavo Emanuel (24), Matías Ezequiel (22, cursando tercer año de medicina en Córdoba) y Fernando Nicolás (18, terminando el secundario en una escuela agraria).  

UN PADRE, Y  MADRE  

Una de las leyendas sobre el origen del Día del Padre, a las que me refería en el primer párrafo, cuenta que la idea fue de una mujer de apellido Dodd que vivía en Washington en 1909. Ella quería homenajear a su padre, William Smart, un veterano de guerra que quedó viudo con seis hijos y los cuidó en una granja. El primer festejo se habría celebrado el 19 de junio de 1910 en su ciudad natal. Fue en 1924 cuando el presidente Calvin Coolidge lo convirtió en una celebración nacional, y recién en 1966 el presidente Johnson lo cambió para el tercer domingo de junio. Y así se adoptó en varios países, entre ellos Argentina.  Otro relato asegura que el festejo se fijó en honor a un padre estadounidense considerado ejemplar por cuidar a sus nueve hijos. Pero si nos situamos en Junín, la historia de Gustavo Fernández bien podría ser tenida en cuenta como merecedora de semejante título.  

EL CORDOBES  

En 1992, Gustavo Fernández trabajaba como operario en la Lestar Química, hasta que un día llegó a la fábrica y no encontró la tarjeta para marcar. “Eran las ocho menos cuarto –recuerda- cuando me notificaron que estaba despedido, y que pasara a buscar la indemnización al otro día”.

Preso de una sensación de odio y vergüenza, el mundo se le vino abajo. “No quería volver a mi casa, fue una sensación espantosa”, apunta.  Desconcertado, con 27 años, hijos y mujer que mantener, al día siguiente preparó un currículum y lo llevó a Nidera, y a un par de empresas más, entre ellas una enlozadora que tomó sus servicios y gozó de su capacidad por más de diez años.

“Un par de años más tarde, en 1995, pasó lo de Mariana (ver La muerte), y cuatro años más tarde me separé. En 2001 la situación económica y social era semejante a ésta. Recuerdo que íbamos a la enlozadora, marcábamos la mitad de las horas, y nos mirábamos con Alberto, un compañero de trabajo, porque no sabíamos qué hacer. La verdad que no aguantaba más, no podía mantenerme con medio sueldo”, recuerda.

En medio de ese torbellino, su ex mujer decide mudarse a Córdoba y se lleva a los chicos. Al separarse, Gustavo le había dejado la casa donde vivían, mientras él se había ido a una quinta “de prestado”. “Todos los fines de semana pasaba a buscar a mis hijos para llevarlos conmigo, hasta que un día llego y veo la llave clavada en la puerta. Se había ido, no sabía dónde estaba. Averigüé, y me fui para Córdoba un tiempo, pero cuando no pude trabajar más decidí regresar a Junín”. Pero no volvió solo. “Los pibes son tuyos”, le dijo su ex y el cordobés no dudó: se los ‘cargó’ y se los trajo con él.

En un abrir y cerrar de ojos, se encontró viviendo en una quinta prestada, sin trabajo y con cuatro chicos. “Y con Silvia, que hoy tiene 33 años, una nena con capacidades diferentes que usaba pañales, y que cada vez que me iba, aunque sea a llevar a los otros nenes al colegio, se me ensuciaba”.  Con estirpe de guerrero, y corazón de padre, Gustavo no se amedrentó. “Como no tenía laburo, empecé a cocinar pan. Arrancaba a las 4 de la mañana y a las 8 salía a venderlo en bicicleta. A las 11 volvía, preparaba el almuerzo, le daba de comer a los chicos, los cargaba en la bici y los llevaba a la Escuela 1, y al más chicquito al jardín Nº 909, donde tuve el honor de ser presidente de la Cooperadora”.

 

Cuando ya llevaba dos años amasando, cocinando y vendiendo pan, recibió un llamado de Alberto, un excompañero de la enlozadora, que le propuso contratarlo para que le pintara la casa. “Así que además del pan, me ponía el overol, agarraba el rodillo y pintaba casas. Un día, mientras estaba laburando en una casa, se cruzó Carlos Hubner (fallecido), y entre charla y charla me dijo que le gustaba como trabajaba y me propuso hacerlo con él. En aquel entonces él pintaba carteles. Le comenté que estaba con tres millones de líos, pero cuando las cosas se tienen que dar se dan, así que rápidamente nos adaptamos. Al tiempo, vino y me preguntó si me animaba a soldar y a realizar instalaciones eléctricas. Le dije que sí, estuve hasta el 2007 trabajando allí. Una vuelta estábamos pintando un cartel comercial y el Loco le pidió a los dueños una moto para mí a pagar en cuotas. Yo andaba en una Juki en aquel entonces. Recuerdo que pagaba una cuota mensual de $193 en el Banco Provincia”.

“En 2007 el dueño de la quinta me dijo que la necesitaba y ahí todo se entró a complicar. Empecé a buscar alguna casa de barrio. Encima, una tarde se me cayó el cartel de Tío Lucas encima, me pegó en los riñones, me desmayé. Cuando me reincorporé, le comenté a mi jefe lo que me había pasado. A los pocos días otra vez, estábamos trabajando y se me quebró una escalera, y al piso. Asustado, sobre todo por mis hijos, hablé con Carlos y le pedí otras condiciones de trabajo, como no tuve una respuesta favorable me puse a trabajar por mi cuenta. Me prestaron una soldadora eléctrica chiquita, una moladora de mano, armé unos volantes y salí a repartirlos. Para ese entonces ya me había comprado una casita atrás del frigorífico. Pero lentamente todo se fue acomodando, empezó a aparecer más laburo y hoy estoy desbordado de trabajo. Por eso cuando la gente me dice que se quedó sin laburo... A veces pienso que no hay ganas de laburar; hoy buscás a una persona para que te ayude, y te dice mañana voy, y no aparece nunca más”.  

LA MUERTE ABSURDA 

“A veces uno debe buscar la vuelta para salir adelante”, tira al pasar Gustavo quien, entre mate y mate, deja caer algunas lágrimas al recordar la trágica muerte de una de sus hijas, sin dudas el episodio más traumático de su existencia. “Fue en 1995, Mariana estaba por cumplir 10 años. Mientras estaba cruzando la calle con su prima Leticia fue atropellada por un hombre que venía haciendo willy con la moto. Recuerdo el momento en que me avisaron. Se presentaron en mi casa, me pidieron que los acompañe al Hospital. Al llegar se veía sangre por todos lados. Mi hija estaba en una habitación, siendo atendida, y yo no paraba de golpear la puerta. Momentos después la abrieron y un médico me dijo ‘no hay más nada que hacer’. Automáticamente le pedí verla. ‘No puedo’, me respondió al principio pero después accedió. Solo pude verle la cara, la había desnucado. No había más nada que hacer. Al tipo le dieron un año y medio. No tenía seguro. No cobramos nada. Pero mejor, ese dinero me hubiese hecho muy mal”, reflexiona Gustavo. Hoy, Mariana Elizabeth tendría 30 años.  “Los primeros años fueron horribles. Nos íbamos todos a dormir, y a las tres de la mañana yo me desvelaba y me iba a caminar; tenía el deseo de matar a ese hombre. Pensaba la forma y todo. Cuando te pasa algo así la vida se te llena de odio”.    

PAPEL Y LAPIZ  

“Una tarde estábamos con los chicos en la quinta, y se me plantó delante mío Mariana, era ella. Agarré un papel y un lápiz e empecé a escribir cosas lindas de ella, las vivencias que habíamos tenido. A ella le gustaba participar en todos los actos, y yo siempre estuve presente, la acompañé en todo. Cuando ella era chica nos sentábamos en la terraza y mirábamos las estrellas”, dice y levanta la cabeza intentando descolgar a su angelito del cielo. Con esa imagen, una hoja en blanco adelante y un lápiz negro en su mano derecha, Gustavo escribió su primera poesía:

Hoy, contemplando la luna, corre una estrella fugaz, y me recuerda a mi niña que fue una luz rápida y bella que me dio felicidad. Fueron casi diez añitos que pudimos disfrutar; te imagino corriendo con tu mirada vivaz, ese pelito llovido que eran luces al brillar, esa sonrisa tan plena que ganaba voluntad; te recuerdo en la fila del jardincito entonar la canción a la bandera con tu voz tan particular; por estas pequeñas cosas de magia y modernidad estarás siempre en nuestras vidas como una estrella fugaz, que a diferencia de éstas no dejará de brillar, y desde algún lugar del cielo, seguro, seguro, nos iluminás.

Aquellos años, de dolor inmenso, fueron fuente de inspiración cotidiana. Todas las mañanas, y antes de arrancar la jornada, Gustavo se tomaba unos mates y escribía: Tantas cosas de la vida que a uno le suelen pasar, alegrías como penas nos abordan sin cesar, y es de uno la tarea de poder procesarlas, equilibrando las cargas para poder avanzar, utilizando los valores, la familia y la amistad, aquello necesario para poder madurar; al final del camino no vale nada el dinero y sí la amistad, cotizará más que el oro, no hay lugar para dudar.  

RECONOCIMIENTO AL ESFUERZO  

“Hace unos años fui al Banco Provincia y me puse a charlar con una de las empleadas de todas estas cosas y me preguntó si no quería participar de una charla que ellos iban a dar en la UNNOBA para contar mi experiencia. Le dije que sí, fue una linda experiencia. Al tiempo me volvieron a llamar para entregarme un diploma por ser uno de los primeros diez clientes que sacaron un microcrédito, y me pidieron que le cuente mi historia a Margarita, la Gerente de Recursos Humanos. Tiempo después me volvieron a citar para que cuente mi historia en el hotel Sheraton de Capital Federal. De los veinte mil créditos que había sacado el Banco Provincia, eligieron a dos personas por el esfuerzo”.  

A MENUDO LOS HIJOS...

 “Mis hijos son sensacionales. Sea cual fuere tu historia, si te rodeás de buena gente, siempre se puede. Mis chicos fueron un contrapeso, pero a su vez una fuente de energía vital, y lo siguen siendo.

Mi hija más grande, Silvia, tuvo una asfixia de cerebro de recién nacida, y a causa de ello, tuvo un montón de problemas. Comenzó a caminar a los 6 años. Se le hicieron todos los tratamientos necesarios, y concurrió al Centro de Día Horizonte hasta hace cinco años. La dejé de mandar porque con el agotamiento de tantos años, percibí en ella cierto grado de violencia. Silvia tiene un problema realmente grave, y si bien Horizonte tiene una enorme cantidad de actividades hermosas, con la edad que tenía cuando no la mande más, no iba a lograr muchos más avances. La tenés que higienizar, cambiar, cuidar, controlar. Si bien fue realmente duro, desgastador, una vez que me adapté todo marchó bien. Hoy por hoy está tranquila en casa, no se ensucia. Le sirvo la comida, la mando al baño, la tengo controlada. Antes la tenía las 24 horas del día con pañales, por momentos es mucho más fácil, pero con esfuerzo logramos adaptarnos y hoy vive mejor. Casi ni los usa. Muchas veces los profesionales te ayudan, pero llegado un momento le terminás pidiendo que se pongan la camiseta ellos, al menos por una semana y ahí vemos qué pasa... Cada familia tiene su idiosincrasia, y hay que buscar el equilibrio”.  

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