jueves 31 de octubre de 2024

CULTURA | 20 ene 2018

PERMANECE INTACTO EL RECUERDO DE SU VOZ

Enrique Campos: ¿quién no se fascinó con este cantor distinto?

Sus condiciones naturales contribuyeron a conformar una trayectoria difícil en una época de grandes vocalistas. Exhibía una gran personalidad y una voz que lucía en su expresar fraseado y melodioso.


Por: ISMAEL CANAPARO

Fue uno de los inventores de una nueva batea en las disquerías y las páginas de internet, la del tango de los años 40 y 50, aunque muchos renieguen de la etiqueta. El uruguayo Enrique Campos está definitivamente instalado en el cenit de los típicos cantores de orquesta, todo un triunfador con admiradores desorganizados, repartidos en la Argentina, en el Uruguay y otras parte del mundo, sin nadie que los convoque.  Entre otros conjuntos se recuerda especialmente su paso por las orquestas de Francisco Rotundo en varias épocas y la de Ricardo Tanturi, a la que ingresó para reemplazar a Alberto Castillo, entre 1943 y 1946.

Pese a que en nuestro país está “destanguerizado”, el dos por cuatro evolucionó en las últimas décadas y cada intérprete, que es producto de su época, hace lo que puede. Si el tango se desarrolla y perdura en el tiempo, significa que tiene un valor supremo. Existen en el género músicos jóvenes de enorme talento, pero están desprotegidos, no tienen orquesta, nada de lo que requiere un artista. Y están muy solos en el escenario. Y como decía Tito Reyes, último vocalista de Aníbal Troilo: “Cantar un tango es mucho más difícil que ser Presidente, es una de las cosas más complicadas de la vida”.

Enrique Campos, cuyo nombre real era Inocencio Enrique Troncone, nació en el barrio Palermo de Montevideo el 10 de marzo de 1913. Prematuramente, ante la congoja general en ambas márgenes del Plata y de los que fueron sus amigos y admiradores,  falleció el 13 de marzo de 1970, tres días después de cumplir 57 años. Acompañaron ese sorpresivo desenlace sus dos hijos: Enrique y María del Carmen.

Tuvo una infancia dura sin calor del hogar propio y, con su hermana, sobrellevó la angustia de la orfandad. Su debut como cantor se produjo el 6 de enero de 1936 en el cine Helvético de Colonia Suiza, un pequeño pueblo del interior uruguayo, acompañado por dos guitarristas. Tres meses después cantó en radio, en la audición “Caramelos surtidos”, pasando al elenco de Eduardo Depauli, quien le puso su primer seudónimo: Eduardo Ruiz. Su popularidad iba en alza y se repetían sus éxitos. Intervino en la película nacional “Radio Candelario” junto a Depauli y Miguel Manzi. Se estrenó en el cine Radio City, en agosto de 1939. En enero de 1940 emprendió una gira por el sur de Brasil con los guitarristas Fontela, Pizzo y Falco, reapareciendo en Montevideo por Radio América meses después. En 1941 cantó una temporada con la orquesta que adoptó un nombre ilustre: Pintín Castellanos y que encabezaban Alfredo Gobbi y Armando Blasco. Actuó en el Palacio de la Cerveza, en el cabaret Tabarís y Radio Monumental, todo en Montevideo. En su etapa siguiente Troncone -con el seudónimo Eduardo Ruiz- era la voz del conjunto Laurenz-Casella, actuando en bailes, radios y en el famoso palco del Café Ateneo. Integraba esta típica el bandoneonista Donato Racciatti, quien años después sería gran atracción en nuestro país con su propia orquesta y las cantantes Nina Miranda y Olga del Grossi.

Luego de su desenvolvimiento inicial en tierra oriental, Inocencio Troncone se propuso conquistar Buenos Aires como cantor, sin pensar que destino le tendría asignado un papel protagónico. Enseguida, surgió una posibilidad con el gran violinista Antonio Rodio, pero una rápida gestión de Ricardo Tanturi -que estaba al tanto de sus condiciones a raíz de comentarios de colegas uruguayos- motivó su inmediata incorporación a la orquesta típica “Los Indios” dirigida por el recordado pianista-odontólogo. Necesitaba una voz distinta, firme, para reemplazar nada menos que a Alberto Castillo, que decidió tentar suerte como solista. Se suponía que era un peso grande para el uruguayo reemplazar a Castillo. Sin embargo, lo hizo “sin despeinarse”. El director lo convenció que cambiara su nombre artístico para evitar confusiones, ya que había reconocidos cantores como Ricardo Ruiz y Floreal Ruiz, más uno melódico: Enrique Ruiz. Para ese propósito, Tanturi abrió al azar una guía telefónica y dijo: “Acá está, usted se llamará Enrique Campos”. Con estilo más melancólico y menos estridente que Castillo, sumado a una perfecta afinación, la nueva voz de la orquesta se consagró rápidamente.

El periodista Julio Nudler tuvo la siguiente reflexión en cuanto al pasaje de Castillo a Campos. “En los 37 temas que dejó grabados Alberto Castillo antes de dejar a Tanturi en 1943, la orquesta le cede el protagonismo, como también haría con el elegido para sucederlo, el uruguayo Enrique Campos. Este compartía con Castillo el interés puesto en la comunicación con el público. Campos no intentaba ningún lucimiento vocal. Cantaba con displicencia, sin exaltarse, con la sencillez de las cosas humildes. Detrás de él, la orquesta sonaba afiatada, precisa y discreta, con una simple perfección. Esto convierte a los 51 temas que registró el binomio Tanturi-Campos en uno de los tesoros del género”.

Campos debutó con Tanturi en Radio El Mundo en 1943. Marcó todo un deleite y de inmediato empezó a grabar. El oriental triunfó de entrada en los dos medios masivos de esa época: radio y discos. Los primeros temas, registrados el 4 de agosto de 1943 en el sello Víctor,  fueron: el tango “Muchachos comienza la ronda” y el vals “Al pasar”. Le sucedieron verdaderas creaciones como: “La uruguayita Lucía” y “El sueño del pibe”, éxito radial y discográfico por la pasión que por entonces generaba el fútbol.

En el período en que Enrique Campos estuvo con Tanturi, de 1943 a 1946, grabó 51 canciones, sólo dos a dúo con Roberto Videla. En ese aluvión de discos con la “nueva voz distinta”, se destacan (además de los mencionados) los tangos: “Malvón”, “Giuseppe el zapatero”, “Calor de hogar”, “Recién”, “Si se salva el pibe”, “Buenos Aires del 40”, “Un regalo de Reyes”, “Discos de Gardel”, “Llorando la carta”, “Cuatro lágrimas”, “Ivón”, “Que nunca me falte”, “Oigo tu voz”, “Calla bandoneón”, “Esta noche al pasar”, “Jirón de suburbio”, “Cantor de barrio”; la milonga “Bien criolla y bien porteña” y los valses “Me besó y se fue” y “Tu vieja ventana”.

Con un repertorio propio, que no incluía temas tradicionales, sin duda la mejor e inolvidable etapa de Enrique Campos fue con el maestro Tanturi, que culminó en abril de 1946, de común acuerdo. Es que pocos días antes (en marzo), Inocencio Troncone había contraído enlace y quería “aflojar” en las exigentes trasnochadas. Luego de actuar en un baile en el Club Unión de Caseros, cantó por última vez con la orquesta que lo lanzó a la fama. Hasta hoy se lo recuerda a Enrique Campos como “el cantor de Tanturi”. Lo reemplazó otra voz distinta: el entrerriano Osvaldo Ribó.

Luego de descansar un tiempo, Enrique Campos se lanzó como solista acompañado por guitarras. Pero la suerte se le dio otra vez: el empresario Francisco Rotundo, de solvencia económica y, con el apoyo de su pareja, la ex cancionista Juanita Larrauri convertida en funcionaria política en el primer gobierno de Perón, fue contratado con buena paga como cantor de la orquesta de Rotundo, en marzo de 1947. Compartió sucesivamente su labor con vocalistas de cartel, como Mario Pomar, Floreal Ruiz y dos uruguayos: Carlos Roldán y Julio Sosa, presentándose en Radio Splendid, el Teatro Empire, el Café Nacional y grabaciones. Campos tuvo que adaptarse al ritmo lento y acompasado de Rotundo y debutó en el disco en agosto de 1951 con el tango de Juan Fulginitti: “Llorando la carta” y grabó a dúo con Floreal Ruiz “El viejo vals”,  de Charlo y González Castillo. Con la caída de Perón en 1955 y Larrauri en la cárcel, Rotundo disolvió la orquesta en 1957.

Pese a ese grave inconveniente, no se quedó sin trabajo. Se incorporó al conjunto de Alfredo Calabró y Roberto Panzera. De ese ciclo, grabó un solo disco y, sobre matrices argentinas, fue reproducido por Sondor, en Montevideo. Luego Campos formó otra orquesta, compartiendo los cantables con su amigo Juan Carlos Miranda, ex vocalista de Lucio Demare, con quien fue el primero en grabar el tango “Malena” (Demare y Manzi). Después fue requerido para la orquesta de Roberto Caló, que tenía músicos importantes como Osvaldo Tarantino (piano), Leo Lípesker (violín) y Ernesto Franco (bandoneón). Estuvo dos años y al final de los 50, cantó con un quinteto dirigido por el pianista Dante De Simone.  Posteriormente formó rubro con la cancionista Elena Maida, acompañado por un conjunto conducido por Dante Smurra.

Su carrera comenzó a espaciarse a raíz de estar absorbido por un próspero negocio de venta de flores, ubicado en el barrio de Belgrano. En 1962 actuó en Canal 4 de Montevideo, acompañado por el músico Edelmiro D’Amario y, al regresar a Buenos Aires, cantó en la orquesta de Graciano Gómez por Radio Splendid. En 1965 sorprendió cantando en Radio El Mundo, donde había surgido a la fama 22 años atrás.  Lo acompañó en este tramo la orquesta de Dante Smurra. En 1969 comenzó a grabar como solista en el sello Magenta, lejos de aquel Enrique Campos de los años 40. Luego cruzó a su Montevideo natal cantando por TV en el programa de Miguel Manzi, el vals de Héctor Marcó “A mi padre” y el tango de José Canet “La abandoné y no sabía”. Al regresar a Buenos Aires,  actuó en El Farolito de Villa Crespo y fue designado jurado para el Concurso Anual de Tangos de La Falda (Córdoba).

En dos oportunidades se presentó Enrique Campos en Junín.  La primera, en abril de 1945 en el Club Mariano Moreno, con la orquesta de Ricardo Tanturi. La segunda, en el Parque Recreativo Junín (Lebensohn y Frías), el 23 de diciembre de 1950, ahora con Francisco Rotundo, que por entonces tenía tres vocalistas de primera línea: el propio Campos, Floreal Ruiz y Carlos Roldán.  La platea se conmovió cuando la orquesta atacó el tema preferido por el público: “El viejo vals”, de José Pérez De La Riestra ("Charlo")  y José González Castillo, con el dúo Campos-Roldán.

Según mi humilde criterio, “El viejo vals” es una de las obras mejor lograda de todos los tiempos, donde se conjugan a alto nivel tanto la letra como la música, por la jerarquía del poema de González Castillo y la inspirada melodía de Charlo. Por otro lado, en la interpretación de Enrique Campos y Floreal Ruiz, hay tal perfección en el ensamble de la pareja,  que demuestra la calidad vocal y la afinación impecable de cada uno.  Es una canción para escuchar una y mil veces.

 

El cantor que amaba el fútbol y admiraba a dos juninenses

Quienes vieron a Enrique Campos cantando sobre un escenario o repasando sus discos con varias orquestas, quizá no sepan que su otra gran pasión era el fútbol e hincha, en especial, de Nacional, club al que amaba hasta el delirio.  Y que hasta fue árbitro en torneos del Club del Ministerio de Hacienda. O que era un excelente cocinero, especialista en panqueques. Tal vez también ignoren que cada mañana, aunque se hubiera acostado en plena madrugada después de una noche de trabajo, se levantaba con puntualidad británica para llevar a sus hijos a la escuela. Lo más seguro es que lo recuerden como uno de los máximos cantores de la historia del tango. Y esto último será, en suma, una gran verdad.

Curiosamente, su pasión futbolera provocó una hermosa conexión con Junín. Admiraba a dos futbolistas que nacieron en dos clubes locales y que triunfaron rotundamente en Uruguay, tales los casos de Atilio García (Mariano Moreno) y Luis Artime (Independiente). En rueda de amigos, solía contar que muchas veces, en el mítico Centenario, gritó a morir los goles tricolores de Atilio y Luisito, sin importarle su garganta de cantor. 

Como un homenaje a ese romance por uno de los dos empedernidos goleadores, le dedicó un tango a Luis, llamado “Dale Artime.  La letra pertenece a Tomás Jorge Moreira y la música, obviamente, a Enrique Campos.  El tema (ver aparte) fue grabado por el autor, con acompañamiento de guitarras.

 

DALE ARTIME

Letra: Jorge Moreira / Música: Enrique Campos  

Domingo de fútbol, fiesta pueblerina

Buenos Aires vibra, todo es emoción,

El once de Núñez,  primero en la tabla

La máquina vuelve y a todo vapor.

 

Y tiembla el cemento, ya están sobre el verde

Once bandas rojas, ya va a comenzar,

La dura trenzada, la hinchada bravía

En un nombre vuelca, su fe de triunfar.

 

Dale Artime, las tribunas se estremecen

Y tu presencia enloquece la defensa del rival,

Dale Artime, grave ese fútbol de ahora

A tus ansias goleadoras, ¿qué arquero no se rindió?

 

Dale Artime, que el mejor de tus golazos

Se lo hiciste de un zurdazo a esa hinchada de mi flor.

 

Con Delem y Pando formas un trío de oro,

Alma del potrero, señor del balón,

Y en el campeonato que jugás aparte

De los goleadores, ya… ya sos el campeón.

 

De Junín llegaste, triunfaste en Atlanta

Pero esto era poco, quisiste hacer más,

Y la banda roja, del gran Pedernera

Hoy luce en tu pecho detrás sin igual.

 

Dale Artime, que el mejor de tus golazos

Se lo hiciste de un zurdazo a esa hinchada de mi flor.

 

 

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