jueves 25 de abril de 2024

CULTURA | 17 feb 2018

JUNIN TIENE QUIEN LE ESCRIBA

“En el Nombre del Padre”, un texto de Francisco Sánchez


Sábado. Faltan diez minutos para la medianoche. Esos fideos con pesto no me podrían haber caído peor, y seguro tengo un aliento que podría voltear a un caballo. Me pongo la campera de cuero y salgo a fumar un cigarro en la puerta. Me agarro mal humor cada vez que tengo que bajar las escaleras; el ascensor no funciona nunca, y el encargado no lo va a arreglar mientras viva porque es un judío errante. Cuando me mira con esa cara de asco dan ganas de meterle la cuarenta y cinco en la boca y destaparle la cabeza, pero después pienso en el desastre que sería para el edificio. Los vecinos son una mierda: la depresiva del 4º “A” llora todas las noches con la novela de las veintiuna, y los dos gays del 4º “C” no me dejan dormir entre los ruidos que hacen cuando cogen y los temas de Madonna. Tendría que limpiarlos a ellos y que se mejoren entre las brasas.

Está fresco y llueve. Me termino el cigarrillo y salgo para allá. Qué lindo que está el Audi que me compré… pero recién pagué la tercera cuota, espero llegar a pagarlo completo. Tendría que haberlo guardado en el laburo, si llega a caer granizo me lo arruina. ¡Qué bien que se siente el tapizado! Por cosas como éstas vale la pena estar vivo. Contemplo el coche sin encenderlo, y escudriñando sus detalles caigo en cuenta de algo: la puta de anoche no sólo me tomó toda la merca, sino que arruinó mi disco favorito de Duran Duran. Menos mal que me cuidé, debía tener las pestes de cien callejones. Por lo menos me sobró suficiente para un tirito antes de salir, ¡qué mejor momento que el presente!, tengo una noche larga por delante.

Lo bueno de salir a esta hora es que las calles están poco transitadas. Todos los pendejos están en los boliches, embriagándose hasta el coma, con la esperanza de encontrar una minita que por un par de tragos regale sus carnes. Ah, la juventud… siempre tan llena de cultura y filosofía de vida. El noventa y cinco por ciento de estos pibes van a estar tirados en el cordón de la vereda frente al boliche en un par de horas, vomitando hasta lo que no tienen adentro. No saben la cantidad de tiempo, salud y dinero que están desperdiciando.

Ya estoy llegando. Hace como treinta minutos que estoy manejando, pero en estos casos, mientras más lejos mejor. Estos galpones inmensos me hacen acordar a cuando laburaba en los talleres ferroviarios, ¡ahí si tenías que bancartela, nada de mariconear! Hay dos autos estacionados afuera. El Peugeot blanco es del jefe, el Renault no lo reconozco, debe ser del cliente. Estas puertas corredizas son una mierda, se oxidan y enseguida se traban. “Veo que me estaban esperando, ¿hace mucho que están? Ah, bárbaro entonces. Los dejo negociar mientras me fumo un pucho.” Charla corta. Total tengo para un rato todavía.

Ya me quedan pocos cigarrillos. Voy a tener que comprar en algún kiosco cuando vuelva a casa. Adentro, el tipo se está empezando a alterar, me parece que esto va a terminar antes de lo que pensaba. Ya cuando se ponen a mariconear, pedir por más tiempo y patalear como un nene, te das cuenta de que no hay vuelta atrás. Me pongo los guantes de cuero y ajusto el silenciador. Lo agarro del hombro bien fuerte, por la espalda. Disculpame viejo, gajes del oficio.

Ésta es la parte que odio. Todo sucio, una mezcla asquerosa de sangre y mocos. Mi campera, los guantes, los borcegos. El jefe debería pagarme aparte por limpiar el desorden que queda cada vez que un negocio no se concreta. Menos mal que siempre traigo la sierra y la pala en el baúl. Primero los brazos, después las piernas, y queda el torso. Todo en bolsas plásticas separadas. Me limpio la campera de toda la inmundicia con un trapo húmedo. Luego limpiamos lo que queda en el piso y listo, total este galpón está abandonado desde que yo era chico. Lo meto todo al baúl y me voy manejando por donde vine. Ahora encaro la ruta, cuarenta minutos derecho. Paro en el kilómetro 235 y me desvío hacia la izquierda.

Un lindo lote. No es de nadie. Siempre quise vivir en el campo, ver las estrellas toda la noche, ver el amanecer a primera hora. Una linda casita en un lugar así es todo lo que quiero cuando me jubile. Este lugar me da una paz bárbara. Bajo al fiambre en las tres bolsas, la pala y el bidón para emergencias. Todavía está fresco, no desprende olor.

Linda fogata se armó en el medio del campo. Acá nadie pregunta, y de última le echamos la culpa a “La Llorona” o a algún conductor distraído que tiró el pucho por la ventanilla sin apagarlo. Mirar fijo por un rato al fuego me relaja como nada en el mundo. Me invita a querer contemplar la complejidad de la vida, pero prefiero dejarles eso a los científicos que estudian la evolución y esas mierdas. Ya sólo quedan huesos calcinados y cenizas, hora de agarrar la pala. No es necesario cavar tan profundo, nadie se va a poner a hacer pozos a esta altura de la ruta. Los huesos negros, las bolsas y el trapo. Acá no pasó nada. Me subo al auto de nuevo. Le voy a tener que dar un lavadito, sobre todo abajo, así no parece que vengo de competir en el Dakar.

Así se me pasó la noche. Vuelvo manejando por el mismo camino que tomé hoy y ya está amaneciendo. Los edificios se empiezan a hacer cada vez más grandes a medida que me adentro en las profundidades de esta ciudad vulgar. Paro en una estación de servicio para comprar cigarrillos. Dejo el auto estacionado y subo la escalera de nuevo. La puta madre, cómo odio la escalera. Me siento en mi sillón y me sirvo un trago mientras me fumo el último cigarrillo del atado que tenía empezado. En dos horitas tengo que ir a laburar. Me olvidé de planchar la sotana. Bueno, cosas que pasan… Ahora me tomo otro tiro y la plancho. Paso de largo. El Señor trabajará de formas misteriosas pero no me banca los vicios, tengo que laburar como un negro. Espero que alguna de las viejas ariscas que se sientan adelante creyendo que así se ganan la estadía permanente en el cielo se ahogue con una hostia, o se resbale con agua bendita y se rompa la cadera, o algo. Así no se me hace tan aburrido el domingo.

Perfil de autor

Francisco Sánchez nació el 10 de agosto de 1.990 en Junín. Al graduarse de la escuela secundaria con un Bachiller en Arte, Diseño y Comunicación, estudió las carreras de Técnico en Desarrollo de Software en la UNNOBA y Profesorado de Inglés en el Instituto Superior de Formación Docente N° 129. Dedicó más de diez años de su vida a ser músico, componiendo canciones de su autoría y formando parte de varias bandas de rock. Su obra literaria está compuesta de poesía, prosa y cuentos cortos. Su cuento “Dieciocho” fue elegido para la Antología de Rama Negra.

 

 

 

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