viernes 26 de abril de 2024

CULTURA | 30 mar 2018

RICARDO RAGENDORFER

El francotirador de las palabras

El único heredero de la escuela Symns. El hombre que se metió en las entrañas de la Bonaerense. La única voz reconocida en el periodismo sobre temas policiales. La única excusa para escribir sobre un periodista como Ricardo Ragendorfer es porque simplemente se lo merece.


Por: JOSE LUIS VISCONTI

Hace algunas décadas, el policial era un hijo bastardo del periodismo. Era una variante caníbal y violenta que encontraba refugio en Crónica o en sus subproductos semanales. Solo allí se veía sangre, cuerpos muertos o heridos, titulares catástrofe.

Las reservas morales de los medios cayeron a medida que sus ventas se retraían ante los cambios que se presentaban desde las pantallas. La irrupción de Nuevediario en la década del 80, implicó la espectacularización de la noticia y fue el principio de la desaparición del noticiero como género tal cual lo conocíamos.

El periodismo policial se fue imponiendo a medida que la falta de trabajo y la pobreza fueron cediendo como preocupaciones principales a “la inseguridad”. Los medios hicieron lo suyo: pusieron en pantalla el tema y no solamente trabajaron sobre los miedos del espectador, sino sobre los sentimientos del potencial delincuente. La suma de impunidad y reconocimiento público empezó a resultar imbatible.

Hoy, cada medio que se precie, se jacta de tener al menos un especialista en policiales. El origen de ese subgénero puede encontrarse en las coberturas –a veces desopilantes- de Enrique Sdrech. Hoy hay estrellas más que periodistas, como Ricardo Canalletti y Mauro Szeta. Los dos –como tantos otros- reproducen un modelo similar que intenta desentrañar casos policiales aportando posibles pistas y datos brindados por fuentes policiales o judiciales.

Ragendorfer es otra cosa. El mismo diría que el suyo no es “periodismo policial” sino “delicuencial”, porque se interesa más en el delincuente que en la fuente policial. Aunque su libro más reconocido sea “La Bonaerense” donde se ocupa de desmontar los mecanismos con que se autofinancia y se autogobierna la policía de la provincia más grande del país.

Pero además, a Ragendorfer le interesa poco y nada la resolución de un caso. No trabaja desde lo coyuntural, sino desde la necesidad de construir un perfil del delincuente que le interesa. Y en esa tarea cruza a rateros y asesinos del común, con policías corruptos y asesinos y a los militares que no han sido condenados por sus delitos durante la última dictadura. Desde ese lugar, más atemporal, como una apuesta pensada entre el pasado revisado e investigado y el futuro que debe elaborar esas ideas para no repetirse, lo suyo es casi un trabajo de francotirador desde las palabras.

INVESTIGAR LA INVESTIGACIÓN

Lo paradójico es que su destino como periodista estuvo marcado por el azar: la necesidad de sobrevivir en México lo hizo caer en la revista Interviú, donde conoció a Carlos Ulanovsky. Su facilidad innata para comunicarse con el otro y para contar historias hizo el resto, fueron la base para no despegarse jamás de esa profesión.

De regreso al país con el retorno de la democracia, su carrera estuvo marcada por Cerdos & Peces, por El Porteño, por el contacto y el trabajo con los que han sido quizás los mayores renovadores del lenguaje periodístico de las últimas cuatro décadas: Enrique Symns y Fabián Polosecki. Ragendorfer parece una mixtura entre ambos, esa unión entre la atracción por los mundos marginales y la facilidad para relacionarse con ellos. Por eso le interesan más los delincuentes que la policía. “La misión del periodista no es esclarecer un hecho”, dice, como si intentara despegarse de tanto colega al que solo le interesa la utópica llegada a la verdad. “Es hacer una investigación de la investigación”, completa. Poner la mirada en otro lado, en definitiva. Escudriñar los intereses y pasiones que llevan a mostrar u ocultar. A delinquir o a traicionar.

Si la traición es el motor de la historia, el lugar del periodista no es generar la traición, sino lograr que el otro confíe. “Hay muchos que se mueren por hablar. Y hay muchos que mueren por callar”, dice, de ese particular submundo en el que conviven, mezclados e indiferenciados, policías y malhechores. “El que te llama para hablar siempre tiene un interés: o quiere contar algo porque se quedó afuera de algún negocio o por algún motivo personal, o te quiere ocultar algo”, insiste. En un punto en el que su nombre se ha convertido en una marca, hay muchos que lo buscan para contarle cosas. Historias o detalles que van a parar a sus crónicas para diferentes medios, o no, y entonces quedan archivadas a la espera de un momento mejor.

Esas historias que de pronto, un día, como sucedió el año pasado, encuentran su lugar en una antología en formato libro.

POLICÍAS Y MILITARES

“El otoño de los genocidas” es una antología personal que recorre historias de los militares que participaron de la dictadura iniciada en 1976. Pero ¿cómo hizo un hombre como Ragendorfer para acceder a ellos?. Un contacto llevó a otro, y la idea de un libro sobre las esposas de los militares fue mutando. Y allí se vio yendo con un paquete de masas a entrevistar, por ejemplo, a Albano Harguindeguy en su propia casa. “Lo peor de meterse en las historias de los genocidas es darse cuenta que no son monstruos con garras, sino personas normales que después de estar torturando todo el día, se iban a la casa a estar con su familia, con sus hijos”, aclara para resignificar el horror de la dictadura. “Mi idea era no presionarlos demasiado porque las cosas que hicieron ya se saben y a mí me interesaba que hablen de otras cosas porque aunque hablen del clima, de algún modo demuestran lo que son”. Y así es que por el libro, los que desfilan son personalidades más que militares condenados: el “Hormiga” González obsesionado con la fotografía y que llegó a ganar un premio por la foto de una mujer que estaba detenida en la ESMA; los fiscales Rovira y De la Fuente, ligados a Inteligencia Militar; Eduardo Stigliano, que dejó por escrito los hechos en los que participaba el Ejército cuando solicitó una pensión por neurosis de guerra.

El hombre que además escribió “Los doblados” –muchas de cuyas historias sirvieron para “El otoño…”-, el que sostiene que los servicios de inteligencia son una fuente inagotable de conflictos, el que ahora se propone investigar sobre Klaus Barbie, sin embargo, es fuente de consulta obligada cada vez que se produce un hecho en el que está involucrada la Policía de la Provincia de Buenos Aires. La Bonaerense no es solamente esos dos libros escritos junto con Carlos Dutil (“La Bonaerense” y “La secta del gatillo”), sino el tema que ronda siempre en las entrevistas que le hacen.

Más allá de los cambios que se dieron con las épocas y de la relación entre la policía y los narcos, Ragendorfer se ha preocupado por señalar que las aparentes diferencias entre las policías de los grandes centros urbanos y de los territorios que se manejan más cerca del feudalismo, no son tan grandes: “Todas tienen vicios similares, todas hacen de la recaudación su forma de supervivencia”. Las reformas y contrarreformas practicadas en las últimas dos décadas, le hacen decir que “La Bonaerense toma la forma del envase que la contiene”, dejando en claro su capacidad de mutación y reformulación, de acuerdo a las necesidades de cada época. Pero el contacto con “la mejor policía del mundo” al decir del ex gobernador Eduardo Duhalde no le ha inoculado el miedo. “La Bonaerense no está compuesta por personas que matan por razones literarias”, dice, antes de señalar que en algún punto les gusta que alguien como él, escriba sobre ellos. Y remata: “la verdad es que le temo más a una mujer despechada”.

DEL PERIODISTA AL ESCRITOR

Podría parecer un contrasentido, en función de los temas que abordó durante su trayectoria, pero Ragendorfer es de los que cree que la misión del periodismo no es “dar un mensaje” (“los curas en las homilías lanzan un mensaje”, dice). Una idea que va en contra de ese rol que se autoadjudican los periodistas, que es el del esclarecido que le explica a los demás esos valores que porta como parte indisoluble de la profesión. Y es que descree tanto de la independencia de los periodistas –“el único periodista independiente es el que está desocupado”- como de los medios – a partir del hecho de ser a la vez, un servicio público, una industria y un factor de poder.

En todo caso, en lo que piensa es en esa extraña figura del periodista/escritor, ese que se sitúa más allá del hecho coyuntural, el que cuando escribe “está solo, a la intemperie”. No hay muchos así. Que todavía sientan que “el periodista que se lanza a una investigación nunca sabe adónde va a llevar la historia; es una nota y una nota es un informe de esa aventura”. El periodismo, o mejor dicho, la escritura periodística convertida en una aventura que se escurre de la acechanza de la rutina. De allí que el placer se resuma en “encontrar los puntos de contacto entre la realidad y la literatura”.

Podría pensarse en Ragendorfer como uno de esos personajes a los que él retrata. Pero no. Un personaje está asentado en una esfera de fantasía, en un texto que se representa y que cumple un rol. Pero él no. Sus textos meten los pies en el barro de la realidad y no salen de ella. Tanto que suele decir que “si tuviera que escribir una receta de cocina, también le daría la estructura de un policial”. De nuevo, el periodista escritor. El que sabe que “cuando escribís una crónica periodística, el truco consiste en lograr que ese texto parezca una novela”. Y vaya si ha demostrado conocer ese truco.

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