viernes 26 de abril de 2024

CULTURA | 3 may 2018

JUNÍN TIENE QUIEN LE ESCRIBA

“Abulia del ángel”, un cuento de Jorge Losino

Hoy presentamos un relato de Jorge Losino (“Abulia del ángel”), músico, docente y poeta.


No quiso, no supo o no pudo malear su destino el “loco” Benítez, morocho, retacón y de mirada veloz; hijo de una mechera y un pirata del asfalto, germinó en institutos de menores y floreció en alguna que otra cárcel. “Trabajaba” solo, desde un tiempo a esta parte, algunas traiciones lo habían convencido. Se enteró que en  una financiera ubicada en mitad de cuadra iban a hacer un pago, era ideal, tardecita de marzo, vereda arbolada de altos tilos; en dos minutos cargó en su mochila cuatro fajos de $10.000 cada uno,  guardó la Beretta 380 en la cintura, dobló la esquina, y para despistar, tomó el pulso-paso como cualquier peatón , pero al llegar a mitad de cuadra, un hombre de traje gris claro, peinado tirante y un perfume ligero a mirra, lo detuvo con  voz suave.

-La mitad, “loco”, la mitad,- le decía el hombre del traje gris y rostro evanescente, mientras desabrochaba la mochila, y él mismo extraía dos fajos de $ 10.000 mientras le decía…

-Yo te cuidaré, te alejaré de todos los peligros.

El “loco”, metros más adelante, giró su cabeza sobre sus hombros y vio cómo unos policías hablaban con el hombre del traje gris; llegó a la otra esquina, volvió a mirar, y con alivio y asombro vio a los policías cómo corrían para el lado contrario.

Llegó al inquilinato donde vivía en una piecita, solo, se tiró en la cama, y durante ese día no atendió siquiera los insistentes llamados de su novia ocasional.

Al día siguiente, mientras deambulaba cavilando lo que le había ocurrido, escuchó un tañido de campanas, provenían de la iglesia del barrio, y pensó: el cura, sí, el cura debe tener una respuesta. Allá fue. Llegó justo cuando despedía a unos feligreses en el atrio. Arrancó de su conciencia el léxico carcelario, sabía dónde debía aplicarlo, y lo saludó con  un…

-Buen día, padre.

-Buen día, hijo.

-¿Puedo hablar con usted? -dijo el “loco”, mirando para ambos lados.

-Sí, hijo, ¿sobre qué tema?

-Sobre los ángeles, ¿existen padre?

-Claro, hijo -le respondió el cura con asombro-, ¿cómo no van a existir? Es más, los hay celestiales y terrenales.

-¡Ah! ¿Y conoció usted a algún ángel terrenal? -dijo el “loco” angulando la mirada.

-Sí, mi padre -dijo el cura con un dejo de orgullo-, era albañil, sólo cantaba cuando trabajaba, y creo que ahí encerraba su dolor, el de haber quedado viudo muy joven, y criar a tres niños de corta edad.

-¿Su padre estuvo preso alguna vez, padre?

-¿Por qué habría de estarlo, hijo? -dijo el cura, como percibiendo a donde iba la conversación y haciendo esfuerzos para que no se diera cuenta-, ¿no te  dije que trabajaba y cantaba? ¿O tu padre no hace lo mismo? Bah! No sé, ¿tenés padre, hijo?

-Eh, sí… no… eh... Sí, sí canta, canta -no le dijo nada el “loco”, pero ya le estaba sonando raro a su oído eso de padre-hijo, y con gesto demasiado ansioso le preguntó:

-Y en las cárceles, ¿hay ángeles?

-Seguro -le dijo el cura alzando los hombros-, pero no creo que se invoquen.

-¿Y en los Palacios de Justicia?

-También, seguro, pero los jueces, abogados y fiscales están para otra cosa, es más, ¿en qué mes naciste, hijo?

-Nací el 20 de febrero, ¿por qué?

Sacó el cura de entre la sotana una libretita, la hojeó una, dos veces y le dijo:

-Bueno, tu ángel guardián es Barachiel.

-¿Y es bueno tener un ángel guardián padre?

-Hijo, desde que nacemos nos acompaña un ángel guardián, es más, algunas religiones dicen que después de nuestra muerte, nos acompañan uno de cada lado ante el Creador para nuestro juicio, y ahí no hay abogado defensor, ni fiscal, ni fianza.

El cura aplicó todo el saber de teología, ya tenía plena conciencia de a quién tenía delante.

-Además -continuó el cura-, hay que evitar cansarlos.

-¿Por qué, padre? -dijo el “Loco” con una sonrisa maliciosa.

-Por lo que dije antes, hay ángeles terrenales.    

Y  extendiéndole la mano, y la otra apoyada en la cabeza, le sonrío, como  para dar fin a la charla en forma amena.

Después del saludo el “Loco” se hundió en la oscuridad de los tilos.

Vagó varios días sin rumbo, hasta que en un bar, entre cervezas, escuchó de una transacción en una inmobiliaria. Le llevó un minuto y medio el “trabajo”, puso en la mochila dos fajos de $10.000, dobló la esquina y en la mitad de la cuadra estaba el hombre de traje gris.

-La mitad, “Loco”, la mitad -esta vez fue el “loco”  quien desabrochó la mochila y le entregó el fajo, y el hombre del traje gris, le alcanzó a gritar a la espalda…

-Es la última bola, “Loco”, la última.

Al ser poco virtuoso, estaba atorado de bronca, indignación, miedo, ansiedad, incertidumbre.

A la semana siguiente, el atraco le tocó a un supermercado, pero cuando dobló la esquina lo estaban esperando varios patrulleros y policías. Llegó el día del juicio; al tribunal lo presidía un hombre de traje gris y peinada tirante. El “Loco” pensó “estoy salvado, o no, pudo haber actuado como mi cómplice, pero no hay pruebas, ¿será el mismo?” El reflejo de un vidrio, le dibujaba un rostro incandescente.  Lo condenaron a un par de años, fue maldiciendo al hombre de traje gris desde el Palacio de Justicia hasta el fondo de la celda, donde desenrolló su colchón, y se dejaron caer tres fajos de $ 10.000.

Perfil de autor

Jorge Losino nació en Vicuña Mackenna, provincia de Córdoba, el 2 de noviembre de 1958. Vive en Junín desde 1969.

Es músico, docente y poeta. En agosto de 2016 su poesía “Coronas oxidadas” fue publicada en la revista Rama Negra Nº 3. Su cuento “El pueblo sin nombres” fue seleccionado para formar parte de la antología de autores juninenses Nuestros cuentos de la editorial Rama Negra.

 

 

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