CULTURA | 8 ago 2018
YA NO SE LO REEDITA Y CASI NO SE LO NOMBRA
Que nadie se olvide de Ezequiel Martínez Estrada
Fue, según Jorge Luis Borges, el máximo poeta nacional del siglo pasado y de su generación, y un heredero indiscutible de Sarmiento para el lector. Sin embargo, ya no es reeditado, o casi, y está fuera de las grandes polémicas de estos años, pese a que sobre su obra llovieron los máximos premios nacionales. El tiempo ha sido despiadado con él.
Ezequiel Martínez Estrada fue un extraordinario escritor argentino, además de poeta, ensayista, crítico literario y biógrafo. Nació el 14 de setiembre de 1895 en San José de la Esquina, Santa Fe, y murió el 4 de noviembre de 1964 en Bahía Blanca. El mundo académico lo considera como una de las figuras más sobresalientes del género ensayístico en América Latina. El conjunto de su obra lo sitúa en una de las cimas del pensamiento argentino contemporáneo. Sus agudas reflexiones sobre la realidad nacional, formuladas en su mayoría a partir de los años treinta, constituyen una fuente inagotable de debate y discusión, al tiempo que de irradiación de ideas y propuestas para comprender el país y su compleja realidad.
Nacido en el seno de una familia humilde, fue un verdadero autodidacta. Trabajó como empleado en Correos y dio clases de literatura en el Colegio Nacional de la Universidad de La Plata. Se inició en el campo literario como poeta, con la publicación de Oro y piedra (1918), Nefelibal (1922), Motivos del cielo (1924), Argentina (1927) y Humoresca (1929), de clara influencia modernista. Leopoldo Lugones lo saludó desde las páginas de La Nación con el poema Laureado en Gay saber. En la década siguiente abordó el ensayo con “Radiografía de la pampa” (1933), y luego inició un silencio literario que se prolongó hasta 1940, cuando publicó “La cabeza de Goliath”.
El sitio Biografías y Vidas, agrega los siguientes datos: en 1945 abandonó los cargos públicos por su rotunda oposición al gobierno de Juan Domingo Perón. Luego de una enfermedad que lo mantuvo postrado entre 1950 y 1955, Ezequiel Martínez Estrada retomó la escritura con “Coplas del ciego” (1959), un conjunto de aforismos; ese año viajó a México, donde se dedicó a la enseñanza, y en 1960 marchó a Cuba. Allí permaneció un año trabajando en una monumental obra sobre José Martí.
Su residencia en ese país (en el que había triunfado en 1959 la revolución encabezada por Fidel Castro y el Che Guevara) y el discurso que pronunció con motivo del aniversario de la revista Cuadernos Hispanoamericanos le valieron críticas adversas en Argentina. Martínez Estrada respondió desde la revista uruguaya Marcha, argumentando que no era comunista sino defensor de la revolución cubana, un cristiano al margen de la Iglesia, partidario de la libertad y la dignidad de los hombres. Pensador independiente, dijo lo que creía justo, sin hacer concesiones, pero su feroz antiperonismo y su defensa de la Cuba de Fidel Castro lo habían dejado aislado. Cuando falleció tenía dactilografiadas ochocientas páginas del libro sobre Martí, que se publicó posteriormente en la isla.
La formación intelectual de Ezequiel Martínez Estrada se nutrió de lecturas innumerables, entre las que figuraron Sigmund Freud, George Simmel y Oswald Spengler; un lugar fundamental ocupó en este sentido la obra de Keyserling, que contribuyó a la consolidación de su visión telúrica y determinista, según la cual la geografía es un factor esencial en la formación de la personalidad humana.
Este "fatalismo telúrico" se asienta en la idea de una América excluida de la historia, de la acción y del tiempo por su pertenencia al mundo de la naturaleza. De ahí que para Martínez Estrada la historia argentina sea menos historia que etnología, es decir, la historia de los pueblos sin historia. El hombre argentino sería así un ser natural, primitivo, salvaje, prisionero de la naturaleza y el paisaje. Al serles negada la posibilidad de la auténtica historia, los argentinos, según el autor, se ven en la necesidad de inventar otra, artificial y falsa.
Su ensayo “Radiografía de la pampa” resulta una implacable exposición de los males argentinos, de las fallas éticas y espirituales y de la carencia de autenticidad de la vida nacional. Escrito en 1933, durante la llamada "década infame" argentina, su profundo pesimismo seguramente no es ajeno a esas aciagas circunstancias históricas. “La cabeza de Goliath”, continuación del anterior, analiza el ámbito urbano.
Otros ensayos del autor en una línea similar son: “¿Qué es esto?” (1956), “Cuadrante del pampero” (1956), “Las 40” (1957) y “Exhortaciones” (1957), a los que deben sumarse sus valiosos estudios sobre dos autores clave en la forja de la literatura nacional, Domingo Faustino Sarmiento y José Hernández: “Sarmiento” (1946), “Invariantes históricos en el Facundo” (1947) y “Muerte y transfiguración de Martín Fierro” (1948). De su obra narrativa cabe destacar: “Tres cuentos sin amor” y “Sábado de gloria” (ambas de 1956), “Examen sin conciencia” (1956) y “La tos y otros entretenimientos” (1957).
En su ensayo “Un triángulo. Viñas, Martínez Estrada, Sarmiento”, Beatriz Sarlo realiza interesantes reflexiones, tema de tratamiento y discusión en distintas universidades del país. En el comienzo del trabajo, escribe Sarlo: “A través de Sarmiento han pasado las mejores inteligencias argentinas. Es un prisma en el vértice de un triángulo, cuyos lados son las escrituras de Ezequiel Martínez Estrada y David Viñas. Ambos leen a Sarmiento como un hombre del siglo XIX con el cual es necesario ajustar cuentas en el siglo XX. “Ajustar cuentas” parece una fórmula más propia de Viñas que de Martínez Estrada. Sin embargo, estilísticamente, Viñas está cerca de Sarmiento; Martínez Estrada está más incluido en su espacio ideológico, aunque no lo acepta del todo y abre la conocida posibilidad de que la Argentina se hubiera construido mejor a partir del Martín Fierro y no del Facundo”.
Y sigue: El par “civilización y barbarie” expone un juego de lejanías y cercanías. Cuando Martínez Estrada escribe sobre Sarmiento, ese par conserva algunos de sus sentidos originales, aunque otros sujetos sean sus portadores. Cuando Viñas escribe por primera vez (poco más de una década después del Sarmiento de Martínez Estrada) ya no puede moverse a lo largo de la línea que separa “civilización” y “barbarie”. Por el contrario, la cruza de ida y vuelta porque la divisoria ha perdido fundamento histórico, moral y político. Martínez Estrada pregunta ¿qué queda de Sarmiento en el siglo XX? Descubre que ha sido muy difícil modelar una nación cuya materia, con violencia o mansedumbre indiferente, se resistió al modelo. Hubo un programa, una mirada, un sujeto. Sin embargo, una tierra, otra mirada y otros sujetos se le opusieron al tiempo que Sarmiento les daba nombres en su obra. Martínez Estrada, entre otros proyectos, explora las ideas de Sarmiento, reconociendo que hizo todo para manifestarlas de modo obsesivo y enmarañado. Fueron los contemporáneos de Sarmiento quienes primero se lo criticaron. Martínez Estrada reconoce en aquel a quien admira (a pesar de que lo admira) un espíritu donde el orden y la orden fueron sinónimos: destruye en lugar de persuadir, dice en sus Meditaciones sarmientinas de 1966”.
“Martínez Estrada atraviesa a Sarmiento buscando un sistema que, previamente, sabe que no encontrará del todo, sino que deberá armar con sus partes contradictorias: “Sin haber profundizado jamás, sin haberlo razonado bien (supongamos que razona bien algo”. Así es Sarmiento, la promesa de un sistema que, a diferencia del de Alberdi, no es sólido, aunque sus elementos sean fuertes. Por lo tanto, lo que se propone Martínez Estrada es tan difícil como la construcción de un sistema propio ya improbable cuando escribe a mediados del siglo XX. Si en algo se parecen es en el deseo de sistema y la imposibilidad de realizarlo. Martínez Estrada lee a Sarmiento como si allí hubiera un sistema en “estado literario”, del mismo modo que en su biografía política habría un sistema en “estado práctico”, al que sería posible filtrar y decantar. La materia (el “estado literario”) se resiste, pero dos libros de Martínez Estrada están dedicados a esa óptica refractaria y refractante del prisma Sarmiento”, explica Sarlo.
Concluye: “Martínez Estrada, el otro vértice del triángulo, había descubierto una falla en Sarmiento, la fisura que cava el exilio en subjetividades que son un poco de aquí y un poco de otras partes; subjetividades a las que se les niega la ilusión de completarse: lejos del hogar materno, lejos, muchas veces, de la lengua, lejos de esa misma “barbarie” que las ha expulsado y constituido como opuestos. Viñas capta al exiliado cuando ya no permanece hundido en la contemplación de esa falla. Lo presenta en el momento balzaciano de la adquisición, del desmesurado proyecto de dominio. El exilio es romántico por su inclinación a la melancolía. Pero el exiliado Sarmiento, muy sentimental y dado a las lágrimas, es sin embargo lo opuesto al melancólico. Sabe lo que le falta, está convencido de que lo que ha perdido se encuentra en su futuro y que él podrá alcanzarlo. Convertido en burgués, el exiliado deja la melancolía para las mujeres y los poetas (Sarmiento no tuvo gran aprecio por Echeverría, por ejemplo, y a las mujeres las quería industriosas y ocupadas, lejos del abismo enfermizo de la debilidad y lejos de la ignorancia)”.
El escritor y la conciencia latinoamericana
"Yo espero que algún día, si el mundo no es destruido por la ciega codicia de los plutócratas y los tecnólogos, o embrutecido planificada y científicamente a tal grado que sería preferible su aniquilamiento a su supervivencia en la infamia, espero que algún día, repito, mi obra será leída y juzgada con equidad, ante todo como la producción de un artista y un pensador. Espero que esto ocurra, no cuando mi país y el pueblo recuperen el uso del buen sentido del bien y del mal y el hábito de la moral corriente, sino cuando se cree en América Latina una conciencia propia de lo que somos, la conciencia de situación en pueblos e individuos colonizados y en naciones subdesarrolladas a las que se les dieron constituciones y leyes para mantenerlas cautivas sin necesidad del cepo; cuando se admita lealmente que hemos sido reducidos, por una labor inteligente y constante de usurpadores y bandidos, a la condición de enemigos de nosotros mismos, a la condición de servidores gratuitos o mal remunerados de los dueños del mundo" (Ezequiel Martínez Estrada).