Por: Semanario

En un mes más, aproximadamente, el intendente Pablo Petrecca, con su ensayada pulcritud, propondrá nuevamente a sus adversarios políticos una “Campaña Limpia”, tal como lo hizo en 2013 y 2015 siendo concejal, y ya en 2017 como Intendente, con el objetivo de no “dañar la propiedad privada (empresas y casas), los espacios públicos y los árboles, con pintadas ni afiches y a entregar en mano o bajo la puerta los volantes y no ensuciar la vía pública”.

Ayer, con su candidez de candidato, hoy devenido en Jefe comunal aspirando seguramente a otros cuatro años más sentado en la intendencia, ¿intentará nuevamente minimizar la política o la campaña a una cuestión de higiene?

Una campaña limpia seguramente no pasa por un muro pintado. Al fin y al cabo se terminarían blanqueando los paredones de una ciudad que está sucia sin campañas, debido al pésimo (o interesado) descontrol sobre la empresa encargada de mantener el distrito en condiciones dignas de ser vivido, más aún cuando los vecinos han estado pagando “religiosamente” los aumentos impiadosos de tasas municipales que debieran destinarse a ese fin, y no parece.

Tal vez Petrecca juegue con el poco ingenio de sus seguidores empuñando una brocha, una especialidad que bien saben manejar “artistas” de otros espacios políticos.

Tampoco puede decir que se afectarían los árboles, por parte de la gestión que se recordará como la que más especies taló, no sólo en el Parque Borchex y el balneario, sino en toda la ciudad.

“Campaña limpia” no es un papel en el piso, sino el papel que deben cumplir los responsables del Estado que durante estos casi cuatro años no han hecho más que ser sospechados de diversas maniobras poco claras en materia de administración, beneficiando presuntamente a sus amigos del círculo religioso, olvidando el dogma y cayendo probablemente en las garras del pecado que precisamente temen sus fieles.

“Campaña limpia” es hablar y debatir de política y no vedar el ingreso al municipio con policías y mediante argucias ponerle un cepo a las deliberaciones del Concejo, en connivencia con representantes escondidos tras una sábana, que obtuvieron el voto utilizándolo para sí y no por y para sus electores.

Bienvenidos aquellos que rescaten el valor de disentir y lo manifiesten en los paredones de nadie, sucios de aburrimiento y desesperanza.

Celebremos que las plazas se llenen de propuestas, en papel o a viva voz, pero no pongamos como prenda de unidad a la limpieza, banalizando la importancia de tener una sociedad pensante aunque huela a sudor.

Una campaña limpia se construye con valores y no con escobas, entonces propongamos a los candidatos que no mientan en las cuadras que asfaltaron, en las obras que no hicieron, en las autopistas que no se terminaron, en las terminales de ómnibus que no se prosiguieron y en los pejerreyes que no crecieron.

“Campaña limpia” significa darle participación a todos los medios de difusión y no sólo entregar las gacetillas pagas a los que figuran en la lista, a sabiendas de que se divulgará lo pedido y se callará lo sabido.

Pidamos una campaña “limpia” en las redes sociales, de fotos de funcionarios sonrientes en poses armadas, sentados a la mesa comiendo rico, paseando en distinguidos autos, apoyando lo foráneo antes que lo local; mientras la realidad es la gente en la plaza reclamando un lote, un pobre hombre durmiendo a la intemperie, los chicos con ruidos en la panza cuando el comedor escolar no los contiene, el barro en las calles, los colectivos viejos, los talleres ferroviarios abandonados.

Hablar de algo “limpio” supone otras cosas que van más allá de la prolijidad obsesa, porque tal como decía el poeta latino Horacio “si el vaso no está limpio, lo que en él derrames se corromperá”.