Es sabido que la pandemia del Coronavirus dejará mucho material de reflexión y análisis y tal vez eso ayude a desterrar algunas cuestiones enquistadas en esta sociedad moderna, que de moderna tiene mucho, pero más tiene de negocios.
En estos días se han estado mostrando cuestionamientos por parte de empresarios de la salud preocupados por falta de “clientes” en sus centros asistenciales. Las alarmas llegan desde los medios de comunicación que desde siempre se han convertido en instrumentos válidos para dar una estructura a lo que se conoce como “medicalización” y que no es otra cosa más que la “comercialización de la medicina”.
Por cierto, Junín ha estado siempre inmersa en estos cuestionamientos y sólo por poner un ejemplo, desde hace ya varios años los afiliados al PAMI están pidiendo la atención de especialistas, y el Círculo Médico sigue negando a sus asociados.
Como contrapartida, muchos han hecho notar sus quejas por la falta de “clientes” aunque en la jerga de la medicina se los conozca como “pacientes”.
Lo cierto es que el “consumo de salud” ha quedado relegado frente a la aparición del Covid19 y es probable que buena parte de la sociedad comience a darse cuenta de que esta situación podía haber estado recibiendo algún tipo de manipulación que promovió la necesidad de atención cuando esta no era del todo requerida, por lo cual habrá que promover un debate serio y responsable para aclarar estas cuestiones.
La medicalización es un aspecto que ha sido criticado desde hace mucho tiempo, incluso por los mismos profesionales de la medicina. En rigor, en un artículo publicado en 2011 en la Revista Clínica de Medicina de Familia (Albacete-España), un grupo de médicos, encabezados por Ramón Orueta Sánchez, realiza un pormenorizado análisis de esta llamativa situación que nos planteamos.
Si bien la atención a la salud ha sido una prioridad en todas las sociedades desde que estas existen como tales y esta prioridad sigue presente en la actualidad, la desigualdad ha sido una marca constante en este tema desde siempre, dejando demostrado que cuanto mayor evolución se ha logrado en los tratamientos éstos han estado emparentados con el poder económico.
El grupo de especialistas destaca en el artículo al que accedió SEMANARIO que, mientras en los países pobres los esfuerzos prioritarios se han centrado en la obtención de los recursos básicos para la vida, como son el disponer de los alimentos suficientes para una alimentación adecuada, el garantizar el acceso a agua potable y una vez garantizados éstos, la atención se dirige hacia las enfermedades de mayor incidencia y las de mayor repercusión sobre la morbimortalidad, siendo las enfermedades infecciosas el paradigma de procesos de atención prioritaria en estos países.
Por el contrario, en los países desarrollados, garantizados el acceso a las necesidades básicas y la atención a los procesos patológicos existentes, aparece una tendencia creciente a abarcar dentro del ámbito sanitario situaciones que hasta este momento eran consideradas ajenas al mismo. En ellos, la sociedad ha desplazado al campo médico la búsqueda de soluciones a problemas inherentes a la realidad subjetiva y social de las personas y la obsesión por una salud perfecta se ha convertido en un factor patógeno predominante y así "una persona sana es solamente un enfermo sin identificar".
PARADOJA DE LA SALUD
“La denominada paradoja de la salud, existente tanto en la sociedad como a nivel individual en los países desarrollados, hace referencia a la constatación de que cuanto mayor es la situación objetiva de salud más son los problemas de salud declarados, y que cuanto mayores son los recursos empleados en salud mayor es la proporción de personas que se sienten enfermos”, según destaca el informe.
La definición sobre salud de la OMS de 1946, que considera a ésta de forma utópica y subjetiva como algo más que la ausencia de enfermedad y la eleva al estado de bienestar absoluto, contribuye a la incorporación al ámbito médico de nuevas situaciones y problemas.
Antes del efecto de la pandemia, situaciones de la vida como el cansancio o la frustración y variantes de la normalidad como la calvicie o la fealdad, estaban siendo consideradas como enfermedades y, en muchos casos, sometidas a tratamiento farmacológico o incluso quirúrgico. Ni las propias etapas de la vida escapan a esta propensión a medicalizar, y así se tiende a someter al control médico el nacimiento, la adolescencia, la menopausia, etc.
Puntualizaban los médicos de familia que “el derecho a la salud está convirtiéndose en un peligroso objeto de consumo, y no estamos lejos de un horizonte indeseable en el que la sociedad viva de manera insana por su desmedida preocupación por la salud. Estamos asistiendo a la generación de una dependencia de la medicina que incapacita a las personas para cuidarse a sí mismas y una disminución de la tolerancia al sufrimiento y al malestar”.
¿Es saludable el constante “tour médico” y una andanada de estudios, análisis y productos químicos para transitar la vida?
Por eso planteaban que “es urgente una reflexión colectiva sobre hacia dónde nos conduce la ruta trazada, las consecuencias de la medicalización de la vida y sobre qué tenemos que hacer los distintos actores implicados para reconducir dicha situación”.
LA POSVERDAD
La ciencia ha quedado en deuda con la aparición del virus y la política y la publicidad interesada se han mezclado peligrosamente en la prevención.
Esto ha dejado demostrado la dificultad en el empleo del rigor científico y dejó en claro tal como se advertía que “no existen estudios que demuestren la validez de muchos de los métodos diagnósticos existentes ni sobre la eficacia o efectividad de un alto número de tratamientos que con frecuencia se prescriben”.
La medicina ha quedado al desnudo y bien valdrá la pena revisar conceptos que se habían naturalizado.
En las palabras de los investigadores se hace hincapié en que “es conocido que existe un sesgo en los estudios publicados en las revistas científicas y en las recomendaciones de expertos, ocasionado por diversos motivos. Entre ellos destaca la intervención de la industria farmacéutica, pues una parte importante de la investigación está financiada por ella. Las revistas científicas cubren parte de sus presupuestos gracias también a dicha industria (anuncios, separatas de los ensayos clínicos financiados por ella, etc.), e incluso muchos de los grupos de expertos que emiten recomendaciones existen gracias al patrocinio de la misma. En este apartado también pueden considerarse los estudios en subgrupos artificiales ad-hoc y los megaensayos para obtener significación estadística en mínimas diferencias, en los que las conclusiones obtenidas (que eran las esperadas) son las que han determinado la metodología del mismo”.
SOBRECONSUMO DE LA MEDICINA
Hay profesionales que consideran que existe una sobreutilización de las nuevas tecnologías. Quizás, en parte influidos por la dificultad en establecer el límite entre lo normal y lo patológico y por la falta de evidencias científicas sobre las actuaciones recomendables en diversas circunstancias, los profesionales tienden a utilizar con frecuencia las nuevas tecnologías, aunque no se conozca con certeza su validez y éstas aumenten la sensibilidad de la identificación de alteraciones de la normalidad y reduzcan el umbral a partir del cual deben abordarse médicamente.
Se pueden incluir en este apartado las pruebas de detección genética, que están otorgando la etiqueta de enfermo a personas por el solo hecho de tener una alteración genética que aumenta la probabilidad de sufrir una enfermedad en el futuro.
Tendencia a la innovación terapéutica, con una oferta constante de nuevos tratamientos crea un aumento de las expectativas que casi nunca se ve compensado.
“Asimismo, la industria farmacéutica representa otra parte de los factores implicados en la medicalización de la vida, pero aunque su papel es conocido, no por ello se debe caer en la focalización de toda la responsabilidad. Es sin duda una pieza importante del puzzle, pero únicamente una pieza del mismo”, advierte el grupo encabezado por Orueta Sánchez.
Y añaden que “las empresas farmacéuticas, como cualquier otra, buscan obtener los máximos beneficios. Este es un objetivo lógico y lícito. Su problema es que la obtención de este objetivo se realiza a través de estrategias que no siempre resultan beneficiosas para la salud de la población y contribuyen a su medicalización”.
Asimismo consideran que existe una “Promoción de enfermedades”, ya que “la industria dedica una parte importante de su presupuesto a la denominada "disease mongering" (promoción de enfermedades), que hace referencia al esfuerzo que realizarían las compañías farmacéuticas por llamar la atención sobre condiciones o enfermedades frecuentemente inofensivas, con objeto de incrementar la venta de medicamentos, mediante campañas publicitarias, visitadores médicos, estudios que intentan medicalizar cualquier dolencia, etc., pero esta inversión les resulta rentable”.
Existen distintas estrategias para conseguir este objetivo: tomar un síntoma común y hacerlo parecer el signo de una enfermedad importante, definir el porcentaje de población que padece un problema lo más ampliamente posible, usar sesgadamente la estadística, etc.
Advierten acerca de que “el síndrome de hiperactividad en el niño, la disfunción sexual o el trastorno de ansiedad social son algunos de los ejemplos que han sido ampliamente comentados en la literatura científica”.
Por lo que la “medicalización de la vida”, tiene un origen multifactorial, existiendo diversas causas y actores implicados (sociedad, medios de comunicación, industria farmacéutica, políticos, gestores y profesionales sanitarios), jugando el sector sanitario un papel fundamental en dicho proceso. Los profesionales sanitarios son, a la vez, actores y victimas de dicho proceso por lo que seguramente ellos mismos sean quienes deban proponer un debate que en Junín serviría para zanjar serias dificultades de la vida en comunidad.