No hay caso. Cuando uno tiene la fortuna de visitar los altos de la Sociedad Italiana, los duendes empiezan con sus travesuras. Es inevitable que los oídos se llenen con la voz de Floreal Ruíz, que todavía resuenan en el lugar. La gente que nos ve allí, medio aturdido, podría creer, acaso, que tenemos algunos “tornillos flojos”. Porque no comprenderían, quizá, lo hermoso de la recordación. El Tata no es olvidable. ¿Alguien fue capaz de manejar como él el matiz, la media voz, los cambios de atmósfera, desde lo más sutil a lo desesperado? Fue un cantor fundamental, que brilló con Francisco Rotundo y Aníbal Troilo y después, más de un decenio, con esa orquesta insuperable encabezada por José Basso.
Hoy se cumplen 43 años de su muerte. Había nacido 62 años antes en el porteño barrio de Flores, el 29 de marzo de 1916. “Piruco”, como lo llamaban en la familia, fue hijo de un anarquista, de ahí su nombre tan original. Cuentan que el padre, persona rigurosa y de fuerte raíz ideológica, lo echó de su casa por pretender ser cantor de tango: “Ser cantor es ser cafishio y no quiero cafishios en mi casa”, decía.
Fue un cantor cálido e íntimo, que giró en el circuito del tango más elaborado, como demuestra su trayectoria junto a directores de alta calidad. Perteneció a una hornada de cantantes inteligentes, finos y cuidadosos, que incluyó a Alberto Marino, Oscar Serpa, Carmen Duval, María de la Fuente y otros. En muchas versiones alcanza un nivel parangonable al de Gardel. Como éste, contribuyó a establecer un estilo emocional pero austero, exento de efectismos, de perfecta afinación y cuidada musicalidad.
Nuestra función periodística nos llevaba, muchos años atrás, quizá demasiados, a visitar a algunos colegas, en la necesidad de chequear información o simplemente para charlar de ingratitudes compartidas. Trepar las escaleras para llegar a los ex estudios de los canales 2, primero y 10 después, por ejemplo, lugar hoy transformado en una hermosa sala destinada a espectáculos, es como un pase de magia. Cuando uno llega al escalón final, la imagen se trastoca inmediatamente. Desaparece la pequeña recepción, la oficina administrativa, la sala de audio y hasta la sonrisa y la cordialidad infaltable de Aníbal Demattei. El embrujo hace que aparezcan atriles, bandoneones, las cuerdas, un público desbordante. Todo parece igual que hace cincuenta años. La respiración se contiene porque arranca Floreal con “Mundana”, electrizando el pequeño salón de la calle Belgrano, mientras ahí, sentado al piano, dirigiendo a la docena y pico de músicos, está Pepe Basso. Y desde los primeros compases instrumentales de “Mala Junta”, no se puede entender por qué nadie baila, si el ritmo es asombrosamente contagioso. Aun repitiéndose, apelando a casi los mismos arreglos que había ideado años atrás junto a Pichuco Troilo, Pepe hace que la gente sienta una vibración especial. Luego vendría “Tierra querida” y la sala lo escuchaba como si allí, sentado al piano de cola, tocara un marciano, un raro virtuoso que no se encuentran en ningún lado. Hasta que regresa él, pródigo y puntual, como jornalero veloz, para fascinar con “Vieja amiga”, arrancando cautives y perplejidad.
Eran tiempos en los que el tango, el fútbol y el turf estaban íntimamente ligados. Aquellos “cracks” que solíamos admirar desde las esperadas páginas de “El Gráfico”, no invertían sus dineros en campos, departamentos o en el exterior, ni menos evadían impuestos. Colocaban su plata en salones de tango, en pizzerías, en cafés bailables o bien en las patas de ignotos caballos, de la mano del Yacaré Antunez o del Maestro Ireneo Leguizamo. Eran tiempos que uno jugaba al fútbol (o intentaba hacerlo, mejor dicho) y escaparse a bailar un sábado a la noche se transformaba en una verdadera osadía, en una incalificable actitud de irresponsabilidad. Pero El Tata era El Tata, ¿cómo desairarlo?
Pese a ser un hincha empedernido de Independiente, curiosamente arrancó su carrera en Radio Belgrano, en 1939, grabando enseguida la “Marcha del Club Platense”, como vocalista de la orquesta de José Otero, bajo el seudónimo de Fabián Conde. Tres años después debutó con su nombre verdadero en Radio Prieto. Su padre lo va a escuchar y allí se trenzaron en un emocionado abrazo de reconciliación.
A los altos de la casona de Belgrano 84, uno de los primeros edificios importantes que tuvo Junín, habría que calificarlo honrosamente con un título honorífico: “Monumento cultural del tango”. En homenaje a los grandes que por allí desfilaron, al extremo de ser difícil sugerir nombres o recorridos, por el inmenso material que dejó impreso en recuerdos, caricias espirituales o sugerencias.
Volvamos al “Piruco” de Flores, que ahora encara “Muriéndome de amor”, tras haber empezado la segunda entrada de la orquesta con las picarescas letras de “La fulana” y “El peluquero”. Después, la piel de gallina originada por “Naranjo en flor”, “Romance de barrio”, “Flor de lino”, “De todo te olvidas”, “Corazón de papel”, “La noche que te fuiste”, “Tormenta” y “Qué me van a hablar de amor”. No hay caso, su voz comienza a oírse cuando uno va subiendo las escaleras y produce un hermoso y curioso cosquilleo, al dibujar la amistad en “Por la vuelta”:
“Afuera es noche y llueve tanto.
Ven a mi lado, me dijiste.
Hoy tu palabra es como un manto,
un manto grato de amistad.
Tu copa es ésta y la llenaste;
bebamos juntos, viejo amigo,
dijiste, mientras levantaste
tu fina copa de champán”.
El Tata llegó a la orquesta del Gordo Troilo en agosto de 1943, por instancia de Alberto Marino, reemplazando a Francisco Fiorentino. Floreal marcó toda una época, porque fue un verdadero maestro de la interpretación y uno de los primeros vocalistas que hizo especial hincapié en la articulación y en la acentuación de determinadas palabras. Su estilo influyó de modo especial en distintos cantores y dos de los más grandes, como Julio Sosa y Roberto Goyeneche, confesaron haber aprendido mucho de él.
La exquisita poeta tanguera, Haydée Breslav, habla de “la sabiduría que demostró el Gordo Troilo en la elección de cantores: sólo los mejores pasaron por la orquesta, que exhibió un equilibrio perfecto entre la voz y los instrumentos, y en ocasiones memorables logró abolir el límite entre música y poesía. Francisco Fiorentino, Alberto Marino, Floreal Ruiz, Edmundo Rivero, Jorge Casal, Raúl Berón y Roberto Goyeneche fueron en su momento cantores de Troilo; hoy son parte de la mitología porteña. Pero el estilo Troilo no habría sido completamente el estilo Troilo sin su fueye cadenero y la voz de El Tata Floreal Ruiz, quizá el mejor de todos”.
Floreal dibuja como pocos una hermosa acuarela en el tango “Marioneta”, haciendo una descripción magistral de una típica y antigua casa de barrio con su jardín, tras la cual uno podría percibir el aroma de las flores y a la hermosa niña de los bucles despeinados. De la misma manera canta las finísimas poesías de Homero Expósito “Naranjo en flor”. Románticos y melancólicos versos con diversas metáforas: “De tu país ya no se vuelve, ni con el yuyo verde del perdón” o “Eterna y vieja juventud, que me ha dejado acongojado como un pájaro sin luz”, que se ensamblan a la perfección con la melodía de su voz.
Después del memorable ciclo con Pichuco, que se extendió hasta setiembre de 1948, con 31 grabaciones, El Tata ancló con Francisco Rotundo, uno de los directores más brillantes que tuvo el tango. Allí empezó inmortalizando “Sur” hasta lograr versiones antológicas con “Infamia” (un Discepolo poco frecuentado), “Melenita de oro”, “Muchachos, silencio” y “Bandoneón arrabalero”, hasta llegar a “Esclavas blancas”, pieza de una fuerte denuncia social, que generó un gran escándalo por su crudeza. Con Enrique Campos y Carlos Roldán, formaron un trío incomparable. En 1953, justo cuando llega a la orquesta Julio Sosa, se produce una grabación antológica, que a tantos años sigue paralizando los corazones sensibles: “El viejo vals”, con el dúo Floreal-Campos.
A medida que la Argentina se fragmenta cada día un poco más y que abandona su propia raíz cultural, figuras como la de Floreal Ruíz se convierten en referencias casi exóticas, que ilustran otras actitudes posibles. Durante muchos años marcó con su voz una manera comprometida de entender el tango. Murió hace casi cuatro décadas. Y así como conserva miles de fanáticos, millones de argentinos no saben hoy ni siquiera que existió. Nadie lo transformó en mito ni emblema ni marca, quizá porque fue algo más humilde y auténtico que todo eso...
“UNA DE LAS GRANDES VOCES DEL CUARENTA”
El periodista y poeta Ricardo García Blaya, así entiende la trayectoria de El Tata: “Cuando escucho a Floreal Ruiz tengo la sensación que el cantor lo hace de un modo tan natural y espontáneo que parecería estar sentado en una silla conversando informalmente, y las notas surgen de su garganta sin ningún esfuerzo. El timbre y la coloratura de su voz me resultan sonidos cotidianos, no hay estridencias ni falsos recursos, lo hace de la manera más difícil, sencillamente.
Fue, sin ninguna duda, un cantor sutil, delicado, de una excelente dicción que permite entender no sólo la letra, sino también su dramatismo.
En rigor, una de las grandes voces del cuarenta, y paradójicamente, su reconocimiento definitivo lo logró con el transcurso de los años, no en su momento de plenitud cuando integraba la orquesta de Aníbal Troilo. Esto se debió a dos motivos. Primero, porque en la década del cuarenta surgieron muchísimos cantores de un nivel excepcional; segundo, porque a él le tocó reemplazar en la orquesta de Pichuco a Francisco Fiorentino y actuar al lado del exitoso Alberto Marino, que era el cantor de moda.
Floreal Ruiz cantó siempre bien, aún en los últimos años de su carrera. Murió cantando”.