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La pobreza de este tiempo - Semanario de Junín

LOCALES | 22 ENE 2022

ANÁLISIS

La pobreza de este tiempo

Desde el Instituto de Producción Popular, el fundador de la entidad y ex presidente del INTI, Enrique Martínez, plantea “la pobreza” desde una mirada certera para ubicarnos en tiempo y espacio acerca de una palabra que tiene infinidad de aristas.



Ser pobre es un concepto relativo, en términos históricos, porque referencia la calidad de vida de una persona con ciertas condiciones básicas, que varían a medida que la sociedad es capaz de producir una gama mayor de bienes y servicios, hecho que modifica objetiva y subjetivamente qué se considera una «condición básica».

Además de eso, en la historia de la humanidad, la pobreza ha tenido diferente significación en distintos puntos del planeta en un mismo momento, porque las comunicaciones imperfectas entre comunidades diversas llevó a que los elementos de comparación se establecieran al interior de cada comunidad. Aún en el período de formación de las naciones modernas, esa precariedad de vínculos entre regiones llevó a que la autopercepción de la pobreza pudiera ser diferente entre dos o más regiones o pueblos que habitaron un mismo país. Esto cambió.

La modificación de las comunicaciones, que permite difundir estilos de vida a lo largo del planeta en tiempo real, ha llevado ya hace tiempo a definir un patrón de pobreza que se hizo y se hace uniforme en cada rincón, definido por una interacción permanente de condiciones objetivas y subjetivas, éstas últimas actualizadas por internet segundo a segundo, podríamos decir.

Hace décadas que científicos y burócratas de todo el mundo discuten, en tal contexto gradualmente uniforme, qué es ser pobre. Con frecuencia, llegan a caracterizar una multitud de aspectos, que lamentablemente los lleva a enredarse en la discusión subsiguiente: cómo se miden estos parámetros. La solución única aún no llegó.

El resultado es que los países tienen formas de cuantificar la pobreza que muchas veces no pueden ser comparadas, porque se basan en estadísticas no superponibles. Ni qué decir cuando en países como el nuestro, cambiamos periódicamente los criterios y llegamos a series que no se pueden comparar.

Todo este escenario es serio y grave. Peor aún es tener una contestación débil- o ninguna contestación - a la pregunta: ¿Por qué hay pobres?

En definitiva, caracterizar y medir la pobreza es necesario; eliminarla como problema debe ser el objetivo superior de una sociedad. Y para eso no debe caber ninguna duda sobre sus orígenes y causas determinantes.

Revisando la vida en el planeta, las situaciones donde toda una comunidad es pobre son minoría. Ese escenario se ha dado sólo cuando el destino es enteramente común y no se cuenta con capacidad para generar los bienes básicos o extraerlos del entorno. El riesgo de extinción masiva en esa situación es evidente.

En la mayoría de los casos, por el contrario, hay pobres y ricos, o al menos pudientes, cuyas necesidades son satisfechas adecuadamente. La riqueza, antes del capitalismo y durante toda su vigencia, es resultado del ejercicio de un poder, sea militar, sea religioso, sea económico, que permite al rico apropiarse de una fracción mayor de los bienes generados por el conjunto del trabajo comunitario.

El capitalismo y la revolución industrial - si hacía falta - pusieron este hecho rotundamente en blanco sobre negro.

La producción y la ocupación aumentaron durante más de un siglo en proporciones sin antecedentes, proceso que fue acompañado por la sistemática concentración del ingreso en manos de los capitalistas, hasta llegar a la concentración aún en el espacio de los más poderosos.

En tal condición, el sentido común, la evaluación política y la propia percepción de los trabajadores llevó a la conclusión más inmediata: Sin siquiera cuestionar la legitimidad del derecho del emprendedor a apropiarse de una alta fracción del valor agregado en una unidad productiva, la existencia de pobres debe ser asignada a una apropiación exagerada de tal valor. Por lo tanto, es natural que se establezca una puja distributiva, reclamando que por vía de salarios o por otras formas indirectas se compense a los que menos tienen.

Esa es la realidad elemental y generalizada de buena parte del siglo 19 y 20. Sin embargo, como ya se ha demostrado en varios procesos, la evolución no es lineal. Hay un momento histórico - que ya estamos transitando hace varias décadas - en que la concentración coloca en unas pocas manos un excedente superior - ya es muy superior - al que se puede reinvertir en nuevos proyectos, agregado al hecho que el excedente crece a mayor ritmo que la capacidad de consumo de la población.

Aparecen así las finanzas como modo de apropiarse de riqueza. No es un hecho nuevo ya que hace siglos y siglos que los banqueros y especuladores financieros existen. El hecho nuevo es la capacidad de absorber las crisis periódicas fruto de las burbujas especulativas, a la que se suma la aplicación sistemática de los gobiernos de los estados más influyentes del planeta, para que ese salvataje periódico ocurra.

La hegemonía financiera del presente permite a algunos apropiarse de valor sin participar de un proceso auténtico de generación del mismo. Es literalmente un despojo concretado a expensas del resto de la sociedad. Ese fenómeno es destructor de trabajo, sea asociado o independiente. Ya ni siquiera es generador de trabajo mal remunerado en relación de dependencia.

Aparece así el fenómeno masivo conocido como exclusión. O sea: el sistema social y económico hegemónico funciona sin necesitar a una fracción de la población, ni como trabajadora ni como consumidora.

Los excluidos hacen lo imaginable: Se organizan individualmente o en pequeños grupos para trabajar fuera del sistema, brindando servicios de variada índole a  quienes disponen de recursos económicos, buscando así acceder a un consumo de subsistencia.

En algunos escenarios se integran a cadenas de valor industriales o comerciales, pero en carácter de trabajadores independientes, que cumplen una función remunerada a destajo, de manera proporcional a lo que aportan, valorada por el capitalista que hegemoniza la cadena. Las tres situaciones más típicas de este vínculo, reconocibles en el paisaje urbano, son el cartoneo; la distribución de alimentos y otros bienes, casa por casa, a infinidad de consumidores; el taxi administrado por una central (la uberización).

El denominador común es la baja productividad de la tarea; la remuneración errática y la ausencia absoluta de cualquier cobertura social de las que dispone un trabajador en relación de dependencia o aún un monotributista.

El resultado es obvio: Todo ese universo laboral es pobre y además, por vasos comunicantes más o menos invisibles, convierte en pobres a franjas de escasa productividad de los trabajadores convencionales, cuyo salario evoluciona a la baja, ante la existencia de tan enorme ejército de reserva.

LAS ACCIONES GUBERNAMENTALES

Los gobiernos con vocación popular han sido débiles hasta ahora en el análisis de este nuevo y dramático escenario global.

La reacción típica es la adaptación y pretendida profundización de la puja distributiva, con el Estado auxiliando a los más débiles.

«Los salarios y las jubilaciones deben aumentar más que la inflación»

Esa meta - loable, más allá que el flanco inflacionario queda intacto – pierde efecto y sentido cuando más de la mitad de la población económicamente activa no percibe un salario tradicional.

Cuando la evidencia de la crisis muestra esa grosera deficiencia de la política, se apuesta a profundizar el método: se subsidia masivamente los ingresos de los excluidos, desde aquellos más notorios, como las madres jefas de hogar, a los malamente relacionados con el sistema, como los proveedores de cartón barato, de comida pedaleada o taxis improvisados. Se apela a derechos valiosos como la AUH, recursos difíciles de administrar como la tarjeta Alimentar, hasta la entrega de alimentos a comedores populares o el fugaz IFE, que sirvió especialmente para dejar en evidencia el desconocimiento del funcionariado de la magnitud de los problemas a afrontar. Se agrega también subsidios a los trabajadores integrados en los márgenes, sea fuera de la cobertura social (cartoneros) o dentro (gastronómicos).

A ese universo se van sumando periódicamente colectivos laborales en la medida que la concentración aumenta, hasta llegar al límite que representa la exclusión de los jóvenes en forma masiva. Si las nuevas generaciones no se pueden incorporar, estamos al horno.

CONCLUSIÓN: La pobreza hace ya muchas décadas que dejó de ser solo un problema de puja distributiva. Es también - en gran medida - el resultado de la desaparición de la existencia del consumidor masivo como condición necesaria para que quienes hegemonizan el poder económico y financiero aumenten su riqueza.