Arrogancia educativa

Desde la llegada del macrismo al gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, las políticas educativas han puesto el acento en desplazar a los sectores vulnerados y al mismo tiempo ensalzar a la educación privada. Esas gestiones no han hecho más que desfinanciar a la escuela pública. La prueba más contundente es lo costoso que resulta en muchos casos obtener una vacante para el alumnado en escuelas primarias o secundarias porteñas.

No se trata sólo de la arrogancia de la actual funcionaria Soledad Acuña, quien dijo esta semana que "después de dos años es muy tarde para salir a buscar a los chicos" que abandonaron la escuela durante la pandemia de coronavirus porque, a su entender, "seguramente ya estén perdidos en un pasillo de una villa o cayeron en actividades del narcotráfico".

También transitaron el mismo trayecto tiempo atrás Esteban Bullrich o Mariano Narodowsky. No se trata de un hecho casual sino de un camino trazado. Pero lo más preocupante reside en que ese desprecio clasista se irradia desde el centralismo citadino hacia el resto del país.

Esta arrogancia no es novedosa en la educación argentina que ha privilegiado el individualismo, sino que es parte de la idiosincrasia que algunos (pocos) formadores de docentes intentan desarraigar no sin esfuerzo.

Debiera incluirse en los anales de la memoria colectiva, la frase pronunciada por Mauricio Macri en 2017 respecto a "la terrible inequidad" que existe entre "aquel que puede ir a la escuela privada versus aquel que tiene que caer en la escuela pública".

Un informe del Observatorio de Argentinos por la Educación, con autoría de Ivana Templado  de la fundación FIEL, analiza las desigualdades educativas en el nivel superior a partir de los datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) y destaca que casi un 8% de ingresantes a la universidad son jóvenes provenientes de sectores de bajos ingresos, pero sólo el 1% de ellos termina los estudios, lo cual sigue mostrando las características exclusivas de la universidad, ligada también a la deserción que se produce en el secundario.

Sin embargo queda claro que la responsabilidad frente a la situación debe caberle a las autoridades educativas que, sin más, observan como un sector de la sociedad se va de la educación formal como arena entre los dedos y no muestra capacidad de reacción, encasillada en la arrogancia académica.

Salir de la zona confortable de las amplias oficinas repletas de diplomas y homenajes y realizar una tarea de rematriculación casa por casa, no debiera ser una alternativa sino una obligación en cada centro educativo público y también en aquellos de gestión privada subvencionados por el Estado.

Imaginemos por caso qué pasaría si la política en salud descartara sin más a los pobres ante alguna crisis sanitaria.

En verdad no hace falta imaginar nada. Solamente recordar que la gestión presidencial de Macri durante el período 2015-2019 también desmanteló al Ministerio de Salud de la Nación.

ESTE ARTÍCULO FORMA PARTE DE LA EDICIÓN IMPRESA DE SEMANARIO DEL SÁBADO 22 DE ENERO DE 2022.