Ángel Domingo Emilio D'Agostino (25 de mayo de 1900 - 16 de enero de 1991) fue un pianista, arreglador, compositor y director de enorme categoría, con una orquesta de excelentes músicos. Estableció con el cantante Angel Vargas (“El ruiseñor de las calles porteñas”) un binomio extraordinario dentro de la historia del tango.
Pese a la calidad de la agrupación, D`Agostino recién comenzó a grabar a fines de 1940. Su trayectoria no fue continua, ya que disolvió y rearmo su orquesta en varias oportunidades. Uno de sus músicos, el bandoneonista Ismael Spitalnik, lo definía de esta manera: “En enero del ´40 comencé a trabajar con D´Agostino y cuando hoy escucho las grabaciones, observo que la orquesta sonaba criollita y sencilla. Justamente triunfó por su sencillez, por su lenguaje claro y simple, por el buen decir de su cantor Angel Vargas, que le permitía al público entender a la perfección las letras, Además, había elegido un fino repertorio, muy nostalgioso y muy distinto al de los demás”.
En julio de 1951, ya sin la figura emblemática de Angel Vargas, D´Agostino se presentó en Junín, más concretamente en el Club Mariano Moreno. Lo hizo con tres vocalistas: Tino García, Rubén Cané y Ricardo Ruíz. Ese año fue muy movido en Junín en materia de tango, con la presencia, entre otros, de Francisco Canaro, Sabina Olmos, Edmundo Rivero, Roberto Firpo, Ebe Bedrune, Mario Canaro, Lopecito y su cuarteto, Francini-Pontier, Miguel Caló, Horacio Salgán, Alfredo De Angeliz y Rodolfo Biagi.
La escritora Hilda Cabrera, esposa del periodista Julio Nudler, ambos fallecidos, lo describió de este modo: “Murió a los 90 años, en soledad, sin esos amigos de los que tanto se habla en los tangos. “Para el tango no se necesita erudición sino inspiración”, le gustaba decir a D´Agostino. Sin embargo, él no era un “orejero”. Tenía un pasado de formación académica y había hecho a los 13 años su debut con un dúo de notables: Juan D´Arienzo y Eduardo Armani. Con ellos trabajó en el anfiteatro que había entonces en el Jardín Zoológico.
D´Agostino vivía de noche. No era bueno para sus 90 años ni para su asma crónica. Revivía -así lo decía a quienes le preguntaban- aquella época de gloria para el tango, los años ´40 y ´50, cuando “Muchacho”, “Tres esquinas” o “A pan y agua” (cantados por Angel Vargas) eran música cotidiana.
Como pianista tocó en su juventud con los célebres Juan Maglio, Bardi, Rocatagliata, Arolas y hasta tuvo un oyente de lujo: Vicente Greco. Su labor como director fue sencilla: optó por dar primacía al cantor. Por eso son muchos los que no conciben a D´Agostino sin Angel Vargas, el cantor de más arrastre dentro de los que tuvo su orquesta. Y a tal punto que buscó como reemplazante de Vargas a un cantor notable y de igual tesitura: Tino García, que actúo hasta 1963, y a Rubén Cané.
Supo rodearse de excelentes músicos y estupendos arregladores. Entre los primeros se recuerda a un segundo bandoneón como Alfredo Attadia y a un primer violín como Víctor de Felice, que luego pasó a la orquesta de Horacio Salgán. Los mejores momentos fueron, según los conocedores, aquellos en los que D´Agostino tuvo como arregladores a Eduardo del Piano y Armando Lacava, que luego acompañaría a Angel Vargas.
Un piano con ritmo, cantantes con “Angel”, intérpretes y arregladores de primer nivel, hicieron posible que el tango de D´Agostino no pasara inadvertido a los que no bailan. Se cumplía así el deseo del maestro: “Siempre quise que el tango tuviera melodía y fuese escuchado y bailado a la vez”.
SEMBLANZA
Los periodistas Néstor Pinsón y Ricardo García Blaya, de la página todotango.com, escribieron en conjunto este recuerdo de la figura de Angel D´Agostino: “Su orquesta no tuvo el reconocimiento musical que tuvieron las de Aníbal Troilo, Carlos Di Sarli u Osvaldo Fresedo, ni tampoco produjo el fenómeno popular de Juan D'Arienzo, pero desde 1940 a la fecha, las generaciones tangueras no dejaron de respetarlo y admirarlo.
Esa orquesta tenía magia y esa magia se trasuntaba sin necesidad de grandilocuencias, ni de hechos estentóreos. Todo lo hacía su sencillez y su buen gusto.
Otra opinión interesante es la de Luis Adolfo Sierra: “D'Agostino acertó con el propósito de plasmar un estilo de muy simples concepciones musicales, pero de expresiva manera de ejecución, traducido por un calificado núcleo de ejecutantes. Pero la identificación con Ángel Vargas, determinó por sobre la labor separada de cada uno, el éxito de un binomio que logró imponerse en el momento de mayor afluencia de grandes figuras del tango”.
El periodista Jorge Göttling nos advierte: “Quien crea que D'Agostino tocaba el piano, o no sabe de piano o no conoció a D'Agostino. Se tocaban simultáneamente ambos, como si fueran una pareja en pleno idilio”.
Finalmente, el músico se define a sí mismo, diciéndonos: “Yo soy milonguero, siempre lo fui, en el mejor sentido del término. Fui un buen bailarín y trabajé acompañando a los mejores, como El Mocho y La Portuguesa, también a Casimiro Aín. Pero El Mocho era el mejor, era un cajetilla (elegante) que no necesitaba coreografía barroca, era la representación más auténtica y más acabada de un milonguero. Así es que formé mis orquestas con dos conceptos que jamás abandoné: respeto por la línea melódica y acentuación rítmica para facilitar el baile. Cuando el cantor irrumpe en la escena y desaloja del punto de atención al músico, la orquesta estaba armada de tal forma que música y canto no interrumpían la posibilidad del baile. Para ello el cantor debía convertirse en un instrumento más, un instrumento privilegiado, pero no separado”.
En esta apretada síntesis podemos concluir que la orquesta de Ángel D'Agostino se caracterizó por una delicada sencillez, por un muy buen repertorio, por ser bien milonguera y que tuvo en Ángel Vargas, un instrumento indisoluble del resto de la formación. Cuando el cantor se retira de la orquesta, ésta ya no fue la misma.
La música para él fue un hecho cotidiano y familiar, tanto su padre como sus tíos eran todos músicos. En su casa había un piano y éste resultó uno de sus primeros juguetes. En alguna charla con él recordaba que Manuel Aróztegui y Alfredo Bevilacqua eran habitués y que el piano no dejaba de sonar. El tango "Independencia" de Bevilacqua, sonaba en su casa con bastante anterioridad a su estreno, ocurrido en 1910.
Estudió en el conservatorio y de niño comenzó a tocar en público. Fue un trío infantil en el que también estaba su vecino de barrio, Juan D'Arienzo. Se presentaron en un pequeño teatro que funcionaba en uno de los costados del Jardín Zoológico (barrio de Palermo), y como no les pagaron perpetraron un incendio que pronto fue sofocado.
Dejó los estudios secundarios por la música. Las familias aristocráticas lo contrataban para tocar durante sus reuniones festivas. También comenzó a tocar en un local nocturno, diversos ritmos y en especial el ragtime, un ritmo de negros que había traído un pianista inglés de apellido Frederickson, al que reemplazaba cuando éste abandonaba el piano por su borrachera.
Arma su primera orquesta en 1920, de tango y jazz, es contratado por el cabaret Palais de Glace. Entre sus músicos estaba Agesilao Ferrazzano, a quien el propio D'Agostino consideraba el mejor violín que tuvo el tango.
Pese a que fue invitado varias veces, nunca salió de gira al exterior y la razón de esta actitud es una de las incógnitas de su vida.
En la época del cine mudo fue una de las orquestas pioneras que tocaba en los cines. Pasaron por sus filas: Juan D'Arienzo, Anselmo Aieta y Ciriaco Ortiz.
La primera orquesta puramente tanguera la forma en 1934, con los bandoneones de Jorge Argentino Fernández y Aníbal Troilo, el violín de Hugo Baralis (hijo) y el cantor Alberto Echagüe.
A Ángel Vargas lo conoce en 1932, trabajaba de tornero y lo presenta en algunas de sus actuaciones. Recién en 1940 se consolida el binomio cuando la orquesta es contratada por el sello Víctor y actúan en Radio El Mundo.
D'Agostino fue un personaje de Buenos Aires, no sólo del tango. Jugador experto y soltero empedernido, jugaba al póker en el Club del Progreso (club donde concurría la alta burguesía) y cultivó una entrañable amistad con Enrique Cadícamo. Sobre esta relación hay una curiosa anécdota que lo pinta de cuerpo entero. Cadícamo y D'Agostino se habían juramentado no casarse jamás, mujeriegos y bohemios no concebían estar encadenados a un vínculo permanente. Pero hete aquí que pasados los cincuenta años, Cadícamo incumple el pacto y se casa con una muchacha veinteañera. A partir de ese momento D'Agostino no le dirigió más la palabra.
Con la voz de Ángel Vargas graba 93 temas, con Tino García 18, más un dúo con Miguel Cané, con quien graba 9 temas. También pasaron por su orquesta Raúl Lavié (2 temas), Roberto Alvar (3 temas) y con Ricardo Ruiz graba el tango "Cascabelito" que en muchos discos aparece erróneamente como cantado por Vargas.
El 16 de enero de 1991 fallece, solo, como siempre quiso, repleto de música, de amigos y del recuerdo de tantas mujeres. Una de ellas, seguramente la más famosa argentina del siglo XX, Eva Perón, le regaló un reloj despertador de diseño único, del que sólo había mandado fabricar tres piezas. Hoy ese reloj es parte de la colección del presidente del Consejo Académico de Coleccionistas Porteños de Tango, don Héctor Lucci.