Proveniente de una familia muy humilde, Gabriel Carrafiello, el reconocido peluquero y ex futbolista de nuestra ciudad, supo aprovechar cada una de las posibilidades que le fue presentando la vida.
Con diferentes experiencias laborales sobre sus espaldas, su dedicación a la peluquería la conjugó con otras de sus grandes pasiones en la vida: fútbol y amistad.
“A muchos que hoy son directores técnicos y con los cuales tengo muy buena relación, les llevaba las zapatillas a la pensión donde vivía y las lavaba, las colgaba en la terraza, y al otro día se las entregaba, pero no por plata, sino por comida, me llevaban a comer”, aseguró Gabriel en una charla con SEMANARIO, en la cual recordó vivencias de su juventud en Buenos Aires y los malabares que hacía para subsistir.
Su historia con las tijeras comienza cuando su madre ingresa a trabajar en la peluquería Samperi, haciendo la limpieza del local y también en la casa de sus dueños, ubicada arriba del histórico salón de Avenida San Martín y Sáenz Peña. Su mamá sufría de asma, y su hermano Claudio la ayudaba a subir los baldes de agua por las escaleras. Ese acercamiento de su hermano a la peluquería hizo posible que Rosario Samperi le enseñara a manejar los instrumentos del peluquero. Un don que más tarde adquirió Gabriel.
“Mi gran maestro en peluquería fue mi hermano Claudio. Cuando volvía de Buenos Aires, los fines de semana, lavaba los vidrios, baldeaba la peluquería donde trabajaba y miraba. Atendía alcanzando lo que necesitaban”, recuerda.
Su padre, en cambio, era ferroviario. Y conoció a su madre, años antes de recalar en Junín, en Emilio Bunge. Al finalizar la extenuante jornada laboral entre rieles y durmientes, junto a su hermano y a un amigo, almorzaban en un comedor de esa localidad del Partido de General Villegas, donde tres hermanas trabajaban de mozas. Una de ellas, Rosario, se convirtió en su esposa. La otra se casó con el tío de Gabriel, y la tercera de las hermanas armó su familia con el amigo de su padre.
Los abuelos de Carrafiello eran los encargados de producir la comida que servían a los viajantes, a la gente de campo y a los ferroviarios que paraban ahí.
Cuando la familia decidió trasladarse a Junín, Gabriel recuerda que consiguieron una casa prefabricada con piso de tierra, y sin baño, ubicada en Ramón Hernández. Cincuenta años atrás, ese estilo de viviendas era mucho menos resistentes que las actuales, y tuvieron que trabajar mucho para dejarla en condiciones.
Con ocho años, Gabriel y sus hermanos, iban los domingos, con balde, tijeras y zapín, a limpiar las tumbas del cementerio. Se encargaban de dejarlas en condiciones. El espíritu del trabajo lo mamaron de chicos, sin duda alguna.
Pasaron algunos años y la familia se mudó a Bernardo de Irigoyen y España, en la Unión Ferroviaria. Allí compartían la casa con la familia de Eduardo Dimarco. “Ellos vivían sobre Irigoyen y nosotros sobre España. Ahí empecé a jugar al fútbol en el Club Jorge Newbery. Fueron pasando los años y mis padres se anotaron en el plan Fo.Na.Vi, de Rivadavia y Sanabria, y nos salió un departamento allá. Yo seguí en Newbery. Iba al Colegio Padre Respuela y trabajaba frente a la juguetería Maulini deshuesando pollo con mi tía, una de las mozas de Bunge”, recuerda.
Adolfo “Fito” Barzola, gran amigo de la juventud, jugaba en dos equipos en Newbery, en la juvenil y en la de mayores. “Cuando lo venden a Lanús me llamó para avisarme que había una prueba. Allá pasé una experiencia divina en el club y en Buenos Aires”.
ESPACIO SAGRADO: LA PELUQUERÍA
Cualquiera que visite la peluquería de Gaby Carrafiello se encontrará con un lugar atípico, muy diferente al ambiente de otras peluquerías. Basta con entrar para ser atendido personalmente por el peluquero que pone a disposición del cliente amabilidad, charla, diarios, café y, por supuesto, las mejores manos para el mejor corte.
“A mí me gustaría tener un café peluquería, y que en un rincón esté la peluquería, con mozo, con servicio. Que todo sea de Gaby Carrafiello. Yo lo hago actualmente, pero en miniatura con el espacio que tengo”, aclara.
Cuando Gabriel decidió volver a Junín después de la experiencia futbolera capitalina (jugó en Lugano, Barracas, Lanús), se calzó la camiseta de Newbery, y también la de Villa y River. Y conoció a su mujer. Recuerda que cuando su hija mayor, Agustina, era todavía bebé, y él jugaba en la V azulada, un día de pleno invierno, vio a las dos acurrucadas dentro del Gordini, que lo habían ido a ver. “Ahí dije ¿qué estoy haciendo acá? Yo tengo que cortar el pelo y jugar al fútbol pero por hobbie. Eso me hizo clic y fui dejando de a poquito”.
Pero como nunca quiso desprenderse del todo del fútbol, armó una peña denominada “El equipo de primera”, que lleva 23 años de juntadas, recuerdos, risas y anécdotas, todos los martes y jueves. A veces arman algún partido contra distintos clubes de fútbol de Junín y la zona.
En su peluquería, Gabriel tiene fotos con celebridades y distintos personajes destacados del futbol local y nacional. También tiene imágenes de su familia, objetos de sus pasiones y sus pasos por los clubes de fútbol. Sin duda, la foto de Diego Armando Maradona es la que más sobresale.
Gaby es un tipo impecable, su aspecto habla por sí solo, y así se maneja en la vida, en su trabajo. Cada vez que culmina la jornada laboral deja todo prolijamente acomodado. “Cuando cierro limpio, ordeno y preparo todo para que al otro día sólo tenga que prender la cafetera, el aire y la tele”.
La peluquería es un lugar de encuentro casi obligado. Quienes se sientan en el sillón confían sus historias: problemas de familia, separaciones, conflictos.
Y para los más chicos, Gaby tiene la play station, y organiza competencias. Como premio les da un turrón a cada participante. Los sábados al mediodía prepara panchos con aderezos y papas pay.
Todos comen, debaten, discuten, organizan; nadie queda afuera. Gabriel sólo cobra el corte.
NOTA PUBLICADA EN LA EDICIÓN IMPRESA DEL SÁBADO 23 DE DICIEMBRE 2017