Los colonos llegaron en grupos de diez familias, todos muy bien organizados. Juan Simón, al que llamaban Juan de la Chacra, lideraba los grupos que se instalaron a la orilla del río Grande en medio de la floresta. Juan ordenó apenas limpiar los yuyos sin perjudicar los árboles. Las casas fueron construidas de barro y paja. El fuego debía encenderse en lugares determinados y con el debido cuidado para no producir incendios. Nadie podía cazar, era prohibido matar cualquier animal, apenas la pesca estaba autorizada.
En los claros de la selva fueron organizadas y distribuidas las huertas. En poco tiempo los cultivos convivían en armonía con el paisaje salvaje de la floresta tropical. Tomate, pimienta, batata, papa, arroz y maíz eran las cosechas más abundantes. La técnica que empleaban era moderna y ejecutada con perfección. El resultado de esto se reflejaba en las enormes sandías y los jugosos melones, orgullo de los colonos.
Pasado el tiempo, Juan de la Chacra fue observando el crecimiento y la prosperidad de la colonia, pero a pesar elcuidado especial por preservar la naturaleza, se notaba la disminución paulatina de los animales. Ya no se escuchaba a los pájaros cantar por la mañana, de vez en cuando una calandria emitía un gorjeo triste. Los topos no daban más trabajo a los labradores de las huertas y los peces prácticamente habían desaparecido.
Cuando mayor eran los tomates menor el número de grillos, cuando mayor el grano de maíz, menor el número de cotorras y así sucesivamente. Juan estaba preocupado y desconfiado. Pasó a vigilar a los jóvenes, después a las mujeres y a sus maridos, y por último a los niños y a los viejos. Nada pudo descubrir en sus comportamientos. Cada uno de los habitantes de la colonia sabía la importancia de la naturaleza en sus vidas.
La falta de animales comenzó a comprometer el equilibrio de la flora silvestre, apenas la huerta seguía deslumbrante y productiva. Al poco tiempo el lugar se fue convirtiendo en un desierto de árboles secos y amarillos. Las raíces no aseguraban más las márgenes del río y la tierra iba invadiendo las aguas. Ninguna señal de vida animal, apenas la belleza del cultivo de los plantíos.
Con el desequilibrio ecológico las lluvias comenzaron a ser cada vez más escasas y el sembradío de los labradores se integró al paisaje macabro.
Nadie se dio cuenta que los herbicidas y otros productos químicos con los cuales fumigaban los cultivos fueron llevados por las lluvias para el río. Pájaros y peces murieron envenenados. Por eso la tragedia ecológica se desarrolló rápidamente sin que los hombres percibieran el motivo.
Los colonos, con sed y con hambre, comenzaron un sacrificado camino hacia el norte. Meses y ciento de kilómetros después, acamparon cerca de la naciente del río Grande.
Juan de la Chacra recomendó a sus hombres limpiar el pasto sin perjudicar los árboles, a tener cuidado con el fuego y prohibió la caza de cualquier animal silvestre.
En poco tiempo las huertas cosechaban enormes tomates y sandías…
Héctor Pellizzi fue colaborador y fundador de diferentes revistas tanto en Argentina como en Brasil, donde se radicó en 1980. Publicó numerosos libros entre los que se destacan A guerra da Boa Vista (1992), El orden de las Tumbas (2006) y su versión ampliada (2007), El Riva y yo (coordinación del libro homenaje a los 100 años del club Rivadavia de Junín), Cuquín de la Torre (2015) y Condenados (2016). En 2017 fue distinguido con el diploma al mérito ciudadano por ordenanza municipal de Junín por su labor literaria. Los colonos, cuento que hoy compartimos, es del libro “La Última Caravana” (Brasil 1990).
El próximo 19 de abril presentará su nuevo libro Cuentangos, con cuentos relacionados a letras de tango y un recorrido fotográfico por la historia del tango en Junín.