Tarde del sábado 28 de abril pasado. Llovía desde la mañana en el hipódromo de Palermo: aun así, el movimiento comenzó a las seis, al clarear la jornada. La rutina era la de todos los días: el vareo, la preparación de los caballos y el análisis de cada jockey para las competencias del día, un debate habitual entre los entrenadores. Lo mismo ocurre en los principales hipódromos del país: San Isidro, Azul, Tandil, Dolores, La Plata, Río Cuarto (Córdoba), La Punta (San Luis), entre otros del interior de la Argentina. Fue un día en el que corazón de Palermo latió más fuerte que nunca para celebrar la hazaña de la yegua juninense, “Paradise Island”, propiedad de Claudio Sottile, que se impuso de punta a punta en la última prueba de la jornada, la decimocuarta, conducida por el brasileño Jorge Ricardo, el jockey más ganador de todos los tiempos. Recorrió los mil metros de una cancha ultra pesada en 59 segundos, con un dividendo de $ 6,00, 3,25 y 2,25.
Mientras brota desde los parlantes la cascada verbal del relator, en las tribunas los apostadores contemplan tensionados unos puntos oscuros que se mueven en el horizonte: la tormenta no da respiros y, con lluvia que no cesa, sigue azotando el circo palermitano. Once caballos se preparan para disputar el premio “Gulf Stream”, reservado para yeguas de 4 años que no hubiesen ganado. En el desfile previo, la mayor atracción la ejerce el número 7, “Paradise Island”, por dos razones: la monta de Ricardo y su condición de favorita, adjudicada por la revista Palermo Rosa y varios diarios porteños. También lucían “Secret Mab”, guiada por Pablo Falero, y “Sueño Catalán”, conducida por Gerónimo García.
El último jockey en aparecer por el túnel fue el brasileño, vestido con una chaquetilla albiverde a rayas horizontales, que muy cordialmente accedió a compartir una nota gráfica con quien esto escribe y el dueño del caballo, Claudio Sottile. Se mostró confiado en la victoria, pero casi con timidez, sin alardes, apuntó: “He visto algunos videos de la yegua y aprovechando ciertos detalles que me dio el cuidador, tengo confianza en poder llevarla de la mejor manera”.
A medida que el galopar de los burros enfila hacia las gateras, los espectadores del campo se precipitan sobre las vallas que los separan del óvalo. “Dale viejo nomás”, grita un señor parado en su asiento, alentando al hombre de chaquetilla amarilla, Roberto Alzamendi, monta de “Lady Robertiña”. De entrada nomás, “Paradise Islad” tomó la delantera por el centro de la pista, asediada por el 3, 10 y 5. Sin embargo, Ricardo apeló a toda su experiencia y sostuvo con categoría el apremio de sus adversarios en los últimos cien metros, sin ensuciarse, en una arena pesada y pegajosa. La carrera, decimocuarta del programa, podrá observarse por internet en el siguiente enlace: https://www.palermo.com.ar/es/turf/ver-dia/21009
La yegua ganadora vive sus días en el stud “La Amistad”, de Agustín Roca, bajo el cuidado de dos expertos en la materia: Ricardo Capelli y Eduardo Rao. Los dos conducen un equipo homogéneo, compuesto por otros colaboradores, verdaderos adoradores de la profesión, que hace del sacrificio, el amor y la tenacidad una constante en los 365 días del año. “Esto es maravilloso, emocionante, inolvidable. Uno nunca sabe cuándo el caballo va a ganar, pese a que convive con él todo el tiempo. Siento una felicidad tremenda”, apuntaba Capelli, con lágrimas, tras el cruce victorioso del disco por parte de Ricardo.
La pasión futbolística unida a la pasión tanguera, con extensión al turf, el deporte de los pingos, fueron un nexo indestructible durante muchísimo tiempo en el país. La música del dos por cuatro reúne infinidad de letras “burreras”. Carlos Gardel, entre otros, tuvo varios caballos de carrera. El más famoso resultó “Lunático”, que corría el jockey Ireneo Leguizamo, íntimo amigo de El Zorzal. Y, entre ellos, el fútbol exhibía el símbolo romántico de ese terceto de preferencias ciudadanas. Los lunes, en el trabajo, el tema de conversación era ese. El tango, el fútbol y el turf interesaban a ricos y a pobres.
En la Argentina, el turf es un entretenimiento enraizado dentro de una tradición de centauros. “Cada argentino lleva un caballo en el corazón”, resume Leopoldo Marechal, tras recordar que ese “amor por los caballos es universal”. Hay que recordar a Ricardo III de William Shakespeare (“¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!). Y mucho antes, Alejandro Magno, montado en su caballo “Bucéfalo” llegó en sus conquistas hasta la India. Cruzó el Himalaya. En las orillas del río Hidaspes venció al rey Poro. Pero ahí murió “Bucéfalo”. En los terrenos que fueron las chacras de Juan de Garay, los jesuitas y hasta de Juan Manuel de Rosas, hoy se asienta el Hipódromo de Palermo, un culto casi desde sus inicios, integrado indisolublemente a la cultura popular del porteño, tanto por las apuestas como por el tango.
Si bien las carreras se realizaban al “estilo inglés”, en pocos años los habitués aumentaron, más allá de la alta sociedad que las frecuentaban: los burreros lo tomaron de segundo hogar, donde suspiraban “por una cabeza”, como cantaba Carlos Gardel, personaje inconfundible en Palermo, que solía emocionarse hasta las lágrimas con los triunfos del legendario Leguizamo.
Con la palabra “burrero”, de origen lunfardo, se definió a aquel que apostaba a los “burros”, caballos que pierden frecuentemente. Sin embargo, enseguida ese vocablo se extendió a todos aquellos que concurrían con regularidad a los hipódromos, programas de carrera –como el famoso “Palermo rosa”- bajo el brazo. Burreros o no, miles de personas acompañan casi diariamente el trote de los pingos en Palermo, que también se reparten en San Isidro y La Plata.
El tango y el turf siempre mantuvieron fidelidad mutua. ¿Cómo no recordar a ese grande que fue “Yatasto”, el verdadero Gardel de las pistas? Verlo correr a “Yatasto” era como hacer una encuesta para saber quién fue el mejor cantor de la historia: Carlitos pagaría 2 pesos. Las carreras entre el gran hijo de Salim Hassan y Yuca con Forli, Branding, Pretexto o Again solían transformarse en ásperas discusiones “bolicheras”, alternando con pujas memorables: Gatica o Prada, Fangio o Gálvez, Boca o River, Chevrolet o Ford, Pugliese o Troilo, D´Arienzo o Tanturi, Di Sarli o Fresedo, Vargas o Floreal, Fiore o Marino, José Manuel Moreno o Adolfo Pedernera. Epoca de 90.000 vociferantes en las tribunas, cuando ir al hipódromo estaba prohibido para menores y era considerado un pecado en las familias humildes de los cien barrios porteños.
En la historia del tango, hacen eclosión los letristas, poetas y cantores, impregnando con el turf las huellas del cancionero porteño, con canciones soldadas al corazón. “Pero si algún pingo llega a ser fija el domingo / yo me juego entero, qué le voy a hacer”, cantaba El Morocho en la película Tango Bar. Son interminables las letras de tango que hablan de las carreras de caballos. Entre las más importantes, se cuentan: “Pan comido”, “Mala entraña”, “Callejas”, “Uno y uno”, “Palermo”, “Preparate p´al domingo”, “El Yacaré”, “N.P.” (no placé), “Milonga que peina canas”, “Tirate un lance”, “Por culpa del escolazo”, “Tardecitas estuleras”, “Apronte”, “Qué fenómeno” y “Salvame Legui”. Sin embargo, la más lograda es “Canchero”, que Celedonio Flores escribió en 1930, con música de Arturo de Bassi. De vuelta de la vida, cansado de tanto bacán amurado por su percanta y ante los “espamentos de la mina”, el tipo le bate a su rea que quiere una compañera sin cuentos: “Yo no quiero amor de besos, yo quiero amor de amistad”.
En Palermo o San Isidro, fundiendo su vocación burrera, solían encontrarse conspicuos adoradores de los pingos: Alberto Morán, Aníbal Troilo, Juan D´Arienzo, Angel Labruna, José M. Moreno, Adolfo Pedernera, Mario Boyé, Jorge Vidal, Manuel Romero, Enrique Dizeo, Celedonio Flores, Enzo Ardigó, Julio Sosa, Rodolfo Lesica, Miguel Bucino, Armando Laborde y Rodolfo Biagi, entre otros. Todos ellos se trenzaban en un clima festivo, aprendiendo la filosofía de poner siempre una sonrisa frente a la adversidad.
Hay por allí, con detalles dispersos, una anécdota que contó Julio Sosa, en perfecto lunfardo oriental: “Recuerdo la tarde que se apareció por Palermo Rodolfo Biagi, con su jetra negro a rayas blancas, acompañado por el Gordo Troilo y el Adolfo Pedernera. Yo estaba descartando yobacas en la revista y acercándome le dije: “Troesma, tengo en fija a la yegua Serenidad”, que me había indicado el jockey Héctor Ciafardini. Sonriendo me respondió: “No, pibe. Acá no puede perder Catcha con Villegas”. Hubo bandera verde y Serenidad ganó por un pescuezo a la torda de “Manos Brujas” y pagó 8 y pico. Más tarde, rumbo a la salida, Biagi me palmeó: “Lo lamento por vos, pibe. A ver cuándo me pasás otro dato…”.
Cuando Claudio Sottile, dueño de “Paradise Island”, le envió a Jorge Ricardo un mensaje de texto preguntándole si quería montar a su yegua en la reunión del 28 de abril, el brasileño tardó menos de diez minutos en responder: “Anotela conmigo, la voy a correr”, escribió el recordman mundial.
El experimentado jinete tiene 56 años. Nació el 30 de setiembre de 1961 en Río de Janeiro, ciudad donde comenzó a correr en el Hipódromo de La Gavea, en 1976, con 15 años de edad. El mismo día de su debut, ganó su primera carrera profesional, con el caballo Taim, preparado por su padre Antonio Ricardo.
Jorge Ricardo se radicó en la Argentina en el año 2006, cuando fue contratado por el stud Rubio B. para correr en Palermo, San Isidro y La Plata. De manera rápida, logró convertirse en un ídolo para el público argentino, pues su calidad lo llevó a disputarle al uruguayo Pablo Falero el dominio en cada carrera.
"Recuerdo a mi padre porque él me hizo ganar la primera carrera en La Gavea con el caballo Taim. Recuerdo sus consejos y recuerdo la alegría que tenía cuando yo crucé el disco", dijo aquella tarde en San Isidro, visiblemente emocionado.
Un muchacho simpático, profesional al 100 por 100 y un hombre con una gran entereza para soportar golpes y caídas a lo largo de su carrera. Por fin se le dio lo que buscaba desde hace tiempo: ser el jockey más ganador de la historia del turf mundial no es cualquier cosa. Es, más que nada, el premio al talento y a un enorme esfuerzo profesional.
Fuera de Brasil, corrió en la Argentina (país en el que actualmente reside), Perú, Uruguay, Chile, Estados Unidos, Francia y Reino Unido. Lleva ganados más de 180 clásicos de Grupo 1, inclusive ganó en cinco oportunidades la prueba más importante del turf sudamericano: el “Gran Premio Internacional Latinoamericano” (G. 1), cuando sus inmediatos perseguidores lo hicieron en solo dos ocasiones.
En nuestro país ha ganado los siguientes los siguientes premios: Pellegrini de Oro 2007, como el mejor jockey; el Olimpia de Plata 2008, en la categoría de Turf, y el Jorge Newbery 2010, en la categoría de Jockey.
En total y hasta los registros oficiales al 27 de marzo del corriente año, Jorge Ricardo lleva ganadas nada menos que 12.861 carreras.