CULTURA | 28 JUN 2024

AL RESCATE DE UN HISTÓRICO

A tantos años, la música de Bardi sigue emocionando

En 1937, el músico asistía regularmente al café Germinal de la calle Corrientes para escuchar a la flamante orquesta de Aníbal Troilo, y solía exclamar con sincera admiración: “¡Nosotros no hubiésemos podido tocar así!”.



Agustín Bardi (13 de agosto de 1884 - 21 de abril de 1941) fue un músico de tango, que se destacó como compositor, pianista y violinista, muy representativo del período conocido como guardia vieja. Ha sido considerado un genio musical,1 y uno de los compositores claves para la evolución del tango hacia su era de oro.

Juan Silbido, seudónimo artístico de Emilio Juan Vattuone (2 de julio de 1922 – 12 de diciembre de 2002), dibujante e historiador, escribió una hermosa semblanza sobre Bardi, publicada en su libro “Evocación del Tango” (1964). Fue miembro de la junta de estudios históricos del barrio de Floresta. Investigador de temas históricos vinculados con el pasar de Buenos Aires y algunos de sus típicos barrios. Sus dibujos, ejecutados en tinta aguada y lápiz, en su mayoría, son un testimonio vivo de su época. Autor de varios libros ilustrados, entre ellos, “El barrio de La Floresta” (1977), “Evocación del tango, biografías ilustradas” (1964), “La Floresta, nuestro barrio (1991) y “Liniers” (1989), entre otros. En 2000 fue designado Historiador Porteño del Año, por la Junta Central de Estudios Históricos de la Ciudad de Buenos Aires.

“Nació en la localidad bonaerense de Las Flores y cursó estudios primarios hasta el tercer grado, luego continuó aprendiendo solo y merced a su vocación musical un tío le enseñó rudimentos de guitarra. Esa aptitud musical se remonta a la niñez, época en que con su familia pasó a residir en la ciudad de Buenos Aires.

Acerca de sus comienzos, Héctor y Luis Bates refieren: “Carnaval perdona todo; durante las fiestas de Momo todo se permite... ¡hasta que un chiquilín de ocho años integre la orquesta de Los Artesanos, remedando en la guitarra el arte insuperable de los maestros de la época! Así empezó Agustín Bardi su carrera artística”. Señalemos que Los Artesanos de Barracas constituían una famosa agrupación carnavalesca, en la cual Agustín fue mascota.

Colaboró desde muy joven en el sostén del hogar, ingresando en una empresa ubicada en la calle Bolívar, La Cargadora, de la que llegaría con el correr del tiempo a desempeñarse como gerente.

Estas obligaciones sin perjuicio de cumplir estudios de violín y piano, estos últimos —ya padre de familia— los complementó con el sacerdote Spadavecchia.

Ya residía en Barracas y comenzó a relacionarse con otros músicos, actuando en diversos locales de la barriada.

Según los autores de La historia del tango, debutó como violinista junto a Genaro Espósito (El Tano, bandoneón) y José Camarano (El Tuerto, guitarra): “Trío entonces muy solicitado que comenzó a difundir sus primeras composiciones. Data de 1912 “Vicentito”, el primer tango que hizo y que fue escrito por Macchi, pues Bardi aún no escribía música”. Finalmente optó por el piano, instrumento que se avenía más a sus preferencias.

Posteriormente, se presentó en el famoso Armenonville y en el salón del Centro de Almaceneros de la calle Luis Sáenz Peña, junto con Samuel Castriota con quien, entre otros, actuaron largos años en el mismo.

Desde su juventud le unió proverbial amistad con los hermanos Greco; inspirándole admiración sincera el autor de “El jagüel”, Carlos Posadas.

Procuraremos trazar en breves líneas la personalidad musical que dentro de sí contenía Bardi. En su alma bullían melodías que solo tras exhaustivo análisis llevaba a la partitura.

Riguroso autocrítico de su labor, no cedía un ápice en cuanto al perfeccionamiento de la misma. Cual novel ejecutante se ubicaba diariamente un par de horas junto al piano; de sus ágiles manos surgían escalas y ejercicios de digitación, abstraído de cuanto le rodeaba. Le deleitaban, por su modulación, los valses de Waldteufel.

Ya en su edad madura emanaba de su cabeza cierto aire profesoral, distaba de poseer espíritu risueño y comunicativo. No nos lleve a suponerle un resentido, ni menos un misántropo. La vida le impuso temprana y constante lucha, debió enfrentar ocasiones adversas y los recursos eran magros. Laborioso y resuelto, veló por los suyos y aún dispuso de tiempo para satisfacer su vocación. No le brindó holgura material su obra musical, acaso ello no le preocupara, pues en definitiva fue un creador que con indoblegable tesón deseaba aprender y acrecentar su saber.

Podemos definirle como músico hasta la fibra más honda e idealista sincero, cuya prematura desaparición le impidió su firme propósito de dedicarse a componer repertorio melódico. ¿Supondría exhausta su inspiración para el tango quien nos ofreciera títulos inolvidables?

No precisamente, más bien asociamos que el compositor se hallaba maduro para exhibir los amplios y dúctiles recursos musicales que albergaba en sí.

Su hijo, el profesor Carlos Bardi, músico capacitado que desarrolló tareas docentes al frente de conservatorio propio, nos evoca a su padre quien encauzó el despertar de su vocación:

“En no pocas ocasiones escuché a mi padre ejecutar al piano un tango aún no llevado a la partitura y surgido en rapto de espontánea inspiración. Mis conocimientos me permitían juzgarlo técnicamente. “Creo que es magnífico, papá. ¡Escríbelo! Mejor... si deseas lo haré yo mismo”. No demoraba su pausada respuesta: “Hijo, esta mañana mientras arreglaba el jardín bailaban estos compases en mi cabeza. El piano está a mano, y ya ves... no creo que sea para tanto». Encendía un Particulares, que fueron sus predilectos, en tanto fumaba despaciosamente bailoteaba con un solo dedo sobre el teclado”.

En 1935 se retiró de La Cargadora, pasando a desempeñarse en la firma Pampa, casa de rollos para pianola ubicada en Barracas. Similar actividad cumplió posteriormente por su cuenta, bajo la marca Olimpo. Según nos aseguró su hijo no realizó labor grabada.

Agustín Bardi se halló entre los fundadores de la sociedad de autores, entidad de la cual fue designado tesorero.

El mismo día de su desaparición comenzó a escribir un tango que no concluyó. Culminó esta tarea el maestro Julio De Caro. Ajustado ritmo posee “Sus últimas notas”, así titulado por su hijo Carlos. Esta composición fue estrenada por el conjunto de Joaquín Do Reyes en LR1 Radio El Mundo.

Agustín Bardi falleció víctima de síncope cardíaco. Marchaba hacia su domicilio ubicado en Bernal y a corta distancia del mismo se desplomó repentinamente sobre la acera. Sus restos se hallan sepultados en el cementerio de Ezpeleta.

Puede calcularse su producción en 70 obras aproximadamente. Predominan en ella los tangos, tres valses y dos rancheras. Permanecen inéditas unas 30 obras, entre los tangos uno dedicado a la morocha Laura, un vals, tres habaneras y cifras criollas.

En la composición se reveló como un autor de notables aptitudes, a tal punto que a muchos años de su muerte se lo señala como uno de los verdaderos grandes del tango con obras personalísimas que no se olvidan; empezó en 1912 con “Vicentito” para seguir con tres tangos de éxitos formidables: “Lorenzo”, “Gallo ciego” y “Qué noche”, tres clásicos de nuestro ambiente musical. En su haber se cuentan “El baquiano”, “El buey solo”, “Se han sentado las carretas”, “C.T.V.”. “Chuzas”. “El cuatrero”, “El rezagao”, “El pial”, “El paladín”, “Pico blanco”, “Tinta verde”, “Florentino”, “La guiñada”, “La racha”, “Viejo espejo”, “El abrojo”, “Independiente Club”, “Adiós pueblo”, “Florcita”, “Gente menuda”, “La orillera”, “El taura”, “Barranca abajo”, “Las doce menos cinco”, “Acuérdate de mí”, “El forastero”, “La última cita”, “Misterio”, “Polvorita”, “El rodeo”, “Golondrina”, “Tiernamente”, “Tiempos mozos”, “Triste queja”, “Yo también fui pibe”, “Cachada”, “Cartas amarillas”, “Confidencia”, “Amén”, “A la sombra”, “Sin hilo en el carretel”, “Oiga compadre”, “Nunca tuvo novio”, “No me escribas” y “Tierrita”, con letra de Juan Andrés Caruso, “Cabecita negra” con versos de Atilio Supparo, “Madre hay una sola” con la colaboración de José de la Vega, que llevara al disco Carlos Gardel”.