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Susana Rinaldi: No habrá ninguna con su piel ni con su voz - Semanario de Junín

CULTURA | 11 MAY 2025

MEZCLA DE VIVALDI Y GARDEL

Susana Rinaldi: No habrá ninguna con su piel ni con su voz

A poco de cumplir 90 años, “La Tana” sigue vehemente, aunque piensa haber modificado el modo de decir las cosas. Hace 20 años decía que se sentía una exilada permanente. Ahora en estos tiempos, con el cariño del público, volvió a la “argentinidad”.



Susana Natividad Rinaldi (25 de diciembre de 1935) es, a sus 89 años, uno de los grandes hitos femeninos de la historia del tango desde hace más de cincuenta años. Además de cantante, “La Tana” se lució como actriz, ex diputada nacional y ex diplomática cultural.

Allá por el mes de abril de 1997, Susana presentó en el teatro San Martín un espectáculo llamado “Tiempos de mal vivir”, que conjugaba tango, folclore, actuación, danza y poesía, sin adherir a una línea temática determinada, pero poniendo en escena interrogantes inquietantes. “¿Hasta cuándo tendrá vigencia “Cambalache”?, se preguntaba entonces “La Tana”, al mismo tiempo que brillaba por su energía y una serie de formidables tangos, como “Chiquilín de Bachín”, “Desencuentro”, “Cordón”, “Garras”, “Los ejes de mi carreta” (de Yupanqui y Risso) y “Naranjo en flor”, entre otros.

El acontecimiento fue cubierto por la periodista Hilda Cabrera (esposa de Julio Nudler) para “Página/12”. En dicha nota, Susana Rinaldi se preguntó cuándo cambiarán los argentinos. “Quizá cuando dejemos de engañarnos con esos personajes que siguen diciendo que van a hacer lo que nosotros deseamos… ¿se imaginan después de cada discurso riéndose a carcajadas, viendo cómo les creemos y cómo nos entusiasmamos todavía esperando que cumplan lo prometido?”.

Tras la dictadura de 1976 y luego de recibir cobardes amenazas por parte de la Triple A, se exiló en Francia, donde vivió 27 años y desarrolló una amplia trayectoria discográfica en múltiples países de Europa,​ convirtiéndose —junto con Libertad Lamarque— en una de las artistas argentinas con mayor proyección internacional. También se radicó un tiempo en Italia, donde estrenó casa a unos veinte kilómetros de Roma.

Susana estuvo casada con el director y bandoneonista Osvaldo Piro entre 1969 y 1975, de cuya unión nacieron sus dos hijos: Ligia, cantante de jazz y actriz, quien últimamente participó con su madre en un espectáculo desarrollado en el CCK, y Alfredo, un soberbio cantor. A este último lo anotaron en el registro civil como Alfredo Aníbal Rafael Piro, y cada nombre tiene su razón de ser: Alfredo por Alfredo Gobbi. Aníbal por Pichuco Troilo, y Rafael deviene de don Rafael Lucchetti, amigo personal de sus progenitores.

“Verborrágica, polémica, recalcitrante, nunca indiferente ni pasiva, la Rinaldi marcha por la vida haciéndose notar dentro y fuera del escenario. Pero cuando sus cuerdas vocales empiezan a vibrar melodiosamente para recorrer su imbatible repertorio tanguero, no hay más remedio que rendirse -y deleitarse- ante una de las mejores voces femeninas que ha dado el cantor popular de este país”, dice Pablo Sirvén, en “La Nación”.​

El periodista Julio Nudler escribió una bonita semblanza en torno a la personalidad y la trayectoria de “La Tana”:

“Susana Rinaldi apareció repentinamente en medio del páramo. A fines de 1966, la Argentina venía de sufrir un nuevo putsch militar, que había instaurado una dictadura oscurantista que procuraba ahogar la efervescencia cultural de los años previos. El tango veía disgregarse la popularidad de la que había gozado hasta mediados de los años '50, y aunque una vanguardia de músicos renovadores, con Astor Piazzolla a la cabeza, buscaba abrirle nuevos rumbos, era muy escaso su eco en el público masivo y enormes las resistencias que provocaban. Salvo estandartes tradicionales aún en alto, como las orquestas de Osvaldo Pugliese y de Aníbal Troilo, entre otras pocas sobrevivientes del pasado, el resto tendía a repetir fórmulas viejas que ya no entusiasmaban.

Con un estilo nuevo, una voz delicada y un decir por momentos sutil o rotundo, Susana prescindió de las inflexiones arrabaleras, de los temas machistas o de trazo pasional grueso, apelando a un repertorio variado pero cuidadosamente elegido, que mezclaba romanticismo y mensaje (por ponerlo en nombres de letristas, José María Contursi y Enrique Santos Discépolo), poesía y protesta (Homero Manzi y Cátulo Castillo).

Atrajo así a un público intelectualizado, incluyendo a una franja universitaria, que a través de ella revalorizó el tango. Luego interpretó magníficamente a creadores nuevos, como Eladia Blázquez (es óptima su versión de "Sueño de barrilete"), el tándem Osvaldo Avena-Héctor Negro ("Responso para un hombre gris") o Chico Novarro ("Cordón").

Con el paso del tiempo, perdida la frescura inicial y volcada, dentro y fuera de la Argentina, al tango-espectáculo, con sus desvirtuaciones y estereotipos, Rinaldi fue adoptando tics y énfasis que resintieron su calidad, aunque afortunadamente en años más recientes eliminó esos excesos. Más allá de sus vaivenes, el tanguero tradicional argentino nunca la quiso, haciéndole un injusto vacío, pese a lo cual conservó un público fiel.

La suya es una figura solitaria, que dio y ganó su batalla de elaborada artista popular, librada a sus propias fuerzas.

Hija de un matrimonio dispar -padre de familia burguesa, madre de extracción obrera-, vivió una infancia dislocada por sucesivas mudanzas a través de las provincias. A partir de 1949, y por ocho años, estudió canto de cámara en el Conservatorio Nacional de Música. En 1955 ingresó a la Escuela de Arte Dramático. Dos años después debutaba en televisión, y en 1959 representaba su primer papel en un teatro, en una compañía encabezada por dos grandes figuras de la escena argentina: Alfredo Alcón y María Rosa Gallo.

En 1966 los fundadores de un sello discográfico independiente, Madrigal, le propusieron grabar un recital de poesía, pero ella les sugirió en cambio un disco en que cantaría tangos. Tras una prueba, aceptaron, y así, a fines de ese año, apareció su primer álbum, con conducción musical del bandoneonista Roberto Pansera.

Tras un bache, su carrera de cancionista, apoyada por la crítica, cobró enorme impulso y eclipsó a la de actriz. Cantó en un local donde había estado actuando Piazzolla (en la calle Tucumán 676), y con él compartió después un ciclo en Michelangelo, un célebre club nocturno aún vigente, mientras seguía grabando.

Es de destacar que registró un disco de cuatro temas con otro gran vanguardista, Eduardo Rovira, y que en 1970 dedicó todo un long play a tangos con letra de Homero Manzi. Este fue editado por otro sello independiente y de gran mérito, Trova, que cinco años más tarde lanzó otro LP de la cantante, íntegramente consagrado a Cátulo Castillo.

Ella y su marido, el bandoneonista y director Osvaldo Piro, abrieron en 1971 el café concert “Magoya” en Mar del Plata, el principal balneario de la Argentina, sobre el Atlántico.

Rinaldi se consolidó así como una exitosa cantante escénica, tanto en locales pequeños como en grandes espectáculos, mientras incursionaba como actriz de cine.

En 1976, ya instaurada en el país una nueva dictadura militar, debutó en París, ciudad en la que terminó radicándose en 1989 y desde la cual ya había logrado convertirse en la más importante voz internacional del tango”.