No vamos a dar una primicia si decimos que nuestro distrito desde hace ya una década ha quedado huérfano en materia política. La gestión de Pablo Petrecca ha venido a derrumbar aquellas ideas de comunidad, demoliendo los lugares “comunes” en los que se podían hacer encuentros con los “otros”, sin necesidad de interpelar sobre su origen, sino que las puertas estaban abiertas para debatir y participar.
Como si fuera un pastor con sus ovejas, impuso el discurso de “participación”, sin embargo, merced a su ambición de poder, pergeñó un sistema de toma y daca para poder ir convirtiendo a los más rebeldes, que a pesar de ello eran seducidos por un poco de poder, que a la postre terminaba siendo mínimo.
De esa manera, con los cánones del individualismo esparcidos por el mundo occidental y con las redes como dispersor de las ideas, no fue difícil neutralizar los intentos de la política, que fueron contrarrestados justamente por la “antipolítica” del mundo liberal.
En ese terreno fueron muchos los juninenses que se sintieron cómodos y seguros, como ya ocurriera en los años ’90, hasta que de pronto los males que acucian a los otros comienzan a invadirme “también a mí”.
Sólo de esa manera se entiende el escenario dirigencial actual, atravesado por las elecciones de medio término y en el cual parece establecido un parangón con los roedores en busca del queso.
En el fragor del día a día, con una parte de la comunidad entretenida en las pantallas, tal vez no tengan tiempo suficiente para observar que el futuro de ellos y de sus hijos, se lo están rifando entre una clase política a la cual sólo le importa “manotear” el madero que les permita mantenerse a flote con una “beca” del Estado y un poder de cotillón.
Desde el intendente, que recuerda al cortejo del ave del paraíso y al que sólo le falta ponerse plumas y bailar una danza de seducción ante los que tienen la lapicera en la mano. Hasta el último de los candidatos de partidos intrascendentes. En su mayoría, persiguen el bien para sí mismos y no para el conjunto.
Tampoco es que la sociedad vaya en contra de ello, al fin y al cabo, los dirigentes salen de su propio seno. Con observar la apatía con que se miran problemas como el del paso bajo nivel, el estado de las calles a cinco cuadras del centro, el derroche de recursos en negociados con privados y tantos otros dislates, queda claro que la desidia es responsabilidad del conjunto. Pero cabe preguntarse qué nos llevó a este estado de cosas porque cual terminamos dándonos un tiro en el pie.
INDIVIDUALISMO A ULTRANZA
Vivimos un tiempo de polarización política en el que no se buscan consensos, sino culpables. No se persigue el bien común, sino el individualismo a ultranza. La clase política busca satisfacer sus intereses a toda costa y se olvida de los de la ciudadanía.
Víctor Lapuente, catedrático en la Universidad de Gotemburgo en Suecia, trata de ofrecer una respuesta.
“El narcisismo, el individualismo, impregna a la sociedad actual. La amplitud de su presencia la contamina, la polariza. Los consensos de antaño están dando paso a un enfrentamiento político sin tregua ni cuartel. Derecha e izquierda se acusan mutuamente de lo sucedido en las últimas décadas. Ambos lados del espectro político, sin embargo, se dividen las responsabilidades de lo que sucede a partes iguales”.
“Los políticos de hoy, por el contrario, no son más que oportunistas”, señala Lapuente.
La derecha, para empezar, “ya no está formada por políticos como aquellos cristianodemócratas que construyeron Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Aquellas fueron personas que se enorgullecieron de construir lo público en beneficio de la sociedad. Los políticos de hoy, por el contrario, no son más que oportunistas”, señala Lapuente.
De lo único que se enorgullecen es de no pagar impuestos, como Trump o Milei. Esa es la derecha de hoy, infectada de un narcisismo al que dieron alas muchos pensadores.
“Aunque menos comentado, la izquierda no le va a la zaga a la derecha en esto del individualismo. En todas las democracias occidentales se observa el fenómeno a partir de la década de los sesenta. Entonces, los pensadores progresistas defendían la idea de que la patria era una comunidad inacabada que exigía sacrificios y deberes. Ahora la izquierda se limita a ofrecer derechos, sin que vengan acompañados de deberes. Es el individualismo en versión de izquierdas”.
Como si fuera un pastor con sus ovejas, impuso el discurso de “participación”, sin embargo, merced a su ambición de poder, pergeñó un sistema de toma y daca
La derecha, por tanto, «ha matado a Dios», que proporcionaba un código moral a los políticos de derechas. La izquierda, a su vez, «ha matado a la patria», lo que ha generado ciudadanos que se sienten solos. Esto ha dado lugar, en opinión del catedrático, al aumento del malestar social.
PASTORES ENDIOSADOS
“Hay que ser muy precavido con la tendencia humana a endiosarse, sobre todo entre quienes ocupan el poder. Para evitarlo, en algún momento de la historia alguien inventó la idea de dios. Es el antídoto contra la tendencia al endiosamiento de los humanos, de los líderes políticos y religiosos. Se trata de que ningún miembro de la sociedad se crea un dios”.
Esa idea es fundamental para que no haya nadie que se sitúe por encima de los demás. De hecho, las sociedades han avanzado cuando han compartido la creencia en una deidad, o en una idea aglutinadora como la patria.
Por tanto, tenemos que encontrar como individuos un ideal transcendental, para no estar huérfanos de identidad. “También para evitar que nos seduzcan populistas o extremistas”, dice el profesor.
INDIVIDUALISMO Y DECADENCIA
Los psicólogos estiman que el nivel de narcisismo en la sociedad ha aumentado un 30%. Lo inculcan desde la escuela con la idea del empoderamiento. El problema es que, cuando no conseguimos lo que queremos, la culpa tiene que ser de otros.
Esto conduce al victimismo. Esta decadencia no implica, necesariamente, el colapso de una civilización. Puede ser un proceso lento. Pero en él siempre ha estado presente, históricamente, la corrupción moral, la avaricia, la lujuria.
Sobre todo, la de las élites dirigentes, con su falta de ejemplaridad. Y esto es un problema porque la élite es el espejo en el que se mira la sociedad. Lo cual lleva a un proceso del que resulta difícil salir. En él, los políticos buscan arañar votos, atacando al rival de la forma más oportunista y amoral posible.
Con motivo de la crisis financiera internacional se hizo un buen diagnóstico de esos males. Se habló de reformar las instituciones. Pero sin una reinvención del capitalismo, ese es un camino que lleva a ninguna parte, señala Lapuente.
Para abordar, por ejemplo, un problema tan complejo como la desigualdad necesitamos políticas. Pero no conseguiremos nada si no se produce un cambio moral.
En el fragor del día a día, con una parte de la comunidad entretenida en las pantallas, tal vez no tengan tiempo suficiente para observar que el futuro de ellos y de sus hijos se lo están rifando
ETICA COLECTIVA
La importancia de una ética colectiva para impulsar a las sociedades es muy importante. Hay grupos de valores fundamentales: coraje y templanza, prudencia y justicia. Estos cuatro valores se compensan los unos con los otros, pero no bastan por sí solos. También necesitamos la concurrencia de una serie de valores que asociamos con los valores cristianos: amor, fe y esperanza. Para intentar mejorar como personas hay que conocer estas virtudes y equilibrarlas. Esa reflexión es fundamental porque las redes sociales premian todo lo contrario. Sus algoritmos nos atrapan continuamente, por lo que las redes sociales son catalizadoras de un problema de valores, de individualismo. Nos están vendiendo lo que queremos, alimentan nuestros egos, nuestra adicción por la fama. Pero el problema es de fondo. Lo único que hacen las empresas de Silicon Valley es alimentarlo.
La pregunta entonces es si seguimos mordiendo la carnada que nos ponen por delante o dejamos de envenenarnos con lo que determinados grupos proponen a favor de “su” individualismo y en perjuicio del conjunto.
Una tarea por cierto difícil, en tiempos de plumas, como las del ave del paraíso.