Vivimos en un momento clave: el cambio climático ya no es una amenaza futura, sino una realidad que impacta en nuestras ciudades. Se habla mucho de energías renovables, reducción del plástico y consumo responsable. Pero hay una medida cotidiana que podemos tomar y que también es parte de la solución: el cuidado de los árboles de nuestras calles y plazas.
Los árboles urbanos regulan la temperatura, reducen la “isla de calor”, amortiguan lluvias intensas y nos ofrecen sombra y refugio. ¿Quién no estacionó alguna vez el auto bajo un árbol en primavera o buscó su copa durante una lluvia? También captan contaminantes atmosféricos, absorben ruido urbano, retienen agua en el suelo e incrementan la infiltración durante precipitaciones fuertes. Además, los árboles bien manejados contribuyen a la biodiversidad, ofreciendo hábitat para aves, insectos y otras especies menores. La ciencia lo confirma: los árboles bajan la temperatura del entorno, capturan contaminantes y mejoran la salud de quienes viven cerca. Sin embargo, aún falta que esa información llegue con claridad a la sociedad y a quienes toman decisiones.
ERRORES QUE VENIMOS REPITIENDO
Durante décadas se plantaron especies por moda o estética, sin planificación: plátanos, eucaliptus, sauces, palo borracho. Hoy sabemos que muchos de ellos no son adecuados para veredas angostas ni para ambientes urbanos. Algo similar ocurre con la poda: todavía persiste la idea de que “en invierno hay que podar” en todos los casos. Pero las podas rutinarias, excesivas o mal hechas tienen consecuencias duraderas.
Imaginemos que estamos en la playa bajo el sol, y nos ofrecen tres sombrillas: una grande, una mediana y otra del tamaño de un paraguas. Sin dudarlo, elegiríamos la más grande para protegernos. Con los árboles sucede lo mismo: cuanto mayor es la copa, más sombra y beneficios brinda. Cuando los “mochamos”, les quitamos esa capacidad vital.
BENEFICIOS DE PODAS Y MANEJO ADECUADO:
-Reducción del riesgo: eliminar ramas muertas o mal ubicadas previene accidentes con vientos o tormentas.
-Mejora de salud del árbol: cortes limpios, bien cicatrizados, preservando estructura, promueven un crecimiento vigoroso.
-Servicios ecosistémicos máximos: sombra, regulación térmica, absorción de contaminantes.
-Valor urbano y estético: árboles bien formados mejoran la calidad visual del entorno.
PERJUICIOS DE MALAS PODAS Y MANEJO DEFICIENTE
-Daño estructural: el topping (desmoche) o los cortes extremos generan heridas grandes y mal cicatrizadas.
-Enfermedades y plagas: cortes mal hechos exponen al árbol a hongos, bacterias e insectos.
-Disminución de servicios ecosistémicos: menos sombra, menos enfriamiento, menor captura de contaminantes.
-Costos crecientes: más intervenciones y reemplazos.
-Impacto en biodiversidad y suelo: la reducción de la copa afecta la fauna y vegetación asociada.
PLANIFICACIÓN Y FUTURO
El arbolado urbano requiere planificación a largo plazo: elegir la especie adecuada para cada vereda, garantizar espacio para las raíces, evitar el exceso de ejemplares que compitan entre sí, y formar copas amplias y equilibradas.
Un árbol estresado por falta de espacio o podas indebidas se enferma más fácilmente y se vuelve riesgoso. Y, con el cambio climático, los episodios de lluvias intensas y vientos fuertes hacen que estos problemas se agraven.
El arbolado urbano no se renueva de un día para otro: los cambios que hagamos hoy recién se verán en 15 o 20 años. Por eso es vital pensar en las próximas generaciones.
Como ciudadanos podemos involucrarnos: cuidar el árbol frente a casa, evitar podas innecesarias, participar en planes municipales y, sobre todo, comprender que cada árbol sano es una inversión en nuestro bienestar y en el de quienes vendrán.
El desafío es colectivo: científicos, gobiernos locales, comunicadores y vecinos. Si logramos una gestión participativa y consciente, podremos construir ciudades más frescas, saludables y resilientes frente al cambio climático. Porque al cuidar un árbol, no solo estamos protegiendo un organismo vivo: estamos preservando nuestro propio futuro.
(*) Dra. en Ciencias Agrarias y Forestales. Es investigadora del CONICET e integrante de los laboratorios de Biomosa (LIBiMA) y de Ensayos de Materiales y Estructuras (LEMEJ), ambos pertenecientes a la UNNOBA.