El intento de debatir en el Concejo Deliberante una presunta situación de “adoctrinamiento” en las escuelas locales terminó en frustración, cruces políticos y más ruido que claridad.
Lo llamativo no es la discusión —que siempre es bienvenida cuando se trata de educación— sino cómo se instaló una acusación sin sustento, repitiendo una narrativa que viene circulando en distintos ámbitos del país: la idea de que los docentes bajan línea partidaria a sus alumnos, algo que nació con el PRO hace ya varios años y que por estos lares, con dirigentes que tienen más de alcahuetes que de criteriosos, lo intentan imponer en base a ciertos argumentos poco sustentables.
Freire: “el verdadero adoctrinamiento aparece cuando se pretende que el estudiante repita sin cuestionar”
Sin embargo, cuando uno consulta a educadores serios, con trayectoria, con investigación encima, pero que no les gusta a los adoradores del statu quo; el diagnóstico es coincidente: adoctrinar es impedir pensar y lo que hoy sucede en las aulas argentinas es exactamente lo contrario.
El pedagogo brasileño Paulo Freire, padre de la pedagogía crítica, lo explicaba de forma sencilla: el verdadero adoctrinamiento aparece cuando se pretende que el estudiante repita sin cuestionar. La educación, en cambio, está hecha de preguntas, de lecturas múltiples y de fuentes que se contrastan.
En línea similar, el francés Philippe Meirieu —uno de los teóricos de la educación democrática— sostiene que la escuela no es un templo de verdades únicas, sino un espacio donde se aprende a deliberar. Si algo diferencia a un docente de un militante es, precisamente, que el primero no exige adhesiones: exige argumentos.
La reconocida investigadora Emilia Ferreiro, referente mundial en alfabetización, insistía en que la tarea docente es desarrollar autonomía intelectual, y eso sólo se logra cuando se expone a los estudiantes a miradas diversas, no a un único relato.
En Argentina, voces especializadas como Rebeca Anijovich, Gabriel Brener e Inés Dussel han sido claras: no hay evidencia de adoctrinamiento sistemático en la escuela pública.
Lo que sí existe es un currículo consensuado, supervisión pedagógica, planificación escrita y miles de docentes enseñando historia con la mayor rigurosidad posible.
Brener lo resume bien: hablar de adoctrinamiento es “una acusación sin evidencia empírica”. Y, agregamos nosotros, es también un modo de desacreditar el trabajo docente y de intentar politizar un ámbito que debería sostenerse en datos y profesionalismo, no en slogans.
El intento de debatir en el Concejo una presunta situación de “adoctrinamiento” en las escuelas terminó en frustración, cruces políticos y más ruido que claridad
OTRO DEBATE NECESARIO
En este contexto, también vale abrir un debate que rara vez se asume con honestidad intelectual: ¿no existe acaso una forma de adoctrinamiento histórico cuando se enseña la llamada “Conquista del Desierto” como una empresa civilizadora, omitiendo la violencia extrema con que se persiguió y aniquiló a los pueblos originarios?
En una ciudad como Junín, donde abundan las calles que llevan el nombre de fortineros que participaron activamente de esas campañas —hombres que, según los registros históricos disponibles, ejecutaron acciones que hoy serían consideradas homicidios o crímenes de guerra— el contraste entre la realidad del pasado y el relato escolar se vuelve aún más evidente.
La cuestión es clara: en las aulas se suele repetir una versión edulcorada, cuando no directamente falsa, de aquella etapa.
Un relato donde la expansión militar aparece despojada de su costo humano, una narrativa donde la violencia sistemática contra los pueblos originarios queda relegada o transformada en una nota al pie.
Como ocurre habitualmente, la historia la escriben los que ganan, y esa victoria suele traducirse en manuales que refuerzan una mirada unilateral, celebratoria y acrítica. Interrogar ese relato no es ideologizar la enseñanza; por el contrario, es la condición mínima para evitar que la escuela reproduzca un adoctrinamiento silencioso, disfrazado de tradición.
La enseñanza de la historia, sobre todo en tiempos de grietas y simplificaciones, incomoda porque ofrece complejidades: documentos que no encajan del todo, procesos que no fueron lineales, decisiones que pueden leerse de formas distintas.
Enseñar historia implica mostrar tensiones, no dictar consignas. Por eso se molesta tanto: porque a veces la verdad histórica es más difícil de digerir que un relato acomodado.
El debate en el Concejo se cayó antes de empezar, pero la discusión va a volver. Indefectiblemente aparecen este tipo de situaciones debido a la tibieza de dirigentes políticos que están allí sin saber claramente de qué se trata y mientras levantan su dedo acusador otros tres lo marcan claramente por sus intereses partidarios y religiosos, a los que la educación pública les causa prurito, aunque parasitariamente suelen entronizar a la educación privada, casi como borrando que también es de gestión pública.
Ojalá vuelva el debate a jugarse con todas las cartas y cuando llegue lo haga con menos prejuicio y más información. Porque si hay un lugar donde verdaderamente se construye ciudadanía, no es en los gritos (o silencios) de una sesión fallida, sino en las aulas donde cada día se enseña a pensar.
Ojalá vuelva el debate a jugarse con todas las cartas y cuando llegue lo haga con menos prejuicio y más información
CONSEJOS PRÁCTICOS
Cómo saber si en una escuela se enseña o se adoctrina:
-Pedí ver la planificación docente: es pública y está supervisada.
-Preguntá qué fuentes históricas se usan: cuanto más variadas, mejor.
-Observá si se permiten preguntas y debates: indicador clave de pensamiento crítico.
-Verificá el currículo oficial: es aprobado por instancias técnicas, no partidarias.
-Participá de reuniones escolares: la transparencia es parte del proceso educativo.