La muerte de Ernesto Pelli, acaecida el 28 de diciembre de 1976, no es cierto que haya sucedido. Es que a 49 años de aquella “incierta” noticia, El Coco goleador y mejor persona, hoy está más presente que nunca en el corazón de socios e hinchas de Sarmiento, como así también de todos los simpatizantes futboleros de la ciudad. Y ni hablar de sus familiares y amigos. Ya nadie se enronquece con sus implacables conversiones, pero todos recuerdan nítidamente haberlas festejado a rabiar.
Hace demasiado tiempo que no lo tenemos con nosotros. En realidad, él nunca se fue de los corazones palpitantes. Ernesto Pelli, a quien el “bobo” le jugó una mala pasada, sigue estando aquí, en el recuerdo de sus seres queridos, en el afecto de sus amigos, en la prodigiosa memoria de aquellos hinchas que se desgañitaron con sus goles espectaculares y estridentes.
Fueron once años inolvidables, que hicieron historia. De
Cuando alguien recuerda cosas del pasado, nunca faltan los jóvenes que atropellan con aquella frase gastada que habla de una supuesta “vejez”, como si ese detalle se engarzara con el síntoma de nuestra “caducidad física”. Claro que recordar no es ningún contratiempo, ya que tendría que ser al revés. Por ejemplo, las “fugas” que suelen hacer sus travesuras llegando a “cierta edad”. De todos modos, yo me niego a aceptar que “la memoria emigra a medida que nosotros vamos emigrando de la vida”, como sostienen muchos. La pureza de los recuerdos no es volver a vivir, sino una rehabilitación del pasado. El recuerdo es un crepúsculo de la memoria, con todos los encantos de la lejanía, de la sombra que poetiza lo de ayer. El recuerdo es un intermedio en el camino hacia el olvido. Y tiene toda la poesía de esa vaguedad que borra defectos y mantiene el encanto de la evocación.
“Coco” Pelli resultó el verdadero símbolo de la llegada de Sarmiento al profesionalismo. Con él se inició la paulatina inserción de juninenses al plantel superior, que siempre miraba puertas afuera de la ciudad, pocas veces hacia adentro. En esos primeros años arrancó como titular indiscutido de la punta izquierda, puesto que recién abandonó once años después, en las postrimerías de su carrera. Los simples datos de la historia, registra que jugó nada menos que 298 partidos entre 1952 y 1962, marcando 138 goles.
Muchos de esos 138 tantos tuvieron el acompañamiento de figuras que supieron entender el juego del goleador. Alvarez, Gorozo, Ulrich, Barrionuevo, Vargas, Casado, Recalbuto, Madama, Tanzi, D´Ana, Di Loreto y Alcabín, entre otros, formaron una perfecta conjunción con Pelli. Pero dos de ellos se destacaron nítidamente en la habilitación del endemoniado shoteador. Junto a Casimiro Casado (en 1956) y Taqueta Barrionuevo (en 1960), Pelli realizó sus mejores campañas, logrando goles espectaculares, fruto de la habilidad de esos compañeros. Entre su primera conquista (el 20 de abril de
Pelli llegó al cenit de la popularidad con dos maniobras que lo inmortalizaron en el cariño de la gente. Un tiro libre, desde cualquier posición, tenía un 85 por ciento de posibilidades de convertirse en gol, a través de su disparo explosivo, seco y penetrante. Cuando el árbitro marcaba para Sarmiento en las cercanías del área, de inmediato enloquecía la defensa adversaria, tanto el arquero para formar la barrera, como los zagueros, temerosos de ponerse enfrente del verdugo letal. Otra de las jugadas “patentadas” era una pelota llovida de derecha a izquierda, que el “cañonero” agarraba de aire, con una perfecta armonía de tiempo y distancia, para inflar los piolines y hacer “morir” a la popular.
No quedó en claro si el público aclamó al Pelli goleador, al Pelli humano o si glorificó al Pelli ético, comulgando acaso con la bienintencionada opinión de quienes creen que el fútbol es, apenas, un juego. Un hecho insólito ocurrido en el partido ante Nueva Chicago, disputado en Junín el 7 de setiembre de 1958, lo pinta de cuerpo entero. En uno de los ataques de Sarmiento, un “cañonazo” de Pelli atravesó la red, pero por el costado. El árbitro Duval Goicoechea no advirtió la maniobra y señaló el centro de la cancha, con la anuncia del juez de línea. Pero el “Coco” no quiso quedarse con semejante injusticia e hizo anular el gol, algo que mereció el abrazo de sus compañeros y rivales. El encuentro terminó 0 a 0. ¿Hoy podría repetirse semejante gesto?
Cuando se repasan lecturas de grandes futbolistas, el campo de la memoria se encuentra muy dividido. Hay quienes lloran su pérdida o atenuación. Hay quienes sufren su mantenimiento. Los periodistas, en tanto, gozan de la palidez de los recuerdos, de las sensaciones atenuadas, del mero aroma de lo que fue. Contra la memoria, hay un verso muy conocido de Verlaine: “Souvenir, souvenir, ¿qué me veux tu?”. (Recuerdo, recuerdo, ¿qué quieres de mí?). Esta queja, casi con las mismas palabras, la había proferido el gran poeta español Calderón de la Barca, en su comedia “No hay cosa como callar”. Calderón hace decir a su personaje: “¿Qué quieres de mí, memoria?”. Es probable que Verlaine no haya conocido la obra de Calderón y que la identidad de una y otra sea una casualidad.
La dimensión de la fama que consiguió como “pegador” de la pelota, sólo puede compararse con algunos pocos casos en el fútbol argentino. Y si no es valorado en su exacta medida, se debe a algo muy simple: el periodismo especializado, tanto local como capitalino, se fue oscureciendo y desapareciendo en las memorias, en las búsquedas, en la investigación. Y así, el recuerdo de este héroe vernáculo se refugió apenas en la emoción de los viejos hinchas de Sarmiento. Acaso este pequeño trozo de frases deshilachadas ayude a reparar esa injusticia.
“El goleador es siempre el mejor poeta del año”, afirmó Pier Paolo Pasolini, hincha y jugador de fútbol, al igual que Albert Camus, quien decía que lo más importante que sabía sobre los hombres lo había aprendido cuando jugaba de arquero en un equipo argelino. Borges, en tanto, se reía del fútbol con aguda ironía. Pasolini también acuñó una frase a favor de los artilleros: “Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código, cada gol es una ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad”.
Cuando estamos a punto de dar vuelta a la última hoja del calendario y contemplamos la incierta llegada de un año que comienza, el afán de recordar a aquellos futbolistas que nos hicieron poner la piel de gallina en incontables ocasiones, es una exigencia para los que vibramos con hazañas juninenses. Hay que recordar los encantos de la lejanía antes de olvidar...
Poco puede criticarse la búsqueda del efecto cuando, como en este caso, el efecto es el principio constructivo. A diferencia de otras luminarias, Ernesto Pelli siempre se caracterizó por algo que hoy no abunda: jugó con el corazón, para la camiseta verde.
EL MÁS GOLEADOR DEL ASCENSO
A varias décadas de su último partido con la camiseta de Sarmiento, Ernesto Pelli sigue manteniendo el raro privilegio de ser el más goleador del ascenso argentino de todas las categorías, en su habitual puesto: wing izquierdo. Hoy, esa posición resultaría ambigua, por varias razones: ya no existen los delanteros veloces en línea recta hacia el arco (el último se fue con Claudio Caniggia), ya los entrenadores atacan apenas con un ofensivo y el acompañamiento de los volantes, ya no se “fabrican” jugadores que le peguen fuerte al balón. El equipo verde también tuvo otros dos extremos más ligeros que el viento: Noel Madama, Ricardo Ulrich y Osvaldo Gutiérrez.
PUSO EN VALOR EL “JUNINAZO”
La mayor contribución de Pelli, entre otras no menos valiosas, consistió en haber popularizado el temor de los arqueros, tanto con los pelotazos como con los tiros libres y en haber rescatado el valor juninense, con una vigencia sorprendente, en medio de tantas figuras foráneas. En todos los sentidos, fue un símbolo del club en los albores de su llegada al círculo afista. Por muchos años, en esa suerte de “equipo alquilado” de todas las temporadas que aún hoy perdura en Sarmiento, había que buscar ¿nada más? que diez jugadores. El número once estaba en Junín. Era el “Coco”. El único nativo que se codeaba con los consagrados que venían de afuera.