martes 23 de abril de 2024

CULTURA | 21 nov 2020

SU OBRA ES UN LEGADO INVALORABLE

Héctor Blomberg, el gran poeta y escritor argentino

Perteneció a la redacción de los diarios “La Nación”, “La Razón”, revistas “Caras y Caretas”, “Fray Mocho”, “El Hogar” y otras publicaciones. Obtuvo diversos premios literarios: el de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (1921) y el de la Institución Mitre (1927).


Por: Ismael Canaparo

Héctor Pedro Blomberg nació en Buenos Aires, el 18 de marzo de 1889. Era hijo de Pedro Blomberg, de origen noruego, y de Ercilia López, escritora y traductora, descendiente directa del mariscal paraguayo Francisco Solano López. Su barrio natal fue Monserrat, pero Blomberg pasó gran parte de la infancia en Paraguay. Después volvió a Buenos Aires para cursar estudios en el Colegio Nacional y luego en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, pero no alcanzó el título de abogado, abandonando la carrera casi a poco de terminarla. Mientras estudiaba, dio clases de inglés, participó como intérprete de la IV Conferencia Panamericana y se embarcó a Brasil y luego a Europa.

Tras eso, se dedicó plenamente a la literatura y al periodismo. En 1906, obtuvo su primer galardón en las letras ganando la medalla de oro de la Asociación Patriótica Española por la Oda a España.

Alternó en las tertulias del “Café de los Inmortales”, de la calle Corrientes, y abrazó la vida bohemia. Durante años fue un viajero permanente y recorrió muchos países de América, Europa, Africa y Asia. Regresó al país convertido en un poeta romántico, y de esas largas travesías extrajo la materia prima para relatos y poemas que quedaron en segundo lugar, opacados por la fama que le dieron sus canciones.

A los 23 años, con la publicación de su primer libro de poemas (“La canción lejana”, 1912), comenzó a colaborar periódicamente  en “La novela Semanal”. En sus folletines, se ve el conocimiento de espacios fronterizos y perfiló su gusto por lo popular, lo exótico y las lenguas foráneas que conviven con más o menos armonía: los puertos y sus alrededores, los prostíbulos, cafetines, conventillos, cabarets aparecen con su galería de seres extraordinarios. Escribió sobre “Los puertos de Buenos Aires y los barrios que los rodean: la Boca, el Dock Sur y el Paseo de Julio, son “Las puertas de Babel”. Sostuvo que “por ellos entra la ciudad monstruosa e inquietante, donde todos los idiomas del mundo y todas las razas se confunden y mezclan”.

“Arriba está la ciudad rica y poderosa. Abajo, es decir en “Las puertas de Babel”, se aglomera la caravana de los parias, la turba sucia y doliente que arrastra por los puertos y los mares su desolación y miseria”. Con estas palabras, prologa Manuel Gálvez en 1920 “Las puertas de Babel”, un libro que compila relatos de Blomberg, muchos de ellos ya publicados en “La Novela Semanal”, como “El chino de Dock Sur” (1918); “Las cigarras del Hambre” (1919); “Los habitantes del horizonte” (1923); “Los soñadores del bajo fondo” (1924); “Los peregrinos de la espuma” (1924); “La otra pasión” (1925); “Los pájaros que lloran” (1926); “La ciudad de don Juan Manuel” (1931); “La mulata del Restaurador” (1932); “La cantora de la Merced” (1933) y “Barcos amarrados” (1934).

En el primero de esos relatos, el autor presenta la historia de Wang, un originario de Shangai que termina en Buenos Aires lavando ropa para un negocio miserable y comunicándose en un idioma inglés deformado por las particularidades de la lengua china, después de haber pasado sin gran suerte por diversos oficios (vendedor de pañuelos de seda y abanicos de papel, cocinero, sirviente). Entre nostalgias, fracasos laborales y amores no correspondidos, el chino descubre fumaderos de opio en pleno Dock Sur, a los que visita asiduamente. Esto lo acerca cada vez más al puerto que lo devolverá al Cantón de su tierra natal: por un lado, provoca la añoranza de sus costumbres de origen; por otro, el contacto con el ambiente perverso de la droga, que desata un crimen al que se lo vincula.

Completa la edición “Barcos amarrados”, un cuenta que narra la ilusión de un marinero por rescatar a la mesera de un bar de marinos de una vida de abusos y desengaños. Lo exótico, las fronteras, lo que bordea el delito, junto con la explotación laboral, la vida miserable en los conventillos son los temas que despliega Blomberg para hablar de la realidad de Buenos Aires sobre una trama de novela popular, a veces criminal, a veces sentimental, o una mezcla de ambos.

Es autor de los siguientes libros de poesías: “La canción lejana” (1912); “A la deriva” (1920); “Gaviotas perdidas” (1921); “Bajo la Cruz del Sur” (1922); “Las islas de la inquietud” (1924) y “El pastor de estrellas” (1928); “Canciones de Rusia y baladas de Ucrania”; “Canciones históricas”; “Cantos navales argentinos” y “Los Poetas de la tierra”.

Hacia 1928, Blomberg juntamente con Carlos Schaeffer Gallo, comenzó a escribir para la entonces incipiente radiofonía. Sin embargo, no fue convocado a una broadcasting, como entonces se decía, sino en 1929. Dio comienzo allí a su larga y brillante carrera de escritos de episodios históricos que difundía Radio Splendid.

“La Pulpera de Santa Lucía” fue compuesta a instancias de su amigo el cantor Ignacio Corsini, pieza a la que puso música en tiempo de vals el guitarrista Enrique Maciel, de inconfundible origen africano. Llevado al disco por Corsini, en pocos meses se vendieron 287.000 placas. Ni Charlo, ni Carlos Gardel grabaron temas de Blomberg. Solamente Agustín Magaldi, una vez, con la canción “La parda Balcarce”, registrada el 28 de septiembre de 1932. Fue, sin dudas, el letrista exclusivo de Ignacio Corsini.

Blomberg escribió otras letras que en su tiempo fueron interpretadas y popularizadas por Corsini. Entre ellas se cuentan: “La guitarrera de San Nicolás”, “La mazorquera de Monserrat”, “La que murió en París” y “Los jazmines de San Ignacio”.

Apasionado investigador de la historia nacional, fue el primero en incorporar esos temas a la música popular. Se le deben páginas de inspirada estimación particular. Fue autor de milongas y valses.

La vinculación de Blomberg con el teatro comenzó en 1921, cuando llevó a la escena “Pancho Garmendia”, un drama en tres actos. En 1925 la compañía teatral encabezada por Ignacio Corsini y dirigida por Alberto Vacarezza representó su obra “Barcos amarrados”, escrita en colaboración con Pablo Suero. “La sangre de las guitarras”, con Carlos Max Viale y Vicente G. Retta, estrenada primero en género chico y luego convertida en ópera con música del maestro Constantino Gaito. “La mazorquera de Monserrat”, en colaboración con Carlos Schaeffer Gallo y Elías Alippi; “La pulpera de Santa Lucía”, escrita con el exitoso dramaturgo Max Viale, llevando el mismo título de aquella página evocadora; “La canción de la cautiva”, “El niño Juancito Rosas”, también con el mismo autor; “La mulata del Restaurador”, con Julio C. Viale Paz y las obras en tres actos “Los aventureros”, “Juan Cuello” y “El cura gaucho”, esta última escrita en colaboración con Roberto Valenti. Además compuso libretos teatrales y guiones para varias películas, como “Bajo la Santa Federación”, que dirigió Daniel Tinayre, en 1935.

Su carrera radiofónica continuó en Radio Nacional (más tarde Radio Belgrano) donde presentó gran número de romances históricos en cuya interpretación alternaron actores y actrices de gran prestigio escénico y en alguna ocasión, intervino la joven Eva Duarte, que contraería luego matrimonio con Juan Perón.

También preparó antologías escolares para la Editorial Estrada. Fue autor de: “El Sembrador”, “El Surco”, “Mundo Americano”, “Vendimia” y “Pensamiento”, libros de lecturas en las escuelas.

Fue miembro del Círculo de la Prensa, de la Sociedad Argentina de Autores, donde desempeñó cargos directivos, de SADAIC, de la Sociedad de Artes y Letras, de las peñas “Gauchas” y “Camoatí”.

Falleció en Buenos Aires, el 3 de abril de 1955. Estaba casado con Elena Smith. “Era de ojos claros, modales pausados, efectividad desdeñosa, discreta, cabellos rubios bien asentados, daba el señorío de hombre de mar, llevaba recorrido mucho mundo”. Por su imaginación, escribió Francisco Luis Bernárdez, “navegaban marinos nórdicos” que asomaban a sus “claros ojos somnolientos”. Su poesía, agregó otro gran poeta, González Carbalho, “dejaba en el ánimo percusiones de un extraño bandoneón marinero oído al azar de la noche”.

ROSAS TENÍA QUIÉN LE CANTARA

Blomberg fue también escritor de ensayos, de poemas, de canciones populares, de radioteatros y de novelas históricas. Precisamente, “La mazorquera de Monserrat”, “La mulata del restaurador”, “Tirana unitaria” (… tu cinta celeste/ até en mi guitarra de buen federal),  “La canción de Amalia” y “La pulpera de Santa Lucía” tomaban como eje de la narración los acontecimientos del siglo XIX, en especial, los acaecidos en tiempos de Rosas. Sin llegar a inscribirse en la corriente revisionista de principios del siglo XX, se inspiró en temas rosistas, en testimonios orales, para componer en 1925 varias de sus más conocidas novelas.

La labor de archivista también encontró a Blomberg a alguien más que un aficionado: se ocupó de compilar el “Cancionero Federal” y escribió a partir de ellas composiciones que evocaban la mitología del Restaurador.

LA PULPERA DE SANTA LUCIA

Era rubia y sus ojos celestes

reflejaban la gloria del día

y cantaba como una calandria

la pulpera de Santa Lucía.

 

Era flor de la vieja parroquia.

¿Quién fue el gaucho que no la quería?

Los soldados de cuatro cuarteles

suspiraban en la pulpería.

 

Le cantó el payador mazorquero

con un dulce gemir de vihuelas

en la reja que olía a jazmines,

en el patio que olía a diamelas.

 

"Con el alma te quiero, pulpera,

y algún día tendrás que ser mía,

mientras llenan las noches del barrio

las guitarras de Santa Lucía".

 

La llevó un payador de Lavalle

cuando el año cuarenta moría;

ya no alumbran sus ojos celestes

la parroquia de Santa Lucía.

 

No volvieron los trompas de Rosas

a cantarle vidalas y cielos.

En la reja de la pulpería

los jazmines lloraban de celos.

 

Y volvió el payador mazorquero

a cantar en el patio vacío

la doliente y postrer serenata

que llevábase el viento del río:

 

¿Dónde estás con tus ojos celestes,

oh pulpera que no fuiste mía?"

¡Cómo lloran por ti las guitarras,

las guitarras de Santa Lucía!

(Héctor Blomberg-Enrique Maciel)


Fuente: Historia de la literatura argentina (Página/12) y Revisionistas, la otra historia.


 

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