

Por: Redacción Semanario
Asistimos al comienzo del año, tan preocupados y alertas como durante el período más caliente del COVID 19, con contagios reiterados y muertes que no se detienen.
No hay tregua.
Tenemos en el horizonte la vacunación masiva que justamente esta semana se ha iniciado en nuestro distrito con el personal de la salud esencial.
Sigue resultando inexplicable la actitud de una administración municipal que ha dejado de lado las más mínimas medidas de control de la noche y las aglomeraciones, ya sea por discapacidad o lo que es más peligroso, por tener intereses comerciales en esos sectores.
Sin homenajes maradoneanos, igualmente los juninenses que forman parte del grupo de riesgo, se ven castigados por un sector etario que por diversas cuestiones desoye cualquier sugerencia, aunque en ella también se vea implícita poner en riesgo la vida de sus seres queridos.
Al fin, ambos extremos se convierten en víctimas a través de un Estado que desampara.
En el escenario se observa que jóvenes de entre 20 y 30 años asumen una actitud egoísta frente a la pandemia generada por un virus que no los afecta en demasía, pero que los convierte en vectores de contagio familiar pudiendo llevar la muerte a seres queridos en situación vulnerable.
En un ensayo titulado “El egoísmo de los jóvenes de hoy responde a la necesidad de supervivencia”, la doctora en Psicología Social, Diana Gladys Barimboim, considera que el egoísmo y narcisismo de algunos jóvenes “resulta del intento de sobrevivir en un marco social despiadado que no le garantiza una red social de continencia”.
Para la investigadora, “el hipercapitalismo excluye a los sujetos que no logran sobreadaptarse a sus exigencias tanto laborales como de consumo” y que “sumidos en la necesidad de sobrevivir en un mundo que parece regido por la ‘ley de la selva’, no queda espacio para pensar en el semejante, solo los motiva la necesidad de supervivencia”.
Barimboin opina que “sólo mediante la identificación recíproca el hombre podrá desarrollar una actitud desalienante, rompiendo su aislamiento, creando nuevas formas de redes sociales que le permitirán crear una relación intrínseca entre representación, acción y realidad externa. Así el sujeto accederá al conocimiento de sí y del otro, al reconocimiento de sus propias necesidades, reapropiándose (en la escena social) de su sí mismo”.
Sólo cabe el deseo de creer que la pandemia, como aprendizaje, permita abordar nuevos lazos de educación en valores equiparándolo con los conocimientos de la ciencia dura, con el fin de promover una sociedad más justa para todos, porque como decía Enrique Pichon Riviere, psiquiatra de relevancia en la psicología social argentina: “Para que nuestros jóvenes puedan tener una actitud más solidaria, el orden social debería permitir planificar la esperanza”.
Una esperanza de vida que también merecen nuestros adultos mayores.