viernes 29 de marzo de 2024

LOCALES | 10 abr 2021

Día del investigador científico

El fervor por encontrar la verdad

Por Marcelo Maggio


“Nada hay más vulnerable que ‘lo real’ de la realidad, y no hay peor ingenuidad que la de no creerse ingenuos”. Así interpelaba a sus estudiantes de la UBA el profesor Alejandro Piscitelli durante 1993, en un trabajo sobre el conocimiento científico. Pero, ¿qué pretendía con estas palabras? ¿Por qué lo real es vulnerable? Quizás intentaba generar esos primeros chispazos en quienes querían dar sus primeros pasos en el camino de la ciencia, con planteos disparadores, incómodos.

Para quienes eligen dedicar su vida a la actividad científica existe en Argentina un día conmemorativo: el 10 de abril. Ese día, pero de 1887, nacía en Buenos Aires el primer premio Nobel del país, el doctor Bernardo Houssay (1887-1971). Ese galardón de Medicina, recibido en 1947 por sus investigaciones sobre la hipófisis, es solo uno de sus muchos logros. Se destaca sin dudas, también, el haber sido cofundador, en 1958, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), la institución más reconocida en el país para desarrollar la carrera de investigación.

Pero, ¿cómo nace una vocación científica? ¿Se la puede motivar, impulsar, encauzar? Desde el laboratorio que dirige en el Centro de Investigaciones Básicas y Aplicadas (CIBA) de la UNNOBA, la doctora Carolina Cristina rememora: “A medida que avanzás en tu carrera de pronto querés saber más, surgen la vocación y las preguntas, es algo que te va empujando hacia el ambiente científico. Charlaba con mis profesores en Bioquímica y surgían más preguntas, ¿cómo será la vida del investigador, cómo será trabajar y publicar lo que investigué, cómo será crecer en un ambiente científico? Recuerdo que la primera vez que entré a un centro de investigación, fue en la Universidad de La Plata, y pensé que tocaba el cielo con las manos”.

Carolina Cristina, además de dirigir las investigaciones en Neuroendocrinología / Fisiopatología de la Hipófisis en el CIBA, se desempeña como secretaria de Investigación, Desarrollo y Transferencia de la UNNOBA, por lo que debe combinar su doble rol, de funcionaria y científica. ¿Es contradictorio ese trabajo? Algo que trasluce rápidamente de su labor cotidiana es que no hay contradicción ya que, explica, todo científico debe tener muy presente la dimensión institucional y también la administrativa para poder avanzar en sus proyectos y construir una verdadera carrera.

“Necesitás saber a qué convocatorias presentarte y presentar a tu equipo -señala-, dónde y cómo solicitar financiamiento, dónde es conveniente publicar tus resultados, a qué congresos llevar los avances de tu grupo, etc. Todo eso lo hice y lo maduré primero como investigadora y después, desde la Secretaría, empecé a gestionarlo para toda la Universidad. Fue una continuación para mí, que implicó un poco más de esfuerzo, pero fue en cierta forma natural”. Y agrega: “Ahora además de utilizar las herramientas del sistema, busco generarlas y adaptarlas a nuestros investigadores”. Cristina además destaca que su rol de funcionaria le permite “transmitir a los centros y a los recursos humanos de la universidad mucho de lo nuevo que se comparte con pares institucionales de otras universidades”.

Hay un énfasis en la carrera del investigador, opina, y es que hay que ir “prestando mucha atención en los pasos que se dan, sobre todo para saber cómo se hace para recorrer ese camino, ¡un camino que hay que construirlo!, porque al principio no se lo conoce”. Y ejemplifica desde su tarea docente: “Se te acerca un estudiante avanzado de Genética y te dice: quiero empezar a investigar, pero no sé cómo hacerlo”.

En ese trayecto están las becas de investigación para estudiantes primero, luego para los graduados (las becas doctorales) y las instancias de posdoctorado. Todo este camino, absolutamente necesario, es la denominada “etapa de formación”. Luego sí se puede pensar en la carrera de investigador científico, a la que se puede acceder desde diversas instituciones: en Argentina el CONICET es muy reconocido en el sistema científico. Pero hay más alternativas, aclara Cristina: “Se pueden encontrar instancias provinciales de ciencia y técnica, como la Comisión de Investigaciones Científicas (CIC) de la provincia de Buenos Aires, y también podés ser investigador de una universidad, ya que también forman parte del sistema de ciencia y tecnología del país”.

Además, y no es menor, la investigación implica entrar en un mundo donde hay categorías o escalafones, en los que se va “haciendo carrera”. “Para la carrera -afirma Cristina- tenés que sumar antecedentes con resultados y acciones concretas, como publicar trabajos científicos en revistas que tengan impacto en la especialidad en la que trabajás, formar recursos humanos, desarrollar proyectos propios, participar en colaboraciones nacionales e internacionales, asistir a congresos, todas las actividades que permiten sumar antecedentes, que se evalúan periódicamente”. En ese camino de crecimiento se va encontrando la oportunidad de transferir los conocimientos que se fueron generando y hacer además una “vinculación tecnológica” con la sociedad.

TRABAJO EN EQUIPO

—Existe una idea que flota, y es que el investigador científico es más bien una persona solitaria, tal vez una mirada romántica que venga de un pasado cercano, de figuras ilustres a lo Einstein. ¿Es posible desarrollar el trabajo científico de un modo solitario en la actualidad?

–Efectivamente antes se podía trabajar en soledad, pero hoy no hay lugar a tal posibilidad, porque no estás aprovechando al máximo tus capacidades ni las del resto. La ciencia va mucho más rápido que el ritmo de una sola persona, y necesitás de las interacciones y las colaboraciones de distinto tipo. Cada uno sabe hacer algo, o tiene un equipo especial o la infraestructura necesaria y de todo eso sacamos mejores proyectos, buenos resultados e informes. Además, las publicaciones que realizás son internacionales, de modo que el nivel demandado es ese. Lo mejor es siempre trabajar en equipo, es la mejor manera de avanzar en la ciencia. Claro que hay una instancia de soledad, de reflexión individual, donde estás vos y tu aporte, analizás los datos, los mirás con detenimiento uno por uno para ver qué te dice el conjunto, leés muchos trabajos del tema, pero luego todo eso se vuelca en herramientas de uso compartido y se trabaja así, en colaboración, tanto a nivel interno como a nivel externo.

—¿Hay algún tipo de tensión o contradicción entre seguir las complejas reglas de la comunidad científica por un lado y, por otro, tener la capacidad de tener iniciativa, innovar, crear, o incluso ser disruptivo?

–Por suerte hay muchas instancias de evaluación en el sistema científico: hay una evaluación por pares, por coordinadores, y hay evaluación a nivel de directorios. Si hay algo que es disruptivo pero es realmente bueno, si tiene sustento científico, y tiene un equipo atrás que puede demostrar que lo que se está diciendo va a ser bueno o va a cambiar algún paradigma, entonces sí tendrá un lugar. Te puede costar, pero en algún momento vas a tener la oportunidad o de divulgar, aplicar, transferir al sector privado, comunicarlo… pero solo si tu resultado es bueno. Siempre la disrupción va a pesar, se busca la innovación, se la busca pero no por la disrupción misma.

—Claro, vemos que el nombre “innovación” se le agrega a muchas instancias “institucionales”.

–Es que hoy hay muchas cosas hechas, hay mucho recorrido y cuando alguien agrega un plus hay que apoyarlo. Aunque es claro que vas a tener que buscar y luchar por tu lugar para demostrar que es valioso tu hallazgo innovador.

CIENCIA Y SOCIEDAD

—¿Qué sucede con la capacidad para generar “pensamiento crítico” en la ciencia? Existen temas en los que un científico puede ofrecer ideas alternativas, objeciones y hasta participación en el activismo político. Imagino desde cuestiones como el uso de la energía nuclear para la paz hasta, más acá en la historia, las luchas ambientales, por la ética aplicada a la inteligencia artificial o el aborto. La pregunta es ¿puede existir esa conversación?

–El debate no se da en todas las disciplinas del mismo modo. Por ejemplo, nosotros acá (CIBA) tenemos una práctica experimental, que va a lo demostrable. Pero, de alguna manera, todos los científicos tenemos una forma de razonar que hace que tengamos un pensamiento crítico, con mayor o menor capacidad de expresarlo. En nuestro caso sucede que muchas veces nos pone a reflexionar un comité de ética con preguntas, ¿por qué vas a hacer esto?, ¿qué razón de ser tiene tu experimento con tantos animales?, o ¿por qué elegiste esa patología o ese rango de edad en los pacientes? Uno está preparado para responder eso porque el pensamiento científico te permite hacerlo. Entonces sí hay un lugar, cada disciplina tendrá el suyo, pero también es cierto que aparece y está muy ligado a lo personal, y así se va mucho más allá de tu tema o tu disciplina. En las ciencias sociales y humanísticas, estas cuestiones tienen otra centralidad que hace que todos los temas y los enfoques sean cuestionables, y es bueno que así sea.

—Hay otro foco de conflicto entre ciencia y sociedad y que se ha manifestado con gravedad sobre todo en estos últimos años. Se trata de teorías o planteos  políticos que se basan simplemente en la negación de la ciencia. ¿Hay algún tipo de responsabilidad por parte de la comunidad científica en este auge?

–Que aparezca un movimiento antivacunas, por dar un ejemplo, para mí es grave e impensable, sobre todo cuando se sabe que las vacunas han salvado poblaciones enteras. En mi opinión, no creo que hoy en día los científicos no comuniquemos. Quizás no sabemos comunicar de la mejor manera, pero no sucede que no comunicamos. En las redes sociales, en los medios masivos, aparecen y se citan los trabajos científicos, y eso hace que estén accesibles a las personas, tanto a las receptivas como a las que van a tener una posición contraria a priori. Y no nos olvidemos que hay toda una corriente de periodistas con gran interés por dar a conocer nuestros avances, y ese nexo es para aprovecharlo.

REVISTAS Y VACUNAS

—A partir del debate por las vacunas, puntualmente sobre la validez o no que tenía una de ellas, apareció en la agenda de los medios el rol de las revistas científicas: ¿por qué son tan importantes estas revistas?

–Para empezar, publicar en una revista científica de alto impacto significa que la comunidad científica de la especialidad te va a leer, lo cual es importante para tu equipo de trabajo, ser aceptado por una revista que es revisada por pares y por el comité editorial de la revista. Así se avala tu temática, tu metodología y el mensaje que tiene tu trabajo científico. Ese resultado se reconoce mundialmente. Para el avance de la investigación es fundamental y fue siempre así.

—¿Y con los estudios de las vacunas para COVID-19 qué fue lo que pasó?

–Se escuchó mucho que el estudio clínico de fase 3 de la vacuna tenía que estar publicado en una revista científica. Está muy bien que esté publicado, pero previo a eso las entidades regulatorias de la salud de cada país, tanto del que originó la vacuna como de los países que la fueron adquiriendo, ya tenían una información más completa que iba mucho más allá de lo que se publica. Por lo tanto no había que esperar a la publicación para saber si la vacuna era segura o no, porque nuestro ente regulador ya había tenido acceso a la información completa, muy vasta por cierto, y no reducida a unas cuantas hojas de un artículo que dispone sólo de algunos de los datos, que son seleccionados para el formato y enfoque de la revista científica elegida.

—Por último, ¿cómo ha impactado la pandemia en la subjetividad y en el ánimo de la comunidad científica?

–Lo evidente es que gran parte de la comunidad científica se puso a estudiar de inmediato para ver qué podía aportar en relación a la pandemia. Al menos en Argentina se lo vio así. Eso demuestra que el sistema científico tiene preparación para resolver problemas y tiene adaptabilidad. Y esto nos habla del capital humano y técnico del que disponemos en nuestro país. También creo que demuestra la fuerza y el valor que tiene la ciencia. Pero tampoco se puede aislar lo humano y personal, y es cierto que tuvimos distintos momentos. Acá en el CIBA, por ejemplo, no sabíamos cómo íbamos a trabajar y hoy, después de un año, lo manejamos de otra manera, nos paramos frente a la pandemia de otro modo. Le tenemos mucho respeto al virus, por eso hacemos los diagnósticos con mucha responsabilidad: nos turnamos, nos apoyamos, nos repartimos tareas, para que nunca falten los resultados. Y es así porque tenemos confianza en que la ciencia, de alguna manera, ésto lo resuelve. No lo vivimos con miedo, sí con respeto, aunque al principio no sabíamos lo que era y mucho menos lo que se venía. Hoy conocemos mucho de esta infección, el comportamiento, la evolución, la vacunación, las conductas a seguir. Y seguimos estudiando, porque además tenemos proyectos de investigación sobre COVID-19 en este momento. Y todo esto fue posible por la preparación que teníamos y, por supuesto, nuestra confianza en el trabajo científico.

 

FUENTE: EL UNIVERSITARIO

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