viernes 26 de abril de 2024

CULTURA | 27 nov 2021

JULIO CÉSAR CASTRO

Don Verídico, costumbrismo y absurdo

El uruguayo Julio César Castro tuvo una trayectoria extraordinaria. Se lo conoce principalmente por su personaje “Don Verídico”, con el cual desarrolló un tipo particular de humor absurdo, casi siempre ligado al mundo rural.


Por: Ismael A. Canaparo

Julio César Castro (6 de mayo de 1928 – 11 de setiembre de 2003), también conocido como Juceca, fue un brillante escritor y humorista uruguayo, que lució su talento en cine, teatro, radio y televisión, además de su incursión en distintos medios gráficos de Uruguay y de la Argentina, como humorista, narrador y dramaturgo.

Tuvo una trayectoria extraordinaria. Se lo conoce principalmente por su personaje “Don Verídico”, con el cual desarrolló un tipo particular de humor absurdo, casi siempre ligado al mundo rural. También escribió otro tipo de cuentos más ciudadanos, como los aparecidos en el volumen póstumo “Nadie entiende nada”.

Inició su labor humorística en 1959 libretando programas radiales para actores de la Comedia Nacional montevideana: Alberto Candeau, Enrique Guarnerio, Nubel Espino y Juan Manuel Tenuta, entre otros.

En 1962 crearía el personaje “Don Verídico” con el cual editaría varios libros de cuentos, de usualmente no más de dos páginas cada uno, de un humor muy particular. Estos cuentos fueron publicados usualmente en revistas y periódicos uruguayos y argentinos, tales como el semanario “Marcha”, la revista “Misia Dura”, la revista literaria argentina “Crisis”, dirigida por Eduardo Galeano, y la uruguaya “Guambia”, además de las editoriales Arca, Calicanto, Instituto Nacional del libro de Uruguay, Ediciones de la Flor e Imaginador.

Fue colaborador permanente de la revista literaria “Crisis”, de Buenos Aires, dirigida entonces por Eduardo Galeano, así como en las revistas “El Porteño”, “Siete Días”, “Folklore”, etc. En la revista “Guambia” de Montevideo publico distintas secciones durante 20 años.

Como autor de teatro se destaca con “La última velada” (Teatro Circular de Montevideo), “El contrabajo rosado” (Teatros Larrañaga de Buenos Aires y Arteatro de Montevideo), “Están deliberando” (Teatro Abierto, Buenos Aires), y varias adaptaciones de sus cuentos para elencos de Uruguay y Argentina. En la Argentina, libretó para la televisión a Tato Bores, Cipe Licosky, Rudy Chernicof y Moria Casán, entre otros, y durante 25 años a Luis Landrisicina. En la sala Payro 2 de Buenos Aires, Juceca estrenó “Socorro Don Verídico”, con actuación de Nidia Telles y Juan Manuel Tenuta, con la dirección de Villanueva Cose. Por su parte, la actriz Dahd Sfeir, desde hace más de 20 años incluye textos de Julio César Castro en su más exitoso unipersonal.

En calidad de actor y autor, Juceca protagonizó "El cuento perdido" en Teatro Circular de Montevideo, con dirección de Héctor Manuel Vidal, y "Cien pájaros volando" en Teatro El Galpón, con la dirección de Horacio Buscaglia. Aplaudido por la crítica y el público, continuó realizando sus espectáculos unipersonales en diversas salas de capital e interior del país.

En 2003 hizo su debut como coguionista y actor cinematográfico en la película El Viaje hacia el Mar, encargándose de los diálogos en la adaptación del cuento de Juan José Morosoli junto al director Guillermo Casanova. Juceca encarnó al personaje de "Siete y Tres Diez".

En el Uruguay trabajó en televisión en los programas “Caleidoscopio”, bajo la batuta de María Inés Obaldía, “De igual a igual”, conducido por Omar Gutiérrez, y en la Televisión Nacional supo contar con un espacio propio de humor y reflexión llamado “Tarde piaste”, en el cual era común verlo vestido como gaucho contando, desde el personaje, los cuentos de “Don Verídico”.

Hay discos y cassettes con grabaciones del propio Juceca y otros autores que recrean las aventuras de Don Verídico, varios de los cuales han sido “recuperados” en Youtube.

 


DON VERÍDICO: “SE FUMIGAN VIRUS A DOMICILIO”


“Hombre que supo quedar afónico de la parte de la garganta de la voz humana, fue un tal Franelo Frenillo. Hombre malo, enojoso, camorrero y ligero para el grito destemplado y mandón.

Casado supo estar, con Semejanta Tajante, muy dada a la lectura ella, que gustaba tomar sopa de letras pa´ formar poemas en el borde del plato y recitarlos de sobremesa. Un plomo.

Y una vuelta que estaba armando un verso de lo más romántico y ridículo, acertó a pasar un tal Moquete Gofio, y va y le sacude el plato y le entrevera el pensamiento trabajosamente escrito letrita por letrita en la orilla de loza.

Derrumbóse la poeta orillera. Desalentóse. Sintió que la vida era un insulto. Deprimióse. Lloró sobre su plato, y la sopa aguachentóse.

El marido, enteróse. Malo era Franelo Frenillo, lo dijimos ya, y ligero para el grito. Persiguió a Moquete Gofio y le quiso gritar su furia, pero el grito se trabó en su garguero, se le ahorcó en sus cuerdas vocales, y frustrósele.

No hay cosa más peligrosa que un camorrero afónico, y eso era entonces Franelo Frenillo, el enojoso. Cuando llegó al boliche El Resorte a comprar pastillas, entró y se acodó sin saludar. Lo miraron mal, porque el que llega saluda o es un grosero y allí estaba la Duvija, y se la notó molesta. El fumigador, de avioneta atada al palenque, le hizo una guiñada y ella se olvidó del mal educadito.

Franelo Frenillo aprovechó el polvo que había en una punta del mostrador, y con el dedo escribió: "Pastilla de ucalito, ¿hay?".

Fue Azulejo Verdoso el que le escribió abajo: "Pastilla no, pero ucalito tenemo un monte ahí nomás".

Volvió Franelo con su dedo escritor y dejó dicho: "Háblenme, bobetas, que estoy afónico pero no soy sordo".

Le hablaron todos. Aquello era un escándalo porque quien más quien menos le quería dar un consejo para curarlo de la garganta, un remedio casero, una dirección de médico, de curandera y hasta de empresa fúnebre por si se empeoraba. Alguien comentó que habría que tener cuidado no fuera cosa que el hombre tuviera el virus, y el de la avioneta, comedido, se le ofreció pa fumigarlo. Fue el tape Olmedo el que le hizo abrir la boca y se le asomó con un gargarescopio, y lo mira así, en lo profundo de la garganta, y le ve aquello y comenta.

- Tiene un grito trabado entre dos cuerdas, una vocal y la otra consonante. Hay que darle vino del especial.

Alguien fue y trajo un vinito de la casa añejado a fuerza de darle disgustos, porque los disgustos envejecen.

Se le aflojaron las cuerdas, zafó el grito, y salió con tanta fuerza y enojo, que la mortadela que colgaba del techo quedó chicoteando de un lau pal otro. Al verla, el barcino le saltó, se le prendió, y en aquel ir y venir, se hamacaba y se hamacaba”.


EL CANTOR


Cuando Alfredo Zitarrosa murió en Montevideo, su amigo Juceca subió con él hasta los portones del Paraíso, por no dejarlo solo en esos trámites. Y cuando volvió, Juceca nos contó lo que había escuchado.

San Pedro preguntó nombre, edad, oficio.

–Cantor –dijo Alfredo.

El portero quiso saber: cantor de qué.

–Milongas –dijo Alfredo.

San Pedro no conocía. Lo picó la curiosidad, y mandó:

–Cante.

Alfredo cantó. Una milonga, dos, cien. San Pedro quería que aquello no acabara nunca. La voz de Alfredo, que tanto había hecho vibrar los suelos, estaba haciendo vibrar los cielos.

Y Dios, que andaba por ahí pastoreando nubes, paró la oreja. Y contó Juceca que ésa fue la única vez que Dios no supo quién era Dios.

(Eduardo Galeano - Bocas del tiempo, editorial Siglo XXI).

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