viernes 29 de marzo de 2024

CULTURA | 18 abr 2022

A DOS AÑOS DE su MUERTE

Cuando nuestros sueños acarician al ritmo de Aute

"Cada canción de Aute, las de amor y desamor, las de sexo o seso, se han deslizado con la calidad de una seda que, no sé por qué, parecían provenir de un espeso pecho femenino" (Vicente Verdú).


Por: Ismael A. Canaparo

El pasado cuatro del mes actual, se cumplieron dos años de la muerte del cantautor Luis Eduardo Aute. Tenía 76 años y se encontraba hospitalizado en un centro madrileño. El autor de “La Belleza” estaba retirado de los escenarios desde que sufrió un grave infarto en 2016 que lo mantuvo dos meses en coma. En diciembre de 2018 recibió un caluroso y multitudinario homenaje en el Wizink Center de Madrid con la participación de artistas como Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Silvio Rodríguez, Massiel, Ana Belén, Víctor Manuel, Dani Martín o Jorge Drexler, entre otros.

Este incidente lo llevó a cancelar tres conciertos españoles (Girona, Vigo y La Coruña) y la gira latinoamericana que iba a tener una duración de doce días y, además de Chile, contemplaba conciertos en Bahía Blanca, Mar de Plata y Buenos Aires (Argentina) y Montevideo (Uruguay), del 12 al 24 de octubre de 2016.

El tango en el corazón de Aute tiene una explicación. Sostuvo, años atrás, que “en otra vida fui argentino. Porque me siento muy identificado con su manera de entender las cosas. Y, en ese sentido, creo que el latido de mis canciones tiene algo de espíritu de esa música maravillosa que es el tango. Y por eso, tengo a Discépolo como a uno de mis grandes referentes en el ámbito de la canción. Y en el literario, a Borges y a Cortázar, que me han marcado muy profundamente. Daría mi vida por haber escrito media página de “El Aleph” o de “Rayuela”. Lamentándolo mucho y, por pudor, no puedo comentarlo”.

Fue uno de los cinco grandes cantautores de su generación en España (Serrat, Víctor Manuel, Sabina, Patxi Andion y Aute). Se hace difícil discutirlo y, sin embargo, en este sur aún es poco conocido, a pesar que vino varias veces a la Argentina. Llegó por primera vez en 1985, promocionando el disco “Nudo”. Por entonces, pensaba volver a los dos meses para actuar, pero tuvo un conflicto con su manager. Eso, agregado a una gira que le salió y a las exposiciones en marcha (además de escribir canciones y cantante, es pintor), le imposibilitó cumplir con su gran anhelo.

Luego de aquel “Nudo”, editó un disco doble: “20 canciones de amor y un poema desesperado”, grabado especialmente para América Latina, con nuevas versiones de sus grandes sucesos, y con Sandra Mihanovich como invitada en una canción. Después vino “Templo” (1987), de edición limitada, que incluyó disco y libro, con reproducciones de sus trabajos pictóricos. Más tarde llegaron “Segundos afuera” (1989) y “Ufff” (1991). Es este último se puede escuchar el tema “Siglo XXI”, que parafrasea al gran Enrique Santos Discépolo, un autor emblemático y muy argentino.

Decía que se sentía amigo y hermano de Joaquín Sabina. Juntos hicieron “Eclipse de mar”, Joaquín la letra, él la música. “Después de mi primer viaje a Buenos Aires en el ´85, le dije a Sabina que había encontrado su ciudad. El hablaba de Madrid todo el tiempo, y yo caí diciéndole: ¡Qué Madrid! ¡Ya vas a conocer Buenos Aires! Y ya se sabe, por fin la visitó, y se enamoró perdidamente de la ciudad. No es para menos”.

Recién el 29 de julio de 1994, en el Teatro Opera porteño, cumplió con su asignatura pendiente con el público argentino, dispuesto a rendir examen, en el que resultó totalmente aprobado. Fue un show espectacular, en el que el filipino/español supo cautivar a la gente, esquivando con inteligencia los lugares comunes y los convencionalismos sonoros para que el verso de sus canciones apareciera, sorpresivamente, cargados de dulzura y amor. Tuvo invitados de lujo en esa mágica noche: Mercedes Sosa, Rodolfo Mederos, Lito Vitale y Fito Páez.

A partir de allí, realizó varias bajadas al sur de la América tan querida, actuando en distintos escenarios del país. Algunos conciertos que recordamos, por haber gozado de una platea casi vitalicia: varias veces en el templo mayor de Buenos Aires, como es el Gran Rex (19 de abril de 1998, 5 y 6 de mayo de 2000, 17 de octubre de 2004 y 26 de agosto de 2011); en el Teatro Argentino de La Plata (19 de octubre de 2004); en el Luna Park (22 de junio de 2007); en el ND Ateneo (22 de mayo de 2009); Teatro Coliseo Podestá de La Plata (25 de agosto de 2011).

Todos y cada uno de esos recitales lograron conmover al máximo a quien esto escribe, acontecimientos donde el actor principal supo cuidar la palabra y su significado, sin estridencias, aborreciendo las imposturas. Pero siempre existe una predilección (o recuerdo) especial. Fue la noche del ND Ateneo, de la calle Paraguay al 900, cuando Aute eligió presentar el volumen 3 de “Autorretratos” (el 1 se editó en 2003 y el 2 en 2005), precisamente a 40 años de su primer disco, “Diálogos de Rodrigo y Ximena”. Arrancó con “Pasaba por aquí” y con una promesa. “Haré todo lo posible para que éste sea un concierto tan inolvidable que me quieran tener otra vez aquí mañana”. Y sin apuro, prologó cada una de las canciones con su respectivo contexto histórico y afectivo, y dedicó algunas a Bertolt Brecht o a John Lennon, que, según apuntó, “nunca perdió la inocencia ni los sueños”. Así recorrió desde el clásico “Aleluya Nº 1” (“la segunda o tercera canción que escribí”, dijo) hasta “Luz contra luz”, pasando por “Amor y balas” y las celebradísimas “Anda”, “Fuga”, “No te desnudes todavía”, “Las cuatro y diez”, “Slowly”, “Al alba”, “Una de dos”, “La belleza”, “Me va la vida en ello”, “Siglo XXI”, “Invisible”, “Cinco minutos”, “No digas nunca jamás”, “Sigo a la mar”,  “Hembra mía” y “De alguna manera”.

Entre 1996 y 2001, el cantante estuvo inmerso en la realización de “Un perro llamado dolor”, un largometraje con dibujos propios y que indaga en una serie de ficciones sobre pintores y sus modelos, presentado en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en 2003. “Lo que más me gusta en el mundo es dibujar y este filme me robó cinco años de mi vida, pero fue también un gran aprendizaje”, comentó Aute, un brillante artista plástico y que desde 1960 a esta parte realizó más de 50 exposiciones individuales.

El músico, que grabó por primera vez en 1968 y que lleva 35 álbumes editados, recordó en una charla con la prensa al folklorista argentino Atahualpa Yupanqui, al que definió como uno de sus “maestros”. “Yupanqui, Bob Dylan, Jacques Brell y John Lennon han sido mis grandes maestros. A Atahualpa lo conocí en Madrid en 1967, y él fue el que descubrió para mí el poder del canto. Si algo me emocionó en Yupanqui fue la hondura de su canto, algo que intenté lograr en mí desde la primera vez que lo vi”.

“El niño que miraba el mar” es su más reciente trabajo discográfico, dotado de nuevas canciones originales, escritas y compuestas por Luis Eduardo Aute, además de un cortometraje de imágenes animadas, “El niño y el Basilisco”, de unos 15 minutos de duración aproximadamente, sobre un guión dibujado, escrito y dirigido por el propio autor, que rememora los años de infancia en su natal Manila, Filipinas. El espectáculo multimedia consistía en la presentación de las canciones del nuevo CD, junto a otros temas conocidos por el público, interpretados obviamente por Aute, acompañado por un trío musical, con sonidos de guitarras, piano, teclados, percusiones y coros. La película se proyecta en su formato DVD antes del inicio del álbum.

Mientras se recuperaba de aquel infarto, sus amigos se reunieron el 13 de noviembre de 2018 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid para presentar un nuevo libro de Luis Eduardo Aute, que recoge toda su obra poética y que lleva por título “Toda la poesía”  (Editorial Espasa). Allí estuvieron Luis Antonio de Villena, Fernando Beltrán, Pastora Vega, Aitana Sánchez-Gijón, José Luis Gómez, Ana Belén, Miguel Poveda, Xoel López, Luis Mendo, Cristina Narea, Angel Gabilondo, Cristina Almeida, Rosa Montero, Sánchez Dragó, Jesús Munárriz, Vicente Molina Foix, José Miguel Fernández Sastrón, Borja Casani, Nativel Preciado, Angel Herrera y Miguel Aguilar, todos conducidos por el periodista de Radio 3, Carles Mesa.

El vibrante homenaje empezó con su última película: “Vincent y el Giraluna”. Todo a oscuras y la luminosidad a ratos escalofriante de la imagen llenaba de silencio hasta los últimos rincones del recinto. Por cierto: la sala estaba abarrotada. Arriba, abajo, por todas partes. Cuando se acabó la peli, salieron músicos y cantantes al escenario. Cuatro portentos: a la batería Mario Carrión, los teclados a cargo de Cope Gutiérrez, una guitarra y las voces las puso a tope Cristina Narea, y la guitarra principal era la de Toni Carmona. Otros subían al escenario para recitar sus versos: Pastora Vega, José Luis Gómez y Aitana Sánchez Gijón. Se escucharon algunas de sus canciones, interpretadas por colegas amigos: el presentimiento de la ruptura (“Siento que te estoy perdiendo”), el momento posterior (“Pasaba por aquí”), las prisas (“Anda”), la pausa (“No te desnudes todavía”), el placer solitario (“Dentro”), el gatillazo “Más allá del amor”), la enfermedad (“Cuéntame una tontería”). El instante de gran lujo quedó en manos de Ana Belén, con “Las cuatro y diez”, acompañada por su hijo David San José, en piano.

Y como era de esperar -vacío el escenario y solo ante el peligro- llegó “Al alba”. A solas con la voz, sin otra música que la de una noche en que el amor se juntaba con el ruido de los fusilamientos en los secos descampados de aquel lejano 27 de septiembre de 1975 (NR: Fueron las seis últimas ejecuciones del franquismo, que se produjeron en las ciudades de Madrid, Barcelona y Burgos). El delirio. Luego, poco a poco, algunos bises ya con todo el grupo. Y tres horas y media después del comienzo, se acabó uno de los reconocimientos más hermosos y más emotivos que se le hayan hecho a este maravilloso poeta.


AQUEL RECITAL DE TANTAS EMOCIONES…


Hace 24 años, con un gran Gran Rex a tope, Luis Eduardo Aute encabezó un concierto denominado “Mano a Mano”, con un invitado de lujo, compartiendo la cartelera: Silvio Rodríguez.  Cada uno con su propia banda.

Daba verdadero gozo mirarlos a los dos, tan distintos, y tan cerca el uno del otro. Luis Eduardo Aute, titular del recital, con su aspecto de apóstol algo vapuleado por los caminos, más bien tímido y, desde luego, serio; Silvio Rodríguez, exuberante como una planta exótica, cálido como un oso de peluche, que canta como si se lanzara en triple salto mortal, pero sin moverse. Daba enorme deleite verlos todavía ahí, cada cual en su postura, cada uno cabalgando en su historia. "Convoqué a este amigo porque tengo una relación afectiva con él y por un motivo muy concreto. Ya el año pasado compartí un recital con Pepa Flores y Luis Pastor, y funcionó muy bien. Me ilusionaba montar ahora algo con Silvio, un recital entre hombres".  No dejó de mencionar a Joan Manuel Serrat, de quien dijo: “Es difícil escribir obras maestras, y todavía más hacerlo en dos idiomas. Ello ha conseguido el Nano".  Horas antes, en el angosto camarín, en medio de un ensayo, me contaba que su amistad con Juanito arranca desde hace catorce años: "Yo había sido invitado para cantar en Radio Barcelona, en el programa que tenía Salvador Escamilla, al que acudían todos los de la cançó. Iba sin guitarra, y Serrat, que había interpretado unas canciones antes que yo, me prestó la suya. Desde entonces hemos mantenido una extraña relación afectiva, siempre que está en Madrid nos vemos y..., bueno, la verdad es que le admiro mucho. Me hubiera gustado firmar por lo menos quince o veinte de sus canciones. Y me fascina su evolución, su último disco es estupendo y, además, ha conseguido tener un mundo tan propio, todo lo que hace es tan serratiano, que le entre por donde le entre me gusta igual".

Quizá el momento más emotivo del recital fue cuando al final de la primera parte, en un ambiente que se había ido caldeando paulatinamente conforme el cubano desgranaba sus viejos y queridos temas, Aute dedicó posiblemente la más bella de sus canciones -Al alba- "a los seis jóvenes patriotas guatemaltecos fusilados al amanecer por el Gobierno de Ríos Montt. Hubo lágrimas en los ojos del público y algún tímido encendedor prendido en la platea. El concierto se convirtió en un repaso completo al repertorio de Aute, cuya intención al ofrecer este recital era grabar en directo lo que constituye su historial como cantautor con una instrumentación actual y el apoyo de su entrañable amigo Silvio. La amistad, en este caso, se prolongó más allá del escenario, y el público pudo mirarse en el cubano y en el español como en un espejo.

 

 

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