Por: Andrés 'Tato' Rissolo

Fue en esencia un hombre bueno. Honesto. Decidió seguir el oficio de tintorero de su padre Francisco, cuando dejo la instrucción secundaria que recibía en el Colegio Marianista. A partir de ese momento, su trato agradable, con una sonrisa siempre, comenzó a mezclarse con  el vapor de la plancha y las pompas de jabón.

Afable, su presencia en los ámbitos deportivos hizo que una legión de amigos lo contara entre sus filas. Fanático del aeromodelismo, desde la madera balsa y el dope hasta los materiales sintéticos, supo modelarlos con la maestría que dan los años.  Su pasión por el vuelo y las alturas lo convirtieron en piloto de planeador. Los cúmulos, las térmicas, los perfiles, el altímetro, y cientos de horas de charlas y vuelos complementaron esa satisfacción por la aeronáutica.

También supo dejar bien sentado su prestigio de tirador en las pedanas del Tiro Federal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Allí había participado en una competencia de carácter nacional. Erudito en temas de la Segunda Guerra Mundial era frecuentemente consultado por su conocimiento en las dimensiones y performance de armas, aviones y barcos.

Siempre en silencio, sin mayores alharacas, su tránsito por la vida fue la de observador asertivo, de buenas intenciones, acciones y consejos. De la misma manera, supo encausar padecimientos y tristezas. Últimamente advertía que ya no había más tintorerías en zona y que en Junín quedan solo dos. 

Horacio Gustavo Rossi fue el último de los tintoreros de antaño. Como las pompas de jabón y la nube de vapor de su plancha, “el tinto” ya alcanzó el firmamento en su definitivo vuelo.