jueves 28 de marzo de 2024

CULTURA | 9 ago 2022

AQUEL CANTOR DE MI PUEBLO

Ignacio Corsini: una voz tan famosa como la de Gardel

Su timbre atenorado contenía una especial dulzura. Cantaba con naturalidad, sin esfuerzo, con delicadeza y sencillez. Impuso un estilo propio desde el principio. Esas virtudes, agregadas a un porte gallardo y señorial, lo hicieron acreedor a dos singulares motes: “El príncipe de la canción” y “El caballero cantor”. Fue admirado fervorosamente por Carlos Gardel y Jorge Luis Borges.


Por: Ismael A. Canaparo

Ignacio Corsini (Andrea Ignazio Corsini, su verdadero nombre) nació el 13 de febrero de 1891 en el pueblo de Troina, perteneciente a la provincia de Enna, región de Sicilia. Murió hace 55 años en Buenos Aires el 26 de julio de 1967. Apodado “El caballero cantor”, se transformó en uno de los más grandes y personales intérpretes de la canción criolla y tanguera. Al igual que Carlos Gardel, se situó como un heredero de la esencia clásica de los viejos payadores.

Llegó a Buenos Aires en 1896, con su madre Socorro Salomone, instalándose en el barrio de Almagro. Al año siguiente se marchó a la ciudad bonaerense de Carlos Tejedor, ejerciendo allí de boyero y resero, y donde, según dijo, “Los pájaros me enseñaron la espontaneidad de su canto, sin testigos, en el gran escenario de la naturaleza. Aprendí a cantar como ellos, naturalmente y sin esfuerzo”. Diez años después regresó a Almagro, donde vivía el payador José Betinotti, en quien se inspiró para cantar.

Nadie como él supo entonar con tanta calidez y perfección el vals “La pulpera de Santa Lucía” (1929), sublime tema con música de Enrique Maciel y letra de Héctor Pedro Blomberg, manteniendo viva la llama de Gabino Ezeiza y José Betinotti. También Corsini se identifica con otras célebres canciones con la época de Juan Manuel de Rosas, bajo los versos del propio Blomberg y musicalizadas por el guitarrista Maciel, como "La mazorquera de Monserrat", "Los jazmines de San Ignacio", "La guitarrera de San Nicolás", "La canción de Amalia" y "La china de la mazorca", estilo que continuó con "Juan Manuel" y "Bailecito del sur", de Homero Manzi y Salvador Piana.

Algunos tangos como “Griseta” (1924), de Enrique Delfino y José González Castillo, además de “La viajera perdida”, “Destellos” y “La que murió en París”, tienen en Corsini un ejecutor privilegiado, que por sus características, lo transformaron en “exótico”, en “distinto”, sensaciones que no dejaron otros cantores. En eso, fue único. El tango fue estrenado por Raúl Laborde en el sainete de Mario Rada “Hoy transmite Ratti Cultura”, que representaba la compañía de César Ratti en el Teatro Sarmiento, el 27 de octubre de 1924. El título debe haber desconcertado a más de un porteño ya que el apellido Ratti substituía la palabra radio. Gardel lo grabó ese mismo año y también lo hizo Ignacio Corsini, en una versión muy original, donde el estribillo lo hace en falsete.

“El Tano”, así lo llamaba Gardel. El Zorzal sentía por Corsini un gran respeto y admiración, quien a su vez veneraba a Carlos, a tal punto que cuando éste murió en Medellín, suspendió por larga tiempo sus actuaciones.

Se cuenta que cuando le preguntaban por qué no cantaba "Mano a mano", Ignacio Corsini decía: "Ese tango encontró en Gardel a su mejor intérprete. Tratar de cantarlo sería para mí una irreverencia". El elogio fue correspondido más tarde por El Morocho, que respondía en los mismos términos cuando le sugerían interpretar "La pulpera de Santa Lucía". Corsini conoció a Gardel en 1913, durante una gira en Bahía Blanca. A partir de entonces, se construyó una amistad basada en el respeto y admiración mutua.

En rigor, el teatro fue el primer peldaño de su carrera artística. En ese ámbito también conoció a la que después fue su esposa, Victoria Pacheco. En 1917 se sumó a la compañía de los hermanos Podestá y al año siguiente actuó en "La chacra de Don Lorenzo", de Martín Coronado. De a poco, a la actuación se agregó el canto, convirtiéndose en el galán cantor de muchas piezas que se representaron en el teatro "El Apolo". Paralelamente a la actividad teatral, participó en películas del período mudo: "Federación o muerte", "Santos Vega" y "Milonguita". A partir de 1928 se dedicó exclusivamente al canto, aunque siguió actuando en algunas películas (sonoras) como "Idolos de la radio" (1934) y "Fortín alto" (1941).

“El patotero sentimental” (1922), de Manuel Romero y Manuel Jovés, fue su primer gran éxito. Lo estrenó en el sainete “El bailarín de cabaret”, del mismo Romero, presentado el 12 de mayo de ese año.  Además de algo paradójico, el título de este tango puede entenderse como una metáfora de su estilo, en el que el discurso del malevaje orillero cede lugar al romanticismo, al lamento cargado de nostalgia y, sobre todo en sus comienzos, al elemento campesino. "Fui siempre un sentimental y eso influyó en la elección de mi repertorio", sostuvo en una entrevista que concedió en 1963.

Recuerdo perfectamente una reflexión de la niñez contada por mi abuela materna, también oriunda de Sicilia. Bajo la parra de su casa de la calle Garibaldi me contaba detalles de la gran nevada de 1918 y de la “santa trinidad”, que para ella eran Carlos Gardel, Ignacio Corsini y Agustín Magaldi. No tenía gran conexión con la música, pero arriesgaba un pronóstico: decía que “Gardel fue el más aclamado de los tres recién de la tragedia de Medellín y que el más querido era Magaldi, pero a mí me gusta Corsini”.

Eduardo Stilman, reconocido escritor, editor y traductor, opinaba de esta manera con respecto a “El caballero cantor”: “Cultivando un estilo de canto refinado, señorial, casi aristocrático, y sobre todo notablemente afinado, el cantor Ignacio Corsini rivalizó con Carlos Gardel y Agustín Magaldi en la lucha por el estrellato máximo de la canción porteña. Mientras los tres vivieron, Corsini fue el más admirado, el único que nunca debió actuar ante butacas vacías. Pero Gardel y Magaldi murieron trágicamente y jóvenes, y Corsini (cuyo hijo fue el Dr. Ignacio Corsini, médico cardiólogo) no cumplió con la exigencia que la necrofilia de la gran ciudad impone para otorgar consagraciones míticas, invariablemente precedidas por entierros multitudinarios. Tal vez por eso la ciudad de Buenos Aires sigue en deuda con él: de los cantores que componen la Gran Trilogía, es el único cuyo nombre no engalana una calle. Admirado por Borges y por el propio Gardel, Corsini sigue demostrando en sus espléndidas grabaciones que es posible cantar tangos (y mucha otra música argentina) con genialidad y buen gusto”.

El éxito de Corsini era tan intenso, que jamás vio butacas vacías en las salas o cines en que actuó. Las emisoras radiales se lo disputaron: brilló en Radio París, en Excelsior, América, Splendid, Argentina, Stentor, Rivadavia, Buenos Aires. En 1939 cobraba en Radio Belgrano $ 6.500 mensuales, la suma más alta pagada hasta entonces a un cantor popular. “El señor Corsini es artista exclusivo de Radio Belgrano, no pudiendo actuar en ninguna otra radiodifusora ni aún en los meses de descanso. Figurará en primer término en la propaganda radial. Actuará en tres emisiones semanales de una hora de duración, comprometiéndose a estrenar ocho canciones mensuales, como mínimo”, estipulaba el contrato, firmado por Jaime Yankelevich, el magnate que había donado el ataúd de caoba que guardan los restos de Gardel. Corsini era luminaria de las embajadas artísticas que la emisora enviaba al interior, acompañado por Mercedes Simone, Fernando Ochoa y Dora Davis. En uno de estos viajes, el tren que los conducía tuvo que detenerse en Oncativo: una multitud ocupaba las vías y el andén exigiendo que Corsini cantara, a lo que se accedió. Interrupciones de esta naturaleza se volvieron frecuentes.

El 28 de mayo de 1949, en su presentación de despedida por Radio Belgrano, Ignacio Corsini cantó “La Pulpera de Santa Lucía” por última vez, y se alejó de los bises y aplausos para siempre. Desde entonces, su discreción y bonhomía no siempre sirvieron para ocultar la melancolía que lo embargaba. Murió en 1967 en su casa de la calle Otamendi 676, en cuya sala lució siempre, arriba del piano, una foto dedicada de puño y letra por el Zorzal Criollo: “A mi amigo Ignacio Corsini, el gran intérprete de las canciones de mi tierra. Su admirador, Carlos Gardel“. Otro admirador de Corsini fue Jorge Luis Borges. Gardel y Borges no están solos: una minúscula capilla de iconoclastas persigue devotamente los más raros registros fonográficos del Caballero Cantor, con la atrevida idea de que éste fue el Rey, no el Príncipe de la Canción Porteña.


A SALA REPLETA, CANTÓ EN EL ITALIANO Y EN EL CRYSTAL


Ignacio Corsini se presentó en Junín en dos ocasiones, ambas acompañados por sus guitarristas de siempre: Rosendo Pesoa, Enrique Maciel y Armando Pagés. La primera de ellas se registró el 8 y 9 de junio de 1929, en el Palace Theatre (Teatro Italiano), con entradas agotadas un mes antes, según documentos de la época. En el primer recital, entre otros temas, estrenó su obra cumbre, la que había grabado meses antes: “La Pulpera de Santa Lucía”, vals de Héctor Pedro Blomberg y Enrique Maciel, su moreno guitarrista.

Además de hacer “morir” a la platea juninense con “La mazorquera de Monserrat”, también de Blomberg y Maciel, “El caballero cantor” interpretó, entre otras, estas canciones: “Duelo criollo”, “Nelly”, “Haragán”, “La muchacha del circo”, “María”, “Malevaje”, “Pata e´ palo” y “Alma gaucha”.

Tres años después, en el gran momento de su carrera,  volvió a Junín para deleitar al público con otros dos recitales: el 9 y 10 de enero de 1932, ahora en el Crystal Palace. Lo hizo acompañado de sus fieles guitarristas: Pagés, Pesoa y Maciel (éste como compositor de no pocos de sus éxitos, sobre versos de Héctor Pedro Blomberg). En algún  momento, también la guitarra fantástica de José María Aguilar lo acompañó a lo largo de casi toda la parte fundamental de su carrera y en sus casi 650 títulos discográficos.

 

 

 

 

 

OPINÁ, DEJÁ TU COMENTARIO:
Más Noticias

NEWSLETTER

Suscríbase a nuestro boletín de noticias