CULTURA | 2 jun 2018
UN CONJUNTO DOTADO DE CLASE
Osvaldo Fresedo, el músico que jerarquizó al tango
Igual que Paul Whiteman en la década del veinte, priorizó la sonoridad de su orquesta, cediendo todo lucimiento personal y brindando una apoyatura única a las voces que cantaron bajo su batuta.
Por: ISMAEL CANAPARO
Durante más de siete décadas, Osvaldo Nicolás Fresedo fue el gran protagonista del tango y de las noches de Buenos Aires y del interior. Intérprete innovador, dibujó como nadie el tránsito de la vieja a la nueva guardia, que no dejó sola a la escuela forjada por los De Caro. Bandoneonista, director, compositor y arreglador, tuvo fundamentales inquietudes melódicas, dándole un enorme relieve a la cuerdas, elementos esenciales en los conjuntos que dirigió.
“El Pibe de La Paternal” nació en el centro (Lavalle 1606) el 5 de mayo de 1897 y murió también en Buenos Aires, el 18 de noviembre de 1984. Según apunta el especialista Julio Nudler en una detallada biografía, Fresedo se crío en el seno de una familia de cómoda posición económica (su padre era socio principal del céntrico bazar Bruzzetti, Azza y Cía.), lo que parece haberlo marcado artísticamente: su orquesta, de estilo refinado y aristocratizante, fue la preferida de los círculos elegantes. Sin embargo, pese a que el padre de Osvaldo era un rico comerciante, cuando el niño tenía diez años la familia se asentó en La Paternal, un barrio algo apartado y humilde, de casas bajas y ambiente popular, lo que también gravitó en su destino. Allí se inició en el bandoneón. La suya fue la trayectoria más extensa que pueda hallarse en el tango: más de 1.250 grabaciones dan testimonio de ella. Su presencia en el disco cubrió 63 años”.
“Si en 1927 un porteño o una persona que llegara a Buenos Aires quería disfrutar un momento agradable, podía asistir al cabaret Tabaris de calle Corrientes para apreciar las virtudes de la orquesta de Osvaldo Fresedo, considerada la más elegante y distinguida de la ciudad. Si en el Tabaris no había localidades, podía optar por el teatro Fénix de Flores, donde actuaba la segunda orquesta de Fresedo, con el agregado de que esa formación contaba con la presencia de un joven e ignoto pianista, llamado Carlos Di Sarli”, cuenta el periodista Manuel Adet, del diario El Litoral de Santa Fe, quien sigue describiendo una parte importante de la trayectoria de Fresedo.
“Si el Tabaris o el Fénix estaban colmados de público, algo muy probable un viernes o un sábado a la noche, quedaba la alternativa de tres orquestas más que pertenecían a Fresedo, porque en ese año funcionaban simultáneamente en la noche de Buenos Aires cinco típicas dirigidas por él, una hazaña que sólo logra equiparar Francisco Canaro en la década siguiente.
Para ese entonces Fresedo contaba con 30 años, hacía más de diez que dirigía orquestas y entre 1925 y 1928 ya llevaba grabado más de seiscientos temas con el sello Odeón, casi la mitad del total de grabaciones que haría quien durante más de sesenta años estuvo presente con su orquesta en los mejores escenarios de la música ciudadana.
Osvaldo se volcó al tango desde la adolescencia. Estudió con esmero y se formó al lado de los mejores bandoneonistas de su tiempo. Se dice que en 1914 debutó en el Café Paulín y ya para entonces su hermano Emilio lo acompañaba con el violín. En 1916 formó un dúo con Vicente Loduca y estrenaron un tema de su autoría: “Amoníaco”.
No tenía aún 18 años cuando acompañó a Eduardo Arolas en el cabaret Montmartre y al gran Roberto Firpo en el Pigall. Digamos que el joven se fogueó al lado de los grandes maestros de la llamada “Guardia vieja”, lo que no le impidió relacionarse con los grupos de vanguardia de su tiempo. Para esa misma época integra un trío con Juan Carlos Cobián y Tito Roccatagliata.
Alrededor de 1918 constituye su primer conjunto acompañado por José María Rizzutti en el piano, Julio de Caro, Hugo Baralis en el contrabajo y Juan Koller en el violín. La flamante orquesta debuta en Casino Pigall, pero al año siguiente Fresedo viaja a Estados Unidos contratado por el sello Víctor. Lo acompañan Roccatagliata y Enrique Delfino. Allí se presentan como una orquesta que ejecuta “jazz argentino”, es decir el tango, motivo por el cual algún historiador asegura que en esta gira de músicos argentinos por el país del norte se establece esa singular alianza entre el jazz y el tango que Fresedo siempre mantendrá vigente. La orquesta se llamó “Típica Select” y graba en Nueva York alrededor de cincuenta temas.
Para mediados de la década del veinte, Osvaldo Fresedo y Julio de Caro son considerados los grandes directores de orquesta de su tiempo, los que instalan el tango en la clase media y la clase alta de un país que crece y se moderniza a saltos, con un público cada vez más exigente y snob que hace rato ha dejado de considerar que el tango es una música de los bajos fondos. De Caro y Fresedo -no los únicos, pero sí los principales- son quienes los han convencido de esa verdad.
La orquesta preferida por los círculos aristocráticos y distinguidos de Buenos Aires sin duda que es la de Fresedo. Su estilo es un dechado de delicadeza y elegancia. Los ligados, los solos de piano de ocho compases, los contracantos de violines y los fraseos del bandoneón con la mano izquierda del propio Fresedo, eran una verdadera marca en el orillo de la orquesta, que privilegiaba la sonoridad y que se jactaba de brindar verdaderos conciertos.
Según Fresedo, cada tema se preparaba minuciosamente. Los integrantes de la orquesta ensayaban por separado. Primero las cuerdas, luego los bandoneones y finalmente el piano y el violoncello. Cuando todos los integrantes se reunían, el tema musical estaba elaborado hasta en los detalles y cada músico sabía lo que tenía que hacer.
La calidez de su estilo se correspondía con la elección de los cantores. Desde los primeros estribillistas de la década del veinte hasta los cantantes de los años cincuenta y sesenta, todos sostienen un estilo que algunos críticos calificaron de “abolerado” o “romántico”. Los grandes cantantes de Fresedo fueron adquiriendo con los años vuelo propio, pero sus nombres quedaron ligados a la orquesta que los lanzó al estrellato: Roberto Ray, Ernesto Fama, Ricardo Ruiz, Osvaldo Cordó, Oscar Serpa, Armando Garrido y Héctor Pacheco.
La orquesta actúa en los grandes salones de Buenos Aires y es invitada a los casamientos y fiestas de Barrio Norte. Sus músicos y cantores visten riguroso frac, la orquesta brinda verdaderos conciertos y las letras de los tango eluden el lunfardo, las acciones violentas y se limitan a narrar románticas historias de amor.
A las presentaciones en Buenos Aires le suceden luego las giras por Estados Unidos y Europa donde su calidad es reconocida por un público mucho más exigente. La presentación de la orquesta en el célebre teatro Opera de París fue considerada antológica. Los temas musicales se corresponden con el estilo. Los más célebres son “Vida mía”, “Isla de Capri”, “Arrabalera”, “El espiante”. “El once”, “Sollozos”, “Siempre es carnaval”, “Si de mi te has olvidado”, entre otros
En Buenos Aires continúan los reconocimientos. En esos años graba con Carlos Gardel dos temas clásicos: “Perdón viejita” y “Fea”. La orquesta se presenta en el Palacio Errázuriz para homenajear al Príncipe de Gales y es convocada por Cantilo, gobernador de la provincia de Buenos Aires, para agasajar al príncipe Humberto de Saboya. En la década del treinta Fresedo amplía su orquesta y sus recursos. Los músicos que lo acompañan son de primer nivel, entre los que merecen mencionarse a Emilio Barbato y Roberto Pansera. Asimismo, al bandoneón, el piano y los violines, le agrega en algunos casos la batería y los redoblantes con escobillas y platillos.
Cuando en la década de 1940 aparece una nueva generación de músicos: (Aníbal Troilo, Osvaldo Pugliese, Miguel Caló, Alfredo De Angelis, Ricardo Tanturi, Ángel D'Agostino, etc.), que imponen el estilo característico de esa época, Fresedo procura adaptarse musicalmente a los nuevos tiempos. Sin embargo, de alguna manera, ese intento le va a restar mucho de la fuerza del estilo fresediano que supo combinar de manera tan acertada ritmo y elegancia. A partir de aquí sus orquestaciones se hacen más lentas y elige cantores melífluos que incluso, en algún caso, le dan un cierto aire bolerístico a sus versiones.
Como si fuese poco, tuvo la audacia de introducir en el tango timbres nuevos, como los del arpa y el vibráfono, y de utilizar discretamente la batería. Eligió además con gran cuidado a sus cantores, que debían armonizar con la exquisitez de su estilo orquestal. Sobresalieron en su larga trayectoria los vocalistas Roberto Ray, Ricardo Ruiz, Oscar Serpa, Osvaldo Cordó, Armando Garrido y Héctor Pacheco. Se apoyó también en músicos de talento, que como instrumentistas o arregladores aportaron calidad a la orquesta, como en los casos del pianista Emilio Barbato y los bandoneonistas Roberto Pérez Prechi y Roberto Pansera. También el repertorio de Fresedo se enriqueció con las obras escritas por ellos, rara vez hallables en otros repertorios.
Fresedo murió en Buenos Aires en 1984, pero hasta casi los 80 años estuvo en los escenarios donde era reconocido y considerado como una verdadera leyenda. Sus años de esplendor pertenecían al pasado, pero nadie discutía su talento. Piazzolla, Troilo, Pugliese lo respetaban y lo consideraban uno de los grandes fundadores del género. No se equivocaban ni exageraban”.
Cuando la elegancia aterrizó en el Club Ambos Mundos
Osvaldo Fresedo, como la mayoría de las grandes orquestas típicas de la época dorada del tango, estuvo tocando en Junín. Lo hizo en tres oportunidades: primero en el Prado Español, luego en el Parque Recreativo y finalmente en el Club Ambos Mundos.
En el escenario itálico, ubicado a espaldas de la calle Necochea (hoy inexistente, a raíz del paso de la cruel piqueta modernista), se presentó el sábado 13 de diciembre de 1958, cautivando a los juninenses con su señorío y alta exquisitez interpretativa.
Precisamente ese día iba a debutar en la orquesta un jovencito de 15 años: Hugo Marcelino, que luego –por consejo de Fresedo y de su padre- pasó a llamarse artísticamente como Hugo Marcel (Gregorio Horacio Cárpena, su verdadero nombre). En esa noche tricolor fue acompañado por otros dos brillantes vocalistas que ya se lucían con el conjunto: Carlos Barrios y Roberto Ray.
Testigos de aquella reunión bailable, recuerdan que la orquesta (con músicos vestidos de riguroso smoking azul), comenzó tocando un hermoso tango instrumental: “Para lucirse”. En la mitad del tema, ingresó Fresedo, caminando desde el acceso al club, con un inmaculado traje blanco. Subió al palco, tomó su bandoneón que estaba solitario en la fila de fueyes y terminó incorporándose a esa bella versión de Astor Piazzolla.
Recuerdos de “El Pibe…!
“¡El espiante!, ¿Qué lindo tango, no? Lo compuse cuando tenía 17 años y vivía en La Paternal. Mi padre había alquilado una casa quinta, una de esas casas que tenían más jardín y pasto que habitaciones. Yo estudiaba hasta las doce de la noche porque me había agarrado el metejón con la música. Entonces, solo con mi bandoneón, oía a lo lejos la ronda de los vigilantes. Allí había una parada y otra en la curva de Garmendia y otra más allá en la esquina del Hospital Tornú. En medio de la noche yo escuchaba “Tururú, tururú, turú”. El sonido inconfundible del silbato de la ronda. Y fíjese, así quedó grabado en el tango que lo hice y tuvo mucho éxito, ¿sabe? Yo mismo hice la partitura, la llevé a una editorial y me la aprobaron. Calcule que estamos hablando del año 1914 o 1915. Cuando no había radio y tocar el bandoneón era un prestigio que se disputaban los muchachos de cualquier barrio. El músico, el que tocaba, era una especie de mito. Si hasta el que llevaba el bandoneón a uno empezaba a tener fama o se daba dique”.
“En mi casa mi madre era profesora de piano, sentía la música, nos hacía escuchar a los clásicos. Pero yo por culpa del bandoneón y de la noche me enojé con mi padre. Es que para ir a ver a los grandes de ese tiempo como Juan Maglio, Domingo Santa Cruz, Augusto Berto, el Tano Genaro, me escurría de casa y empecé a faltar al negocio donde trabajaba con el viejo. Durante un tiempo viví en una piecita que me prestaba Nelo Cosimi, él fue el primer actor del cine argentino. Para vivir pintaba paredes y casas, las blanqueaba con cal y yo lo ayudaba. Por entonces me había comprado un bandoneón chiquito, de 50 voces, con el que daba serenatas y tocaba en algún baile de muchachos”.
-¿Y los grandes virtuosos, a quienes admiró de su tiempo?
“A Cobián, en el piano. Tal vez a Minotto, pero no, él era un gran técnico, perfecto, pero sin corazón. Ahora todos me preguntan por Piazzolla, y yo sé que es el más grande virtuoso con el bandoneón que he visto. Pero claro, él no haría lo que yo hago con una orquesta, esa manera de inculcar, de persuadir el oído, el alma”. (Entrevista a Osvaldo Fresedo, diario Clarín, agosto de 1976).