sábado 27 de julio de 2024

CULTURA | 23 mar 2024

UN BRILLANTE INTELECTUAL SIN TÍTULO

Wenceslao Varela, el poeta y el tropero

“Mis primeros versos nacieron borroneados sobre las caronas. Así no más, a golpes de corazón, sin tiempo para correcciones ni artificios. En un pastoreo de tropas cerca del Colorado o del Mataojo, escuché mis versos en otros labios, los oí en otras bocas. Como no los había firmado, tampoco podía decir que eras míos”, contó Varela.


Por: Ismael A. Canaparo

Wenceslao Varela Corujo (25 de mayo de 1908 – 25 de enero de 1997), fue un poeta y narrador gauchesco uruguayo, autor de páginas memorables.

Desde pequeño trabajó en estancias desempeñándose en distintas labores del medio rural, donde fue adquiriendo de primera mano las costumbres de su gente. Su único vínculo con la educación formal fue la asistencia por espacio de seis meses a una escuela rural cuando tenía nueve años. Las continuas inasistencias debido a sus condiciones de vida y la pobreza de sus padres le impidieron tener un contacto asiduo con el aula escolar. Esto marcó que parte de su aprendizaje lo desarrollara en forma autodidacta. A los 15 años ya se desempeñaba como peón de tropa, y a los 18 le eran confiadas por parte de estancias tropillas enteras para que domara.

“Desde niño trabajé en las estancias y, también desde niño, me empapé de costumbres rurales. Quiero decir que no soy un turista del mundo campesino, lo conozco por dentro y a partir de mis primeros pasos” (1980). Todo esto repercute de forma directa en su mirada penetrante del mundo rural, lejos de las modulaciones retóricas de otros que, como suele decirse, no son sino “gauchos de domingo”.

Su padre, José María Varela, era constructor, tenía horno de ladrillo. Wenceslao tuvo una infancia pobre. Fue a la escuela tres meses, pero su madre, Wenceslada Dolores Corujo, le enseñó a leer y a escribir. A los once años escribió sus primeros versos. Fue un autodidacta. Trabajó en tareas de campo, fue tropero y domador. A los 23 años se mudó a San José. Trabajó más de 40 años en el molino. Estudió por correspondencia electricidad y contabilidad. Para pagarse los cursos trenzó lazos, hizo instalaciones de luz y pintó carteles. Trabajó en el archivo de la Jefatura de Policía de San José.

Tuvo siete hijos: Aquidabán, Urunday, Alborada, Primavera, Umaitá, Nery y Wenceslao. “Era un padre común, nada extraordinario”, dice su hijo Aquidabán, más conocido como “Pancho”. “Esa fue su vida: trabajo y letra. Fue una buena persona”, agregó.

Su casa se convirtió en Museo y lleva su nombre. Fue adquirida y restaurada por la Intendencia de San José y se inauguró un 25 de mayo de 1999. Prendas de colección, su mate, sus lentes, su obra completa, botas de potro, facones, tabas y frenos. Todo se atesora allí. Hasta el viejo dormitorio, el que compartió durante tantos años con su mujer, Amanda Robustiana. Una inmensa carreta en el patio, al igual que un campamento gaucho y varios arados son testimonio del gran amor del poeta por la tradición.

Wenceslao escribía un verso simple y sentido, «sin vanidad y sin miedo», como él mismo decía. Sabía de miserias y privaciones, pero también del encanto de la vida en el campo. Su primer libro de poemas es de 1930, El nativo. Le siguen Candiles (1943), Vinchas (1946), Vinchas, poemas del terruño (1956), De mis yuyos, (1968), Trote Chasquero (1968), 10 años sobre el recao (1978), Frontera norte (1984), De cuero crudo (sin fecha), Dos poetas orientales: versos camperos por Wenceslao Varela y Osiris Rodríguez Castillos, y Boleadoras de piedra (1989). En narrativa publicó Nazarenas de hierro (1974) y Albardones (1996).

En el “Día del Libro que los uruguayos conmemoran cada 26 de mayo, sería muy interesante leer a Wenceslao Varela, para comprobar el valor de su obra.

Estos fueron sus trabajos en poesía: El nativo (1930); Candiles: versos crioyos (1943); Vinchas (1.ª edición. 1946); Vinchas: poemas del terruño (Editorial Cumbre. 2.ª edición corregida y ampliada. 1956); D'entre caronas: versos gauchescos y nativistas (Editorial Cumbre. 1963); Candiles: versos gauchescos (Editorial Cumbre. 5.ª edición); De mis yuyos (Editorial Ibana. 1968); Trote chasquero (1968); Diez años sobre el recao (Ediciones Vanguardia. 1978); Frontera norte (1984); De cuero crudo: versos gauchos (Editorial Cisplatina de Chile. 2.ª edición. s/f.); Dos poetas orientales: versos camperos por Wenceslao Varela y Osiris Rodríguez Castillos (s/f); Boleadoras de piedra (1989). En narrativa, escribió dos obras monumentales: Nazarenas de hierro. Cuentos criollos (1974) y Albardones (2.ª edición corregida y aumentada. 1996).

“Al día de hoy, su obra transita más bien por fuera de ámbitos académicos y círculos intelectuales –siempre hay excepciones, claro–, mas, su voz perdura, erguida, en la memoria de aquellos que, por razones que exceden a este trabajo, permanecen ajenos (o a una distancia prudencial) de las diversas praxis de apuntalamientos u omisiones que desde el epicentro del campo literario se articulan sobre los productos culturales. Más allá de este complejo juego de resistencias y validaciones, lo cierto es que libros tales como Trote chasquero (1968) o Diez años sobre el recao (1978) –por mencionar solo algunas de las muestras que nos ofrece el escritor–, ya han conquistado, por su factura social y su envergadura poética, un espacio diferencial en la literatura uruguaya del siglo XX. En Wenceslao Varela, la labor de escritor está lejos de ser una actividad estrictamente intelectual que se practica desde detrás de un escritorio. En estos términos se expresa a propósito de sus cuentos: “Ellos reflejan en parte algo de lo que he visto y he vivido. En ellos podrán verse los atardeceres y los amaneceres, la calma y las tormentas de la naturaleza y de la vida. Ellos son reflejos de experiencias vividas y sentidas con plenitud” (Varela, 1996)”. (Mathías Iguiniz, de Espacio El Latino.com).

 


MUJER UUGUAYA


Mis pobres versos trenzados con infinita rudeza

tiene la agreste belleza que tu canto me ha inspirado.

Tu calor ha contagiado la gracia de tu apostura

y si hay en ellos dulzura, aunque por desgracia es poca,

es porque endulce en tu boca la ruda de mi amargura.

 

Mi guitarra enmudecida, que fue mi novia, mi cruz,

cruzó por mi ayer sin luz con las cuerdas añadidas.

De sus notas doloridas brotan amargos brebajes

y en cada nota un salvaje engendro del canto mío,

y tus manos de rocío retemplaron su cordaje.

 

Mi pobre poncho gastado, a rigor de temporales,

de castigar los baguales y los toros empacados,

tiene en su malla el bordado de sus manos primorosas,

que allá en mis noches luctuosas que mucho llorar me hicieron,

los pobres pliegues pusieron sobre mis lágrimas rosas.

 

Hasta mi moro fue tuyo y se hizo de ancas con vos,

como por mandado de Dios se arrocino con tu arrullo,

echaron flores mis yuyos en el campo de la idea,

cien veces bendita sea y por vos me hice poeta,

olvidé caña, carpeta, pericón y pelea.

 

 Con tu bendita oración, alentaste mi jornada,

cuando mi fe quebrantada claudicó en mi corazón.

Cuando monté un redomón cribado a golpe de espuela,

o cuando la noche vuela sobre mi choza insegura,

o azul en la noche oscura la luz mala me desvela.

 

Mas, cuando sobre el recado de mis andanzas pasadas,

tire mi última jornada mi pobre cuerpo cansado,

no quiero verte a mi lado, bajo mi choza sombría,

porque en esas noches frías de los que mueren sin cruz,

tus ojos llenos de luz prolongarían mi agonía.

(Wenceslao Varela)

 

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